Ópera

Anna Pirozzi: “Para mí, la emoción es más importante que la técnica”

La soprano italiana, que va a cantar en la gala del centenario de María Callas, celebra el undécimo aniversario de su carrera en Madrid protagonizando “Turandot”, la ópera de Giacomo Puccini

Anna Pirozzi
Anna Pirozzi Noah Shaye

A pesar del hierático y gélido papel que Bob Wilson le ha asignado en “Turandot”, la soprano Anna Pirozzi (Nápoles, 1975) es todo lo contrario a su personaje en las distancias cortas, cercana, abierta, expresiva y, como buena “mamma” italiana, atenta a sus niños que en esta época vacacional viajan con ella. En este caso a Madrid, al Teatro Real, un escenario que pisó por primera vez en 2017 junto a Placido Domingo para hacer “Macbeth” en concierto. Luego ha vuelto cada año y va camino de hacer tradición celebrar aquí el aniversario de su debut en la ópera, la temporada pasada con la Abigaille de “Nabucco” y ésta, la undécima de su carrera, con Turandot de Puccini. Porque la soprano, que debutó en 2012, descubrió tarde la ópera. “Hasta los 25 años yo era una cantante pop, me dedicada a cantar en bares, bodas, y mil cosas más, pero la gente trataba de convencerme. “Con esa potencia natural de voz deberías matricularte en el Conservatorio” –me decían. Y al final accedí con el único propósito de aprender a leer música, que me vendría bien como cantante, pero descubrí la ópera y fue un flechazo inmediato, me enamoré y comencé a prepararme a una edad a la que otros ya han debutado”, confiesa. Este enamoramiento la llevó, “a un largo aprendizaje en teatros de provincias con pequeñas orquestas, viajando en autobús por 50 euros la actuación, una vida dura, pero también un gran campo de entrenamiento. Ni agentes ni directores artísticos querían escucharme -recuerda la soprano-, porque era demasiado mayor, había descubierto demasiado tarde mi camino y había perdido el tren”.

Finalmente, tras un matrimonio y dos hijos, debutó a los 37 años en el Teatro Regio de Turín como Amelia en “Un Ballo in Maschera” de Verdi. El verano siguiente lo hizo en el Festival de Salzburgo bajo la batuta de Riccardo Muti, que consagró su irrupción internacional con “Nabucco”, un papel que ha representado más de cien veces. “Amo al maestro Muti”, confiesa Pirozzi en un encuentro con la prensa. Considerada como la soprano dramática italiana más interesante de su generación, quizá haber comenzado su carrera lírica más tarde también le ha reportado ventajas. “Me considero afortunada porque esto me permite tener un repertorio que requiere una voz más redonda y madura. Cuando empecé me recomendaban no cantar Turandot porque decían que te destroza la voz, es una ópera que suelen cantar las cantantes al final de su carrera cuando la voz empieza a bailar un poco, pero me dije, ¿por qué no hacerlo cuando está bien, joven y fresca? Por eso debuté con ella en Tel Aviv, aunque procuro no cantarla más de dos veces al año”, apunta. Esta de Bob Wilson en el Real es su quinta producción, que la soprano considera “muy particular, porque pone un poco en aprieto a los cantantes, es un montaje espectacular, bonito de ver, pero difícil para los cantantes porque es muy cansado estar todo el tiempo cantando inmóvil, mirando la luz sin poder movernos ni un milímetro, con toda esa energía concentrada hemos tenido, incluso, problemas de contracturas en cuello y espalda”, afirma.

La soprano, que siempre ha manifestado su amor por Verdi, está acostumbrada a los roles de mujeres fuertes, como Abigaille o Macbeth, “personajes que los compositores han asociado siempre a voces potentes”. Aunque también le ayuda su “carácter napolitano” (risas), pero esto no significa que no pueda cantar en lugares más pequeños y otro tipo de música más recogida”, asegura. Aun así, “hay personajes que me encantaría cantar, pero no son para mi voz, como “La Bohème” o la “La Traviata”, y compositores a los que veo lejanos, como Wagner, sobre todo por el idioma, mi alemán no es muy bueno y es difícil cantar en un idioma que no entiendes bien”. Después de Madrid, su verano pasa por la Arena de Verona, que es “una fiesta de la ópera”, el 28 de julio “Nabucco”, el 4 y 23 de agosto “Aida” y el1 de septiembre “Tosca”, para llegar el 16 de septiembre a la Gala del Centenario de María Callas en el Odeón de Herodes Ático–Atenas y cantar, 70 años después, las mismas arias que ella cantó”, explica la soprano, que la reconoce como su modelo de referencia, junto a Tebaldi, Caballé y Dimitrova. “Yo me enamoré de la ópera con ella, no solo por la voz, sino por su forma de interpretar, su manera de transmitir emociones y comunicar también con el corazón. La Callas no es perfecta técnicamente –apunta-, pero transmite los sentimientos como nadie, sus defectos técnicos se anulan cuando canta, ella siempre está conmigo porque para mí, la emoción es más importante que la técnica. Con su muerte acabó una época, porque ha habido voces muy buenas, pero ella aportaba algo nuevo, por eso es un mito popular del siglo XX”, concluye.