«Le cinesi», ejercicios vocales en China
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De Manuel García. Voces: José Manuel Zapata, Marina Monzó, Cristina Toledo y Marifé Nogales. Piano y dirección musical: Rubén Fernández Aguirre. Dirección de escena: Bárbara Lluch. Fundación March. Madrid, 9-I-2017.
En los últimos años va siendo más difundida la obra de Manuel García, hasta hace bien poco conocido por su asociación como intérprete a las óperas de Rossini, por sus tratados de canto o por sus hijas María Malibrán y Pauline Viardot. De esta última, por cierto, la propia Fundación March estrenó «Le Cendrillon» en 2014. Aunque la más popular de sus piezas sea el «aria del contrabandista», sin embargo García llegó a componer alrededor de ciento cincuenta obras y algunas de ellas, como «L’isola disabitata» y «Un avvertimento ai gelosi», han subido a nuestros escenarios, y cantantes como Montserrat Caballé o Teresa Berganza han publicado discos con canciones suyas.
La Fundación Juan March, en su muy loable tarea de apoyar la difusión de la música y, en especial, la de cámara, en solitario junto a otras instituciones, se ha unido al Teatro de la Zarzuela para estrenar «Le cinesi». Esta operita se estrenó en París, como otras cuatro, en las propias dependencias del compositor, muy posiblemente para que sus alumnos se ejercitaran y su escritura así parece demostrarlo. García utilizó un libreto de Metastasio empleado en otras catorce operas, que él mismo revisó y modificó. A lo largo de unos setenta y cinco minutos, con una acción situada en la China del periodo de la dinastía Quing, cuatro artistas evocan las diferencias entre las culturas orientales y europeas, sobre la libertad o la opresión de las mujeres e incluso discuten sobre los valores de los géneros trágico, cómico o pastoral. Todo con el fin de matar el aburrimiento en el que viven las tres doncellas chinas y del que les trata de sacar el hermano de una de ellas. Por qué no decirlo, parte de ese tedio se traslada al espectador, ya que la obra en sí no pasa de ser un instrumento para ejercicios vocales y sólo en algunos momentos contados surge una cierta vena melódica rossiniana, como el aria de Lisinga. Afortunadamente la brevedad de la partitura y el buen hacer de la compañía logra, que no se imponga la sosez de la obra. Rubén Fernández Aguirre vuelve a realizar un formidable trabajo desde el teclado sin un momento de descanso y la puesta en escena funciona gracias a Bárbara Lluch, con la ayuda de Carmen Castañón y Gabriela Salaverri, respectivamente escenógrafa y diseñadora del atractivo vestuario junto con el bailarín Rafael Rivero.
Por su parte los cuatro cantantes, José Manuel Zapata, Marina Monzó, Cristina Toledo y Marifé Nogales, realizan una conjuntada y cuidada interpretación, que nos trae a los oídos cómo debieron ser los ejercicios en el estudio parisino de García. Posiblemente sea la ópera de cámara mejor cantada de la ya media docena que ha presentado la Fundación Juan March en una impagable labor.