A pesar de llevar en activo desde 1985, la de este grupo, que llegó antes del indie y se hizo fuerte en los años de reinado de esa mezcla de géneros y subculturas, los 90, es una historia de supervivencia. De entre la docena de discos de creación que han publicado resplandecen dos temas para la historia del rock madrileño, «Two Sisters» y «I Enjoy the Forbidden».
Fueron teloneros de Deep Purple, una medalla que muy pocos ostentan («fue la hostia, músicos de enorme talento pero muy campechanos»), y aunque algunos de ellos mantienen proyectos paralelos, la nave capitana sigue siendo
Sex Museum. El suyo es un caso infrecuente: comenzaron como una formación mod con vetas de soul y rhythm and blues, pero con el tiempo su sonido se fue endureciendo, con una clara influencia del rock estadounidense de los 70. Lo normal, y no sólo en la música, es ir suavizándose con los años, y no al revés. «Jajaja –ríe sonoramente
Fernando Pardo, el guitarrista y cerebro del grupo junto a la teclista, Marta Ruiz–. Imagino que ahí está nuestra peculiaridad, que no somos normales. Lo que es el núcleo duro, los que llevamos toda la vida, mi hermano Miguel, Marta y yo, somos... En fin. Me imagino que lo nuestro se cura con medicación. Pero en la época que nos tocó vivir, la terapia era tener una banda. Marta y yo somos bastante cañeros. Hemos sido pareja, llevando además el grupo, e imagino que ese ánimo siempre se nota.
Todos los miembros del grupo somos jodidamente distintos, pero, salvo Loza, somos machos Alfa, incluida Marta. Cuatro personalidades muy fuertes. Lo nuestro –aclara– ha sido como el paso del rock que tu hermano mayor oía y que hasta les podía gustar un poco a tus padres, al rocanrol como nosotros lo vemos. Imagínate cómo era el cine antes y cómo fue a partir de Tarantino. Pues eso».
"Si hubiéramos tenido más éxito no hubiéramos durado tanto"Fernando Pardo
Sex Museum posee un directo muy potente, con canciones rotundas y una imagen difícilmente mejorable. Atributos que podrían haberles llevado al éxito masivo... si no hubieran elegido el inglés para expresarse. ¿El idioma les ha cerrado las puertas de la plena comercialidad? «Puede ser –reconoce el guitarrista y compositor–. Pero yo creo que si hubiéramos tenido más éxito no hubiéramos durado tanto. Porque en la época que mejor nos fue, finales de los 90, tuvimos que parar porque a la mitad del grupo, más uno, se le fue la olla. ¿Egos? No, autocomplacencia. Y hay un momento breve pero que te arrasa, porque te crees que el mundo es tuyo. También tiene que ver con no parar de tocar, que te aleja un poco de rutinas y de mantener los pies en el suelo». Las drogas y el alcohol hicieron el resto. «La noche madrileña, años 80 y 90, pues ya sabes... no hace falta que te explique nada. Hemos tenido dos yonquis, alcohólicos severos igual no, pero sí hemos tenido que dar mucho toque y parar grabaciones por el alcohol más que por otra cosa. Y te digo yonquis de heroína. Y luego la cocaína y el speed». Y para rematar la faena, las guerras intestinas. ¿Han sido ellos mismos sus peores enemigos? «Sí, sí, clarísimamente sí –concede–. Siempre hemos andado peleándonos. Imagino que, como dicen, uno sólo se pelea tanto tiempo con alguien si hay confianza y le quiere. Pero, claro, es que somos muy familia, literaria y metafórica. Entonces es complicado, porque ahí hay una lucha. Una parte de tu cabeza te dice “sé práctico, tío”, pero la otra te dice “sé fiel”. O sea, no abandones a los tuyos. Y, al final, eliges la unidad». El inglés les dio la opción de salir al mundo, lo que les cambió la vida: «En la vertiente alternativa, Europa era un mundo que estaba a años luz de España, y nos flipó. La gente iba a su puta bola y no hacía falta ir en contra de nada». ¿Cuando tocaban en el extranjero sabían que eran españoles? «Tardaron en darse cuenta –afirma Fernando entre risas–. Durante mucho tiempo era “¿estos de dónde son?”. A finales de los 80, unas amigas francesas nos decían que éramos demasiado americanos para ser españoles. Les parecía que lo nuestro era un poco exagerado. Era como “uf, esto desencaja un poco... ¿dónde está el acento regional?”. Y no me refiero al acento inglés, cantando, sino al conjunto. Esa mezcla del tipo de canciones, la estética, la dirección musical... Todo era como qué raros son estos tíos». Para subsistir, los miembros de Sex Museum desarrollan distintos trabajos al margen del grupo. Pero ¿en qué años la música les llenó la nevera y pagó la luz? «Del 95 al 99, más o menos. En el momento de la explosión de lo independiente, antes de que fuera indie. En los 90 podemos hablar de la explosión de la música independiente –explica– y en los “dosmiles”, del dominio de la música indie. En esa época pudimos comprarnos una casa decente en el centro de Madrid, que era una cosa impensable. Pero eso sí, era tocar y tocar y tocar. Y paramos un año y medio por esa mezcla de drogas y alcohol que te he dicho, y porque hubo muchas movidas internas. Recuerdo –relata, y parece que se asombra él mismo al refrescarlo– que tocamos en Zamora, en un garito, y hubo una pelea entre nosotros que hasta los del bar salieron corriendo. Fue vergonzoso. Rompiendo las botellas... Una especie de orgía de violencia en la que la pelea se acaba y vamos a destruirlo todo. Y al volver a casa nos dijimos que había que parar».
"En Zamora tuvimos una pelea entre nosotros que hasta los del bar corrieron. Fue vergonzoso"Fernando Pardo
Al margen de los grupos y solistas estadounidenses y británicos, Sex Museum han tenido algunas influencias españolas importantes: «Los Pekenikes y, especialmente, Tony Luz, el guitarrista. Me llegó mucho –confiesa Fernando– porque, además, tuve la suerte de compartir escenario con él. Era algo así como “joder, este tío, que era de la generación de mis padres y que ha podido llevar esta vida y sigue siendo así de involucrado, comprometido con esa forma de vida que es el rocanrol”. Me flipaba. Le miraba y me fijaba, aparte de que era un molón de narices, en su actitud vital. Porque era mucho compromiso y, a la vez, era muy “cool”. Y cuando empezamos –prosigue–, Los Negativos, de Barcelona, fueron muy importantes. Fue un toque de atención a muchos niveles: en lo musical y en cómo eran de “cool” y de guais. Estábamos en Madrid y lo de las tribus urbanas era estar a hostias cada fin de semana, muy violento. Y fue llegar a Barcelona y ver a estos tíos que era como si flotaran sobre el suelo, todo suave y guay. Y luego, aparte, cómo tocaban y las canciones que hacían. Y Los Elegantes y Mermelada eran los grupos a los que yo iba a ver de pequeño y mi hermano Miguel enseguida se apuntó». Fernando Pardo anuncia que este año habrá nuevo disco: «Las canciones las hacemos a toda hostia, somos una máquina para eso. Tenemos tanta confianza y complicidad entre nosotros, que componemos muy rápido. Llevamos toda la vida haciéndolo y hay cierta facilidad», concluye.
EL SEXO DE LOS DEMONIOS
Por Javier Menéndez Flores
La plaza de Castilla y aledaños era el flanco más salvaje del Salvaje Oeste, y al menor descuido podías recibir el flechazo de un sioux, la lanzada de un apache o la bala de un pistolero. Estamos en los primeros años setenta y, por más que el generalísimo se atornillase a la vida con una voluntad que excedía lo puramente biológico, el país llevaba años preparándose para un viaje sin retorno. En el sótano de asuntos tan elevados, bajo el duelo al sol de sables y claveles, tenemos a los hermanos Pardo, unos Dalton sin bigote pero con una piel capaz de soportar la agresión de un meteorito. Mientras se levantaba la estación de Chamartín como una promesa de modernidad, ellos se desplazaban de casa al colegio y del colegio a casa con el ánimo del superviviente de un apocalipsis zombi que debe abandonar su guarida en busca de alimentos. Qué estrés, oye. Qué frenesí, qué tortura. Pero quien sobrevive a una infancia al borde del abismo se convierte en un adulto indestructible, y eso, ese cóctel de resistencia y rabia, se detecta en un escenario aunque no sepas ponerle nombre.
Los domingos de entonces, como los de hoy y los de dentro de cien años, eran un cáncer en la atmósfera, la condena del regreso a la maldición del «sí, señor». Por eso, toda forma de autoridad –padres, maestros, los mayores en general, esa raza aparte– era la presa a abatir. Menos mal que la agonía de «Estudio estadio» tenía el antídoto de «El Gran Musical», que era un disparo de felicidad entre las ingles. Y llegaron, del mismo modo que un huracán, los Small Faces de Steve Marriott, los Who («Quadrophenia», «Quadrophenia», «Quadrophenia»...) y la mermelada del bello y fiero Paul Weller. Y cuando el arcoíris los saludó, lo apresaron en el bolsillo y ya nada volvió a ser como antes.
Puede que los ochenta fueran la rehostia, sí, aunque a Marta, Fernando y Miguel los mirase a los ojos un muro insobornable. A aquellos muchachos que parecían nacidos en Detroit les costó un huevo imprimir su huella digital, pero si las plagas de la infancia no los vencieron tampoco lo harían las modas. Y los noventa trajeron la recompensa de una escena independiente en la ancha Europa, y como otros tantos locos decidieron montarse la fiesta por su cuenta (y riesgo). Y de entonces acá... En fin. Las casas están pagadas y todavía respiran. Y aún burbujea la música entre las sienes.
Fernando no necesita cerrar los ojos para ver frente a sí a Marc Bolan y al gentleman Bowie. Y a Ted Nugent y a Rory Gallagher. Y venga Serrat en vena, porque sólo un charnego podía explicar a Machado mejor que el propio Machado. Y al cabo de un billón de kilómetros uno sabe que Dylan sobrevuela el palacio del bien y la gruta del mal. Pero si la casa arde y hay que hacerse con un par de tesoros, coges sin dudarlo «Green River», de la Creedence, y «Arthur (Or the Decline and Fall of the British Empire)», de los Kinks, porque en ellos John Fogerty y Ray Davies, aunque no lo supieran, están hablando de ti, de vosotros.
En el museo del sexo todas las figuras están vivas y –claro– colean. Y en la carretera sin horizonte el polvo es marrón y plata y el bourbon sabe a púrpura profunda. Pero para qué os vamos a engañar: poca pinacoteca y el sexo justo, que ya vamos teniendo una edad. Pero si venís a vernos tocar despegaréis del suelo como si os eyectaran de un caza. Seréis géiseres.