¿Podría un museo nutrirse solo con réplicas?
Este proyecto se ha ubicado en un antiguo palacio de Sadam Huseín en la ciudad de Basora que ahora se quiere dedicar a la cultrua iraquí
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El Museo de Basora, situado en la ciudad del mismo nombre, fue uno de los nueve museos saqueados por las turbas durante los levantamientos contra el régimen de Sadam Huseín después de finalizar la Primera Guerra del Golfo. Lo que quedó de la colección se envió a Bagdad para ser almacenado. Frustrado este proyecto original, el Museo volvió a abrir sus puertas en 2019 con una nueva ubicación: un antiguo palacio de Sadam Huseín. Ahora, tres anos después de este acontecimiento, el Museo de Basora acaba de anunciar un nuevo proyecto que, bajo el título de «Jardín de la Civilización» se realizará en su patio. La filosofía con la que parte este proyecto es dar a conocer a los iraquíes algunos de los hitos de su patrimonio dispersos por el mundo. Además de instalar réplicas del Ziggurat de Ur y la puerta de Ishtar de Babilonia, los planes futuros -sujetos a la llegada de la necesaria financiación- incluyen una copia de la histórica calle Al-Mokab. Esta idea de la réplica como estrategia para reagrupar un patrimonio que se distribuye por diversos museos del mundo adquiere si cabe más importancia en un contexto internacional en el que no pocos países están reclamando a los grandes museos la devolución de su patrimonio expoliado.
¿Podría ser la réplica una solución para no poner patas arriba el status quo museístico internacional y satisfacer, al mismo tiempo, las demandas de los diferentes países implicados? Depende de los casos –como en todo en la vida–. Difícilmente el gobierno griego, por ejemplo, aceptaría una réplica de los frisos del Partenón que lucen el British Museum. La deconstrucción posmoderna de los conceptos de «original» y «copia» –hasta el punto de tornarlos en nociones equivalentes e indiferenciadas– no sirve para un tema tan espinoso y candente como el del retorno de objetos artísticos a sus países de procedencia. La copia funciona como una aceptable solución cuando, como en el caso del Museo de Basora, se persigue una finalidad pedagógica. Pero, por el contrario, la copia se convierte en un deficiente artefacto cuando de lo que se trata es de generar una experiencia estética original que, por tanto, tenga la capacidad de atraer a visitantes desde las diferentes coordenadas del planeta. El celebérrimo concepto de «aura» acuñado por Benjamin sirve perfectamente para establecer una nítida diferenciación entre el original y la copia: el original posee ese aura susceptible de convertir una obra en una imagen/lugar de culta; la réplica, sin embargo, carece por completo de esta dimensión cultual. Los propósitos divulgadores que persigue el Museo de Basora con las réplicas del Ziggurat de Ur y de la puerta de Ishtar de Babilonia no requieren de dicha magnitud aurática. Sin embargo, los frisos del Partenón, sí. La réplica ha ganado terreno en la mentalidad de la cultura contemporánea -abocada a la reproducción infinita de imágenes y productos de toda índole-, pero el original sigue teniendo un estatus que muchos países e instituciones no están dispuestos a negociar.