Cargando...
Sección patrocinada por

Estadios y festivales llenos

Música en directo: el tsunami que no cesa

La industria musical enfrenta otro verano frenético tras años de récords con el interrogante de cuándo tocará techo y el miedo a una posible burbuja

Público asiste al concierto de Iron Maiden el pñasado sábado en el Estadio Metropolitano Gonzalo Pérez

Los datos son concluyentes. La asistencia de público a los conciertos y los precios de las entradas siguen creciendo a un ritmo asombroso. Las cifras son llamativas: la música en vivo lleva tres años, los que llevamos de normalidad tras el final de la pandemia del Coronavirus, facturando su récord histórico, hasta alcanzar el año pasado más de 725 millones de euros según la Asociación de Promotores Musicales, el doble que en 2019 (383), el año anterior a la pandemia. Las cantidades absolutas de espectadores no son menos impresionantes. Más de 28.342.115 personas asistieron a un concierto en el año precedente, según datos del anuario de la SGAE, cantidad que fue superada en 2024. En el año actual, nada invita a pensar en que la tendencia se esté invirtiendo. La temporada de festivales acaba de empezar y muchos agotan las entradas (Primavera Sound, SanSan Festival y O Son Do Camiño así lo han anunciado), mientras se llenan estadios de fútbol (no solo por estrellas internacionales, sino por artistas de aquí como Lola Índigo, Natos y Waor, Estopa o Dellafuente) y los grandes eventos para lo que resta de año y para 2026 solo hacen multiplicar las expectativas.

En los últimos tiempos se han sucedido las proezas: cuatro Bernabéus llenos por Karol G en 2024, diez Movistar Arena para Dani Martín a finales de este año y la acrobacia final: diez veces el estadio Metropolitano y otras dos el Estadi Olimpic de Barcelona ha logrado agotar Bad Bunny un año antes de su llegada en 2026. El puertorriqueño tocará en España ante 700.000 espectadores (la cifra casi parece irreal), mientras que El Último de la Fila, que han anunciado su regreso para el año que viene, agotó el papel (65.000 entradas) para su noche en el Estadio Metropolitano en apenas una hora y media. La demanda de grupos como Iron Maiden, Guns’N Roses o AC/DC, que han pasado por la Península de forma recurrente en los últimos años –no hablemos del plusmarquista Bruce Springsteen–, demuestra que no es solo una cuestión de estilos musicales o de generaciones. Jóvenes del urban, talluditos del heavy, veteranos del rock... todos acuden a la llamada de los estadios. La cuestión recurrente es determinar si estas exhibiciones de masa llaman a más masa en un efecto contagio que sirve bien para la fiebre de los «eventos icónicos» pero que luego no se traslada a la generación de un público habitual de conciertos, en salas pequeñas o medianas y alejadas de la grandilocuencia de las estrellas.

Desigualdad geográfica

Aunque las salas, esos lugares para conciertos «de verdadero aficionado a la música» no pasan por su mejor momento, los datos totales no invitan a pensar en menos eventos musicales. En España, durante 2024 se celebraron 109.690 conciertos, cifra muy cercana al récord en más de una década del año anterior (110.192). Solo el Movistar Arena de Madrid acogerá este año 120, uno cada tres días. Sin embargo, las distorsiones sí aparecen claramente si atendemos a la distribución geográfica. Madrid y Barcelona lideran la clasificación de venta de entradas y de celebración de eventos de forma arrolladora: mientras la primera factura un 25 por ciento del total de entradas (185 millones, con un crecimiento del 90 por ciento anual), la segunda se lleva el 19 por ciento del pastel, es decir, cerca de la mitad del negocio. La siguiente de la lista es Andalucía (con varios focos de atracción en Sevilla, Cádiz y Málaga), que suma un 16 por ciento dejando a las demás comunidades a una distancia sideral. Da la sensación de que, especialmente en el caso de la capital, las entradas se venden solas y hasta los grupos nacionales encadenan varias Rivieras en una especie de escalada inevitable hacia el Movistar Arena. Sin embargo, cuando el foco se abre aparecen los problemas. Mientras las estrellas consagradas no tienen problemas para armar fechas aprovechando las fiestas patronales y los ciclos vacacionales, una llamada «gira nacional» de un grupo en ascenso raramente encadena más de diez ciudades en un país de 44 millones de habitantes. En grandes localidades y capitales de provincia las programaciones musicales son exiguas y solo aparecen si una marca de cerveza patrocina un ciclo (a fondo perdido en la mayoría de ocasiones) o llega el verano. La realidad es que tres cuartas partes del año no existe un tejido de salas ni de público que haga viable un circuito comercial.

Entradas más caras

Mientras tanto, y pese a que la demanda no hace más que crecer, el precio de las entradas no ha dejado de subir, lo que demuestra la fortaleza del negocio mirado en su conjunto. Según el informe anual de la APM, el precio medio del ticket se ha duplicado en una década: ha pasado de 42 euros en 2015 a 84 de media durante el año pasado. Cada vez es más frecuente encontrarse con paquetes de entradas que ofrecen servicio o acceso «premium» (ya sea por ubicación o por acceso al artista o «merchandising» incluido) y, además, los aficionados se encuentran con una de las nuevas tendencias que más irritan a los compradores de entradas: los llamados precios «dinámicos», es decir, que fluctúan según la demanda, y que suelen disparar la tarifa de los acontecimientos con alta demanda. Esta práctica, cada vez más extendida, puede llevar que ciertas entradas superen los 600 euros de precio, cantidad muy por encima de la publicitada al comienzo del proceso de compra, algo que sucedió precisamente con la fiebre por Bad Bunny. Generó descontento, incluso ira, entre el público, quejas al vacío del ciberespacio, pero no frenó el aforo completo de todas sus noches en España.

Queda, claro, en el aire una pregunta: ¿estamos ante una burbuja? ¿Cuánto puede crecer antes de explotar? ¿Dónde está el techo de esta fiebre? La consultora financiera Goldman Sachs, lejos de pinchar el globo, insufla aire con sus predicciones. En su reciente informe (9 de junio) «Music is In The Air», un análisis de casi un centenar de páginas con predicciones sobre el futuro del sector, este grupo de banca e inversión apunta a que, tras un crecimiento del 4,4 por ciento en el sector de la música en vivo en 2024, la subida de ingresos para 2025 podría alcanzar el 10 por ciento hasta los 38.000 millones y que en 2030 rebasarían los 52.600 millones y los 67.100 en 2035. Asegura esta compañía que la tendencia está impulsada por «un mayor interés por las experiencias en vivo entre las generaciones millenial y Z, que valoran la música en directo por encima de generaciones anteriores, convirtiéndola en una forma de consumo cultural clave y en una fuente creciente de ingresos para artistas y promotores».

La pandemia, claro, cambió algo en las costumbres. Las experiencias de encierro y la íntima claustrofobia de la mascarilla provocaron una explosión hacia la calle que modificó los hábitos y que se mantiene todavía. Las redes sociales son otro de esos factores clave en la aceptación masiva de los conciertos. Las dinámicas de relación virtual provocan en los usuarios la llamada «ansiedad social», conocida entre los jóvenes como FOMO («Fear of Missing Out»), que es como se conoce al miedo a quedarse fuera de algo en donde participan todas las amistades y conocidos. Esa dinámica tóxica sería uno de los factores sociológicos determinantes para la compra de entradas. Se trataría de una doble causa entre compartir experiencias físicas con cierto sentido de comunidad y la de aparecer en esos eventos que vemos repetidos hasta la saciedad en redes sociales. Según una encuesta de la compañía Ticketmaster, la que más boletos vende en España y en el mundo, esta sería una cuestión determinante en la motivación para la compra de entradas para el público que va de los 15 a los 34 años, el segundo más importante, aunque todavía por detrás del de 45 a 54, de mayor poder adquisitivo. Los conciertos y festivales se han convertido en un enorme negocio (tanto que los mayores fondos de inversión internacionales, con intereses en industrias estratégicas, compran acciones de festivales y promotoras en España) y la ola no hace más que crecer. Veremos por cuánto tiempo.