Pirámide del Louvre: treinta años de aquella polémica faraónica
Han hecho falta tres décadas para que la entrada del museo, por la que tantas críticas recibió el entonces presidente Mitterrand, se convirtiera en un símbolo de París
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Han hecho falta tres décadas para que la entrada del museo, por la que tantas críticas recibió el entonces presidente Miterrand, se convirtiera en un símbolo de París
Hacer ejercicios de hemeroteca con motivo de grandes efemérides monumentales parisinas suele interferir en ocasiones con uno de los debates más apasionantes y transversales que existen en el mundo de la cultura y en el que opinan desde intelectuales hasta las clases populares. No hay quien se resista a dar su opinión, con mayor o menor acierto, sobre cómo lo contemporáneo debe acoplarse a lo clásico. ¿Sacrilegio o maravilla?. Hace 30 años, cuando el socialista Mitterrand inauguró la acristalada pirámide del renovado Louvre, le llovieron improperios que, leídos desde la atalaya del tiempo tres décadas más tarde, no dejan de sorprendernos. “Va a convertir el Louvre en la casa de los muertos”, llegó a escribir el prestigioso "Le Monde".
Hubo libros enteros firmados por sesudos historiadores en contra del que denominaban “proyecto del primer faraón de Francia” e incluso llamamientos a la insurrección. "Nos decían que estábamos asesinando un palacio de la época de Felipe Augusto", rememoraba estos días de conmemoraciones por la efeméride Jack Lang, el osado ministro de Cultura que en 1981 propuso a Mitterrand la gran remodelación del Louvre, hasta entonces ocupado parcialmente por el ministerio de Finanzas que contaba con un vetusto aparcamiento para funcionarios en el lugar donde hoy está la pirámide.
La polémica estalló cuando en 1984, un lustro antes de inaugurarse la pirámide, un diario francés publicó la maqueta en su portada. Previamente se había mostrado en secreto, a modo test, a 50 grandes personalidades de la cultura francesa entre las que estaban Catherine Deneuve, Pierre Bergé, Serge Gainsbourg y Gérard Depardieu. Pero todo aquel vendaval de críticas puristas tuvo un efecto contrario y no hizo más que impulsar la decisión de Mitterrand para acometer su proyecto. “Le gustaban las controversias”, dicen muchos de los que conocían bien al ex presidente.
Con el paso del tiempo, se estableció un gran consenso sobre el acierto. La pirámide resolvía todos los retos del anquilosado Louvre: permitía al museo dotarse de una entrada única, evitaba tocar la fachada del que fuera palacio real y, además, respondía al deseo de Mitterrand de tener una estructura lo más ligera posible. Incluso el suplemento cultural del "Figaro", el medio más crítico, acabó pidiendo celebrar su propio aniversario en la pirámide.
Treinta años después la obra del arquitecto chino Leoh Moing Pei cuenta con el aplauso unánime. Antes de la pirámide, el Louvre apenas llegaba a los dos millones de visitantes anuales. El año pasado se superaron los 10 millones. No fue un caso aislado, ni mucho menos. Otros grandes emblemas de la ciudad como la torre Eiffel o el Museo Pompidou desataron idénticas guerras entre puristas y modernos. Algo quizá inimaginable para los miles de millennials que cada día se toman "selfies"con el ilustre monumento a sus espaldas.