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El concierto «contra el violín» de Brahms

Karajan y Mutter
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Hoy en día nos es prácticamente imposible imaginar un siglo en el que hubiera inteligencias sensatas en Europa que no reconocieran la grandeza de la música de Johannes Brahm

Johannes Brahms. "Concierto para violín y orquesta en re mayor", Op. 77. Auditorio Nacional de Música. Viernes 16 de noviembre de 2018. Orquesta y Coro Nacionales de España. Dir. Christoph Eschembach. Solista, Anne-Sophie Mutter.

Hoy en día nos es prácticamente imposible imaginar un siglo en el que hubiera inteligencias sensatas en Europa que no reconocieran la grandeza de la música de Johannes Brahms. Sin embargo, lo cierto es que buena parte de su obra, y señaladamente su concierto para violín, fue denostada ampliamente en su tiempo. Y no precisamente por personajes de ánimo antojadizo sino por músicos como Pablo de Sarasate, que lo describió como el «concierto contra el violín» porque entre otras cosas «los instrumentos de orquesta anticipan las harto contadas melodías del violín solista». Y uno no puede menos que sonreír al escuchar al glorioso violinista decir estas cosas... sonreír y reflexionar sobre la capacidad que tiene la vanidad para cergar -y en esto de la música la vanidad ha estado muy mezclada desde el casi el principio, desde justo después del gregoriano sin ir más lejos (y quien sabe si antes).

Efectivamente el concierto para violín de Brahms contiene, al comienzo de su segundo movimiento, una melodía que constituye en sí misma no solo uno de los momentos más luminosos de la Historia de la Música sino de la Historia del Arte en general y me atrevería a decir que de la Historia a secas. Pero, ay, es el oboe y no el violín quien lleva la voz cantante al principio y el ego de Sarasate no pudo soportar estar allí de brazos cruzados mientras todo aquello tenía lugar. Se negó a tocarlo siempre.

Sin embargo, Brahms tenía sus razones para escribir lo que escribió: la frase la canta el oboe, la repite el oboe... y la vuelve a cantar el oboe y todos nos morimos de ganas de escuchar el tañido del violín y el alma se abre a su peculiar textura y cuando, ¡por fin!, el solista recoge la frase y medita sobre ella lentamente, el oído y el corazón la reciben de par en par porque han sido preparados, como preparan los besos los amantes sabios. El efecto -sí: el efecto- es perfecto. Pobre Sarasate. Y qué gran lección: el orgullo aleja no solo de la verdad, sino también del placer.

No estuvo ni mucho menos solo Sarasate entre los denostadores de Brahms. Quisiera recordar a otro más, enfermo de algo más grave que el genial violinista navarro. Me refiero a Nietzsche, embrujado por un sonido más dañino que el del propio violín: el sonido de su propia voz que no solo le embriagó a el, para desdicha del género humano.

Recupero el desdén de Nietzsche no por sea relevante en sí mismo -no lo es- sino porque constituye quizá el encomio (inverso) más profundo de todos los proferidos contra Brahms. Nada da pistas sobre la esencia íntima de la música de Brahms como el hecho de que alguien como Nietzsche considerara que sus composiciones se caracterizaban por «la melancolía de la carencia de habilidad».

Otros mil de aspectos podrían destacarse para dirigir la atención del lector de esta nota: la irrupción, en el compás 206, de un nuevo tema del primer movimiento, la «perdida» del planeado scherzo que pasó al segundo concierto para piano, la historia de su amistas con Joachim, su ateísmo o agnosticismo (que tanto escandalizó a Dvořák) y los paralelismos con el concierto de Beethoven. En definitiva: no hay tinta en todos los calamares del mundo para agotar el concierto para violín de Johannes Brahms.

Peculiar interés tiene la cita de este viernes en el Auditorio por la presencia de una intérprete a la que tanto conocemos aunque solo sea por sus legendarias grabaciones junto a Karajan, Anne-Sophie Mutter. Imposible resistirse a reproducir su foto, con solo quince añitos, con quien fuera su mentor. Hoy ya tiene hijos el doble de mayores que lo que era ella cuando debutó con la Filarmónica de Berlín en Lucerna en el 76. Cuatro años antes, en 1972, lo hacía (como pianista) el director del concierto: Christoph Eschenbach que también tuvo como mentor a Karajan con lo que la conjunción planetaria se cierra: ¿quién puede pedir más?