La canción del verano (IV)

Micky: cuando la canción de verano unió a Europa del norte y del sur

Miguel Ángel Carreño Schmelter mezcló en "Bye, bye, fraulein" la leyenda de la turista nórdica con el ardiente amante sureño

 Micky. Bye Bye Fräulein
Micky. Bye Bye Fräulein Youtube

Si algo anunciaba ya, hace décadas, que algún día la Unión Europea sería una verdadera realidad, el rastro más premonitorio que podríamos encontrar es comprobar cómo el fenómeno de las canciones de verano se repetía, a partir de los años 60 del pasado siglo, en casi todos los países que luego formarían parte de la Europa actual.

Cada país tenía sus tics, sus singularidades y particularidades. En Alemania, una de ellas era la cíclica querencia por lo sureño: una versión de una supuesta mítica latina –ardiente y nostálgica– que les atrapaba cada equis tiempo. En España, la canción del verano se quería, por contra, pop y futurista. Por eso nos sorprendía descubrir, en los turistas alemanes que llegaban, una inesperada y antañona afición al pasodoble y los más ramplones ritmos ternarios para sus evocaciones estivales. «Y viva España», la clásica canción emblemática de Manolo Escobar, triunfó antes en Alemania que en la propia España, el objeto de sus halagos. A un madrileño culto, viajado, divertido e inteligente, que respondía al sobrenombre de Micky, hubo un momento en que se le ocurrió que podía sacar partido de esas especificidades y ganar con ello algún dinerillo para poder seguir haciendo lo que en realidad le gustaba que era cantar rock’n’roll y rythm and blues.

Miguel Ángel Carreño Schmelter resultó ser, en los años cincuenta, el hijo del embajador español en Líbano y allí, con quince años, descubrió lo que era el rock’n’roll y el blues, cuando en España apenas unos privilegiados habían oído hablar lejanamente de Elvis. En el momento en que cambió el destino familiar y tuvo que volver a nuestro país, le faltó tiempo para formar grupos musicales con los que poder interpretar su música favorita. Delgado, alto y con poco pelo, se ganó el sobrenombre de «el hombre de goma» en el Madrid de los 60 por sus electrizantes interpretaciones de rythm and blues. Con su grupo, Los Tonys, empezó a explorar ese género, consiguiendo joyas muy respetables de sonido abrupto, tanto en sus versiones de Ray Charles como en posteriores versiones del British Beat que quedarían recogidas en la película «Megatón Ye-yé» (1965).

En esa fase inicial, con su inseparable Fernando Argenta, el grupo evolucionaría hacia ser uno de los primeros que –más allá de mostrarse tan solo mimético con los grupos extranjeros– desarrollaría una retórica propia con grandes pinceladas sarcásticas en letras de canciones como «No sé nadar», «El problema de mis pelos», «No comprendemos por qué no somos millonarios», «Ladrido del perro cuando ladra» o «Buribú». Pero, a finales de los sesenta en España, ser un grupo de culto no te garantizaba sobrevivir aceptablemente y Micky, para poderse dedicar profesionalmente a la música, escogió abandonar el grupo, iniciar una carrera en solitario y no hacerle ascos a ningún género que se le pusiera a mano para intentar mantenerse dentro de la industria profesional.

Éxito en Holanda y Alemania

En 1972 consiguió su primer éxito con una balada de Fernando Arbex (de Los Brincos) titulada «El chico de la armónica». La melodía llegó a oídos del Elvis Presley del momento (que acababa de grabar temas de orientación parecida como «Suspicion Mind» o «In the Getto») y cuenta la leyenda que la preseleccionó –e incluso llegó a grabar maquetas de prueba– por si la incluía en uno de sus trabajos. Miguel Ángel Carreño, «Micky», entendió perfectamente las limitaciones de ese paisaje industrial y, buscando sobrevivir en un medio profesional adverso, grabó lo que sería el prototipo de una canción del verano en versión «Mitteleuropa». Mezcló la leyenda autóctona sobre las turistas nórdicas de cabello color trigo y ojos color de cielo con la inversa mítica germánica del romántico amante moreno y soñador; lo arropó todo con un ritmo cercano al tempo binario de los valses vieneses y consiguió inesperadamente el éxito no solo en España, sino también en Alemania y Holanda.

En el verano de 1975, toda orquesta de fiesta de verano que se preciara tocaba «Bye, bye Fraulein». El éxito le sirvió a Micky para, dos años después, representar a nuestro país en el festival de Eurovisión en 1977 sin excesivo lucimiento. Pero había conseguido instaurar su figura como la de un intérprete reconocible. Paradójicamente, no deja de ser curioso que, el mayor amante español de los ritmos cuatro por cuatro del rythm and blues, se viera obligado a tener un éxito veraniego en compás casi ternario para poder seguir vivo en el mundo de la música. Duro camino de los pioneros visionarios.