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Aniversario de cine

Una noche de verano con los Dioses de Wilder

Coincidiendo con el 75º aniversario de una de las mejores películas ya no solo de la impecable filmografía de Billy Wilder sino de toda la historia del séptimo arte, el madrileño Cine de Cibeles, habilitado ahora para esta época estival, proyecta una cinta inmortal por la que sigue sin pasar el tiempo

El Crepúsculo de los Dioses LR

Hay un sosiego respetuoso y una belleza elástica en los gestos de las personas que aguardan en la cola de las puertas del espacio Cibeles de Cine o, que por lo general esperan para entrar en cualquier lugar en el que está a punto de proyectarse algo, que solo puede apreciarse los domingos, cuando por fin se produce ese desprendimiento silencioso -también corporal- de todo lo que somos durante la semana y se abre paso aquello que deseamos ser durante las dos horas que dura el pacto con la ficción mientras asistimos encaramados a los filos de un sueño suspendido en no se sabe bien qué sitio a la sucesión de vidas imaginadas por otros, interpretadas por otros, conservadas en el tiempo por otros.

El calor seco y taladrante indisoluble de la atmósfera urbanita que condensa las principales arterias de una ciudad entrampada en su propia estructura pirolítica como Madrid y la discreta aparición de alguna estrella salpicando con su disimulada luz de objeto limitadamente astronómico las cabezas de los asistentes ya sentados en las sillas de la Galería de Cristal del Ayuntamiento, convierte la noche en un escenario de oportunidad donde todo está permitido: incluso el desmayo o el recuerdo. "Qué gran actriz la Swanson, ¿verdad? Qué cara de peligro tenía", le inquiere Carmen a su marido de unos 65 años –que guarda un divertido parecido con Walter Matthau– mientras terminan de acomodarse en los asientos y antes de que la gran lona que conforma la pantalla interrumpa la oscuridad en la que estamos sumidos, reconociendo perfectamente, por una evidente cuestión de práctica en el pasado, con la sabiduría de los olmos, los mapas y los caballos salvajes, la forma que tiene esa cara y las veces que ella misma intentó utilizarla para decirle te quiero sin que Matthau, que en realidad responde al nombre menos aventurero de Francisco, se confiara demasiado. Ellos saben. Nosotras sabemos.

Parecida pero no igual

"Sí, esto es Sunset Boulevard. Los Ángeles, California. Ya ven que se ha encontrado el cadáver de un hombre en la piscina con dos disparos en la espalda", pronuncia una voz en off después de que se presente el título de la película estampado en el bordillo de una acera, aparezcan los protagonistas y el nombre de su creador resuene horadando el interior de los presentes como un enorme órgano de misa. Dirigida por Billy Wilder. Amén. Cuando uno piensa en "El crepúsculo de los dioses", unánimemente apreciada como una de las mejores de la historia del cine aunque Wilder la considerara "sólo una película", de cuyo estreno en la década de los cincuenta se cumplen ahora nada menos que 75 años, asocia de manera casi automática su simbolismo generacional como exponente del cine negro al supuesto paralelismo entre la figura real de Gloria Swanson y el personaje de Norma Desmond.

Una mujer que lidia con el envejecimiento habiendo sido una diva estratosférica, una estrella mayúscula, mientras la industria te arrincona, te margina y te deshecha después de que millones de personas hayan querido ser como tú se convierte en el gran bastión narrativo de una de las grandes historias de Hollywood y en un pretexto perfecto para que Wilder materialice su obsesiva idea surgida en uno de sus largos paseos por Los Ángeles de contar la vida de una de esas antiguas primadonas del cine mudo que en 1940 todavía subsistían habitando algunas de las grandes mansiones llenas de misterio y nostalgia que alfombraban Sunset Boulevard tras haber perdido cualquier tipo de contacto con la industria.

"En realidad no conozco a nadie que haya vivido como Norma Desmond"

Gloria Swanson

Wilder se preguntaba, abrazado posteriormente por la creatividad, los matices y el talento de Charles Brackett –con quien formaba una de las mejores duplas de guionistas de todos los tiempos– cómo serían sus vidas ahora que "el desfile había pasado ante ellas", ahora que seguían fitzeralianamente "empujadas incesantemente hacia el pasado". Pero Norma Desmond, esa mujer rabiosamente huracanada y delirante, habitante exclusiva de un pasado de serpentina y champán en el que sólo queda ella dando vueltas en mitad del salón de una fiesta terminada, violenta militante de la decadencia con sonrisa mefistofélica y empaque de columna griega que se enamora de un joven guionista como Joe Gillis al que contrata para escribir la película de su regreso a una industria que ha decidido vomitarla después de haberla engullido, fue creada en el proceso mismo de construcción de la propia película, no sacada de la vida de Swanson. Al principio su papel no era tan grande, pero ella sí lo era ("son las películas las que se han hecho pequeñas") y de manera orgánica hubo una adecuación por parte del cineasta a las habilidades y aportaciones de la intérprete.

Durante una entrevista concedida en el marco de un homenaje a toda su trayectoria profesional como la gran estrella del cine mudo impulsada por Cecil B. De Mille que fue (qué emocionante y tierno resulta ver al propio De Mille ejerciendo de director en la película y dirigiéndose a Swanson como ‘‘jovencita’’, que era como solía llamarla cuando ella trabajaba para él), su nieta, Brooke Anderson, reconocía que el personaje de Desmond, ese que "atrapa al joven guionista en su telaraña y no lo deja ir", mostró "lo complicado que llega a ser el amor. Enamorarse de ese hombre más joven fue doloroso y también valiente. Para ella fue un papel, no su vida. Ella no era como Norma Desmond, una estrella de cine envejecida, era mucho más que eso".

En sintonía con esta defensa de una necesaria disolución de las similitudes entre personaje y persona a pesar de las coincidencias claras que hubo entre ambas, fue la propia Swanson quien delimitó en otra entrevista televisiva que "mucha gente me pregunta si “Sunset Boulevard” era mi propia vida, lo cual es bastante extraño. Tenían la idea de que era una persona o una combinación de personalidades, pero en realidad no conozco a nadie que haya vivido como Norma Desmond".

En el interesante documental dirigido por Jeffrey Schwarz, "Boulevard: Una historia de Hollywood" se cuenta cómo Swanson fue una de las primeras mujeres cineastas que fundó su propia productora, se dedicó a los inventos y patrocinó a inmigrantes de Europa del Este para que vinieran a los Estados Unidos a crear, además de ser una gran precursora del yoga. Tuvo su propia línea de cosméticos, su propia línea de ropa, nunca dudó en aprovechar la siguiente oportunidad que se le presentara, se introdujo en la televisión con un programa de entrevistas, era una mujer interesada en todas las cosas de la vida, en todos los reversos, en todos los incentivos, en todos los eventuales escenarios que aún no había pisado.

Una escena de "El crepúsculo de los dioses"Imdb

En la introducción que hace de ella el presentador Mike Wallace durante un directo emitido en 1957 se transparenta toda esa energía inspiradora de Desmond que ya estaba en la propia actriz estadounidense: "esta noche vamos tras el perfil de una leyenda, una de las historias más espectaculares de Hollywood con su glamuroso apogeo, la historia de Gloria Swanson. Este es el aspecto que tenía en los fabulosos años 20, cuando se dice que ganaba millones de dólares al año como sex-symbol en películas como “Macho y hembra” o “Zaza”. Entonces la llamaron “la mujer más glamurosa del mundo”. Las mujeres le copiaban el pelo y la mirada sensual y vendió más entradas que Rodolfo Valentino. Hoy en día, la señora Swanson es una leyenda en vida. Una mujer obstinada, con un futuro imprevisible y un pasado sensacional".

Pero cabe tener en cuenta algo que subraya la historiadora cinematográfica Cari Beauchamp en el mencionado documental y que resulta fundamental para establecer paralelismos entre la situación de la que venía la intérprete cuando Wilder descuelga el teléfono (instigado por los consejos de su colega de profesión George Cukor, que fue quien le recomendó su nombre) y la que experimenta después del éxito conseguido con la cinta, tan llena de sequía, decepción y fracasos, de proyectos inclusos como el musical de "El crepúsculo de los dioses" creado por Dickson Hughes y Richard Stapley que nunca llegó a ver la luz, al menos con su concepción primigenia. Cuando Swanson llegó a la fama, el 95% de los americanos vivían en un radio de 15 millas del lugar en el que habían nacido. No sabían nada sobre el mundo pero la llegada del cine a la ciudad provocó la posibilidad de que fueran a la vuelta de la esquina y descubrieran que el mundo estaba allí, en una pantalla. Veían a esa hermosa criatura con pieles y joyas y aspecto de haber viajado, de saber cosas que ellas no sabían. "Swanson, más que nadie, representaba esa sensación de posibilidad", apunta Beauchamp.

Una parecida a la que era capaz de transmitir un William Holden en estado de gracia en el papel de Gillis, que en ese momento se encontraba en una etapa interpretativa ciertamente errática tras su alistamiento en el ejército como consecuencia del inicio de la Segunda Guerra Mundial, consiguiendo a través de su participación en "El crepúsculo de los dioses" y a pesar de haber sido la última opción por detrás de un Montgomery Clift que rechazó el papel al no querer volver a encarnar la parte masculina joven de una relación heterosexual en la que la diferencia de edad era tan abultada después de hacer "La heredera", relanzarse y volver a situarse en un lugar de exposición beneficioso para su carrera.

""El crepúsculo de los dioses" es sólo una película"

Billy Wilder

En cierta manera y apelando al romanticismo necesario de las intrahistorias que siempre reposan en el fondo de las ideas de los directores, la cinta de Wilder –nominada por cierto a once Oscar de los cuáles sólo logró llevarse tres y uno de ellos no fue incomprensiblemente para Swanson sino para Judy Holliday por "Nacida ayer"–, inundada de homenajes velados y referencias emblemáticas a representantes del cine mudo incluyendo la participación de Buster Keaton ("no necesitábamos diálogo...¡teníamos expresión!"), de sardónicas disecciones sobre el funcionamiento cortoplacista y megalómano del Hollywood dorado e inteligentísimas críticas al canibalismo de la Prensa amarillista, les permitió a ambos actores recordar lo que se sentía volviendo a ser quienes habían sido, aunque ya no lo fueran de la misma manera.

"Prometo no volver a abandonarles, porque después de “Salomé” haremos otra película y después otra. Ésta es mi vida, siempre lo será. No hay nada más, solo nosotros, las cámaras y toda esa gente maravillosa en la oscuridad. Sr. De Mille, estoy preparada para mi primer plano". Intuimos satisfechas que Carmen, por cómo deja resbalar contundente y estoica, involuntariamente teatral, una lágrima por su mejilla tras la contemplación extasiada de esa escena final perfecta, también lo está.