Música

Sabino Méndez y Loquillo: 42 años después vuelven a Springsteen

En 1981, la primera vez que Springsteen tocaba en España, allí estuvimos Loquillo y yo. Igual que el pasado viernes en Barcelona

La entrada original de la primera vez que Springsteen tocó en España
La entrada original de la primera vez que Springsteen tocó en EspañaSabino Méndez

Hace 42 años (casi medio siglo) mi amigo Loquillo y yo fuimos a ver el primer concierto que Springsteen dio en España. Publicaba su cuarto disco y nosotros éramos un par de chavales veinteañeros que acabábamos de formar un grupo de rock’n’roll. Acudimos con nuestra habitual pandilla de amigos de peine, tupé y patilla. Innecesario decir que, cuando Springsteen tocó “I’m a rocker”, el muy bandido nos emocionó a todos y se nos metió en el bolsillo.

El concierto tuvo lugar en un destartalado pabellón municipal de deportes de la ladera de Montjuich. Era un 21 de abril de 1981, a las nueve y media de la noche. A los diez días, mi amigo se iba al servicio militar que entonces era aquí algo obligatorio y nada objetable. Yo ya estaba cumpliendo el mío, pero gracias a un permiso, antes de que él se marchara a su acuartelamiento, pudimos ver juntos también a The Clash que tocaron en Badalona una semana después del de Nueva Jersey. Toda esa semana frenética sucedió entre el intento de golpe de estado del 23-F (que nos pilló en trato con los cuarteles) y el asalto al Banco Central. Finalmente, en noviembre, vinieron a tocar por primera vez The Ramones a Barcelona. 1981, fue, por tanto, un año muy movidito en una España entonces convulsa, gris y deslucida pero muy emocionante. Un país muy diferente al actual.

El viernes pasado, en un atardecer primaveral, volvimos a la misma montaña mi amigo y yo para ver de nuevo, casi medio siglo después, a Bruce Springsteen. Esta vez en un multitudinario estadio abierto, en el palco de honor y con unas estrictas medidas de seguridad porque asistía Barack Obama. En el paréntesis entre esas dos fechas, Springsteen había seguido creciendo, publicado discos y escrito uno de los repertorios más colosales de las últimas décadas lleno de himnos colectivos, ternuras épicas y epifanías personales compartidas. Nuestra banda de rock, por su parte, también había funcionado bastante bien. Adentrándonos en la sesentena, era una incógnita lo que Springsteen nos ofrecería a sus 73 años. A estas edades, uno acude siempre a los conciertos de los viejos ídolos con el miedo de que decepcionen y emborronen el fascinador recuerdo que se mantiene íntegro desde la juventud. Pero cuando Bruce Springsteen empezó el concierto con “No Surrender”, supimos inmediatamente que eso no iba a pasar. Allí estaban los mismos músicos que habíamos visto hacía casi medio siglo en la misma montaña: Stevie Van Zandt, Max Weinberg… más viejos, pero tocando como locomotoras furiosas.

Springsteen fue muy astuto en la selección de su impresionante cancionero. Dio al público todos los himnos que deseaba oír, pero cerró el concierto con una canción que usó además para al final presentar a la banda. Hay canciones que están hechas para escucharse en casa y otras que toman su plena dimensión disfrutándose en la comunión del directo. Cerrar un concierto con un tema aparentemente menor como “Tenth Avenue Freeze-out” y convertirlo en un monumento rítmico y sonoro -mientras presenta a sus viejos músicos y recuerda a los ya desaparecidos- es toda una declaración de intenciones. Bruce homenajeó con emoción la importancia de las bandas de amigos callejeros que tocaban juntos en aquel siglo pasado de nuestras juventudes. A esa altura del concierto, mi colega y yo miramos a nuestro alrededor y, con un whiskey en la mano, descubrimos que no divisábamos entre el impresionante aforo el brillo de ninguna brasa delatora. De una manera si se quiere pueril y traviesa, nos dio morbo la idea provocativa de que fuéramos los dos únicos de cincuenta y dos mil personas que se saltaran las normas oficiales en aquel momento. Sacamos un cigarrillo del bolsillo cada uno y lo encendimos inspirando profundamente.

Springsteen tiene la sobrenatural capacidad de convertir un estadio en una habitación acogedora. Algo de muy difícil obtención para un artista. Qué menos que contribuir, por nuestra parte, a que el ambiente de esa habitación fuera más denso y cálido. Echando humo. Como locomotoras furiosas de la era del vapor.