Paco Cepero: «El artista es un complemento que da Dios y hay muy pocos tocados con la varita»
Son casi 70 años los que este guitarrista y compositor, autor de algunos clásicos de la canción melódica, lleva en activo. En esta charla repasa su trayectoria
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Una vez levantado el edificio es fácil restarle valor. Pero hay carreras de fondo que no pueden minimizarse, o no deben. La del guitarrista y compositor Paco Cepero (Jerez de la Frontera, 1942) es una de ellas. Pese a no tener la vitola de las grandes estrellas de su género, su talento sí posee la misma estatura que muchas de las más celebradas. Ha parido más de ¡800! canciones –«llevo 66 años de profesión, luego, si te pones a pensarlo, no son tantas», dice, quitándose importancia–, algunas de las cuales –«Esta cobardía» (letra de Francisco Martínez Moncada), «Corazón de acero», «Amor, amor», «¿Dónde estás, amor?», «Acaríciame» (letra de Ignacio Román)– se hicieron famosas en las voces de Julio Iglesias, Chiquetete, Lolita, Rocío Jurado y María Vidal, y ha acompañado a la guitarra a los grandes del flamenco, de Antonio Mairena o Terremoto a Camarón. Su vida es desbordante, le digo, y le pregunto por dónde deberíamos empezar la entrevista: «Yo empezaría por donde entré en la profesión de componer, que fue con el mundo flamenco. Con el Turronero y “Me tocó perder” (1977). Después con Chiquetete y “Dame tu querer” y “Te quiero, niña” (1977, 1979). Ahí empecé a fraguar lo que soy a día de hoy. Nadie nació sabiendo y yo tuve mi aprendizaje, muchos, muchos años». Sus canciones más famosas son de las décadas de los 70 y 80, pero él relativiza el valor de los éxitos: «En esto de las canciones, tú pegas un pelotazo y ya está. Yo estaba como desapercibido, y cuando Lolita graba “Amor, amor” me descubren nacional e internacionalmente. Me llaman y empiezo a dar éxitos, una cosa llevó a la otra. Cuando tienes éxito todo el mundo te llama, pero si no das con un éxito no te llama nadie, esto es así». ¿Y cómo surgió «Esta cobardía»? (es, con «Amor, amor», su canción más conocida): «La música es mía y la letra es de Paco Moncada, un hombre que ya era mayor. Me invitó a comer unas migas manchegas en su casa y me dijo: “Mira, Paco, qué letra más bonita”. Pusimos una grabadora y de ahí salió la música de esa canción, del tirón». ¿Se considera más músico o compositor? «Soy una persona poliédrica. Cuando toco flamenco soy el más flamenco del mundo, y cuando estoy componiendo soy una persona muy musical, porque tengo una vena musical muy amplia. En aquella época había muchos letristas que me daban letras, porque yo no tenía tiempo de hacerlas. Hacía 12 o 14 producciones al año y en el estudio podía hacer uno, dos o tres temas, no más. Pero teniendo tiempo, a mí me da la vida hacer las letras de mis canciones. Ahora, hay que darle al César lo que es del César. Yo era el hombre más visible, el que producía, el que leía los temas, la piedra angular, pero había otra gente. Es la letra, la música, el arreglista, el ingeniero de sonido, el marketing… Para llegar a un éxito hay una labor de equipo, y si el equipo no está unido aquello no funciona».
«Paco de Lucía decía que había aprendido mucho a mi lado, lo cual es un orgullo enorme»Paco Cepero
Arribó a Madrid a principios de los 60 y empezó a trabajar en el tablao de Manolo Caracol, Los Canasteros. Ahí empezó todo. Fue una edad de oro compartida con Camarón, Paco de Lucía, Las Grecas… «Inauguré Los Canasteros en el 63 –rememora–. Para que te hagas una idea, Caracol bautizó a mi hijo Paco, que tiene ahora 59 años. Y yo le he tocado a Antonio Mairena, Juan Talega, al Sevillano, al Niño de la Calzá, a Antonio el Chaqueta, al Tío Borrico, al Sernita, al Sordera, al Terremoto, a La Perla de Cádiz y a La Paquera de Jerez, que fue la primera que me sacó... Y con la juventud me involucré mucho y creé un tipo de canciones “aflamencás” que, al principio, los eruditos decían: “Paco Cepero está prostituyendo el flamenco”. Y fíjate: ahora mismo, la “prostitución” está basada en casi todo lo que yo hice en esa época. Al flamenco –prosigue– le tengo un respeto muy grande y soy incapaz de cambiar una soleá, una seguiriya, una toná. Yo he puesto una letra, una música, he hecho unos tangos, pero Dios me libre de tocarle a la raíz. Y esa frasecita de “flamenquito” me repele. Es vulgar y desprecia un legado que nos han dejado los mayores y que debemos cuidar».
«En Eurovisión hay que coger una canción buena y quítate de enchufismos»Paco Cepero
De cuantos artistas de enorme talla ha conocido, Cepero guarda un recuerdo especial de Lola Flores: «La palabra artista es carísima, no todo el mundo lo es. Puedes ser un gran cantaor y no ser artista. El artista es un complemento que da Dios y hay muy pocos tocados con la varita. Mairena era una enciclopedia, pero no era artista. El Beni de Cádiz era mucho menos, pero era artista. Y Lola también lo era, una de las grandes. La gente decía que no sabía cantar. Lola cantaba bien, bailaba bien, recitaba bien, era una gran actriz, tenía un ángel especial, reunía todas las condiciones. La veías andar por la calle y decías “ahí va una artista”. Me encantaba estar con ella, porque tenía tantísima personalidad y tantísima gracia... Mira si hace ya años que se fue al cielo y sigue viva. Lola es eterna».
Cepero compuso el tema –«Él»– con el que, en 1982, la cantante sevillana Lucía representó a España en el Festival de Eurovisión, celebrado en Harrogate (Reino Unido), y obtuvo un digno décimo puesto: «Es que era la guerra de las Malvinas y a Televisión Española no se le ocurrió otra cosa que hacer una coreografía bailando un tango… ¡En Inglaterra! Jajaja. ¡No nos mataron de milagro! Pero la canción era muy pegadiza». Reconoce que ya no sigue ese festival: «Cuando vi lo de Chikilicuatre… Aquí hacen barbaridades. Hay que coger una canción buena y quítate de enchufismos y de casas discográficas. ¿“Zorra”? Ni la he escuchado. Es que mi mundo es otro. Soy como la canción de María Jiménez», responde irónico.
¿Cree el guitarrista que se le ha hecho la debida justicia o que debería tener un mayor protagonismo? «Uy, doctores tiene la Iglesia. Ya dirá el tiempo si lo que he sembrado ha valido la pena, pero yo soy el menos indicado para hablar de mí. El que dice “yo soy” es porque no tiene nadie que le diga “tú eres”. Muchos guitarristas me dicen que no se me ha hecho justicia, porque yo he creado mi estilo de toque. ¿Y sabes quién me daba mi sitio? Paco de Lucía. Siempre se enfadaba con los guitarristas y les decía que estaban equivocados conmigo, porque yo era más largo de lo que ellos creían. Y decía que había aprendido mucho a mi lado, lo cual es un orgullo enorme para mí».
Por JAVIER MENÉNDEZ FLORES
Aquel zagal que jugaba a la billarda y al trompo y a las canicas en el barrio de San Miguel, entrañas de Jerez, donde el flamenco es la segunda religión y el arte mana de las fuentes y se refugia en dos de cada tres balcones, sintió la llamada de las seis cuerdas por culpa de la radio. Su oído atrapaba al vuelo cada una de las melodías de aquel aparato que parecía cantar sólo para él, y quienes llegan a viejos de sobra saben que el único modo de concretar un deseo es desgastando el mazo mientras se sueña con los ojos abiertos.
(No se da ni cuenta, Paco, que cuando la miro, por no delatarme me guardo un suspiro. Qué cobardía la mía y qué valiente tú, que te plantaste en Madrid sin más equipaje que una guitarra y entraste en Los Canasteros espoleado por el hambre que da la ambición y con la humildad de quien sabía que pisaba el suelo sagrado de un templo. Y pusiste tu instrumento al servicio de las más dotadas gargantas, por más que a cada segundo tuvieses que embridar la emoción que se empeñaba en salir de ti como el chorro de lava de un volcán).
Mirabas a Paco de Lucía hacer su trabajo y te preguntabas si no sería un impostor, un dios disfrazado de mortal, porque aquello rebasaba los márgenes de la excelencia. Y en el Camarón niño advertiste enseguida al heredero natural de toda una tradición, pero con un timbre distinto. Ese muchacho tenía almíbar en las cuerdas vocales, el acero de un hombre y la seda de una mujer, y no era difícil vaticinar que estaba llamado a inaugurar una nueva era. Pero entre el millón de recuerdos que atesoras resplandece la efigie de Lola Flores, que era un trueno incluso cuando cerraba la boca. Esa majestad, esa fuerza que adornaba cada gramo de su percha menuda, no la has vuelto a ver jamás en nadie, y no será porque no has mirado a los ojos a decenas de titanes.
(No se da ni cuenta, Paco, que tiemblo a su lado y hasta me sonrojo. Qué cobardía la mía y qué valiente tú, que en cuanto pudiste te llevaste a tus padres a la gran ciudad para devolverles todo el amor que le habían dado a su único hijo. Hay pocos placeres que superen a ese. Lo constatas cada vez que la nostalgia se te sienta enfrente provista de su abultado álbum de fotos).
Dejadle a Paco andar por Jerez, porque ese deporte le da la vida. Dejadle pisar su ciudad, recorrerla como quien camina por el salón de casa, que se lo ha ganado a golpe de muñeca y sentimiento. Dejadle notar sobre él, como el sol amigo de las primeras horas del día, la mirada del de la Puerta Real, que todo lo sabe y todo lo ve, mientras sus recuerdos viajan de la calle Encaramada a la de Santa Clara, donde empezó a fraguarse su buena estrella.
Paco no se ha echado una sola siesta en las últimas siete décadas, porque no se escriben ochocientas canciones, algunas de ellas inmensas, tumbado a la bartola, sino bregando, incluso, mientras se duerme.
(No se da ni cuenta, Paco, que es su alma fría la que me atormenta. Qué cobardía la mía y qué valiente tú, que no te conformaste con ser uno más y creaste un estilo que cualquiera que tenga oído identifica en las primeras notas. Cuánta valentía, sí, y no te das cuenta).