Nuevos públicos
¿Cómo crear nuevos públicos para los museos en un momento en el que los usuarios tradicionales ya no resultan suficientes para legitimar socialmente estructuras que la demagogia de la crisis ha puesto bajo la lupa de la utilidad? La pregunta requeriría de un argumentario amplio y matizado para ser respondida con la solvencia exigible, pero, si nos atenemos a las políticas de programación seguidas por los grandes museos nacionales, la solución se puede sustanciar en una idea: los artistas y conceptos «franquicia». El Thyssen, por ejemplo, inaugurará en breve una importante muestra sobre Cézanne a la que le sucederán otras sobre el impresionismo norteamericano, el «Pop Art» o el diseñador de moda Valentino. El Reina Sofía, por su parte, pese a no contar para este año con ningún nombre de tanto impacto social como Dalí, llama la atención por la perseverante presencia de la pintura a lo largo de todo 2014: en el momento presente con la colectiva «Idea: Pintura Fuerza» y, en meses venideros, con las exposiciones dedicadas a Gitai, Wols o Kerry Jammes Marshall. Mención aparte merece la retrospectiva que, en junio, se inaugurará acerca de Richard Hamilton, uno de los pioneros y figuras emblemáticas del «Pop Art». Tal y como se observa, los conceptos clave sobre los que pivotan ambas programaciones no parecen esconder ningún secreto: nombres trascendentes de la historia del arte y del diseño –Cézanne y Valentino–, los movimientos más reconocibles y admirados por el público no-experto –Impresionismo, Posimpresionismo y «Pop Art»-, y el retorno a los lenguajes y soportes identificados por el imaginario social como el «verdadero arte» –la pintura. A priori, unos criterios como los ahora reseñados no merecen objeción alguna –se trata de episodios fundamentales del arte moderno y contemporáneo que requieren de tanta atención y protagonismo como cualquier otro. El problema, empero, es si, mediante este tipo de estrategias de repercusión social, no se está cayendo en una suerte de «pulsión cuantitativa» –a más visitantes, más legitimidad– que, a la larga, creará una serie de hábitos y expectativas difíciles de satisfacer. Cada nuevo usuario que gana un museo es una enorme noticia –hasta ahí todos de acuerdo. La incógnita es saber cuánto de este nuevo público se convertirá en incondicional, y cuánto dependerá de la capacidad epatante de una programación que no siempre podrá cerrar telediarios.