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¿Por qué la progresía occidental (y parte de la derecha) mira a China?

Ante la falta de referentes, la izquierda política ha comenzado a virar hacia el gigante asiático como manera de formar un bloque anti-Trump

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La victoria de Donald Trump en las pasadas elecciones ha removido todo el terreno político global. Y es que más allá de cualquier polémica o acción del mandatario, su mera elección ha producido un extraño giro en buena parte de la izquierda, aunque no en exclusiva, hacia el régimen chino. Siquiera mentar el nombre del mandatario americano se ha convertido, para ciertos grupos de personas, en una especie de grito furibundo en favor de una dictadura capitalista. Así, políticos norteamericanos de izquierdas, como Bernie Sanders, han afirmado que la victoria de Trump y sus medidas «significan la dictadura». También Ocasio Cortez, líder de los demócratas socialistas y destacada figura progresista, afirmaba el pasado 20 de enero que Estados Unidos estaba, con la nueva composición gubernamental, en la «víspera de un régimen autoritario».

Esto, por supuesto, no se ha quedado en un fenómeno americano y nuestra izquierda patria ha realizado un proceso similar. Desde casi todos los partidos y agrupaciones de izquierdas se ha afirmado, a través de sus máximos representantes, que Trump es la victoria del «fascismo» y que hay que combatirlo con la máxima dureza posible. Ahora bien, esto ha producido un particular giro de cierta parte del progresismo global, y de forma más llamativa, latinoamericano y español, que los ha llevado a apoyar a un régimen que, en sus 80 años de vida, ha protagonizado algunos de los momentos más brutales de la humanidad.

China y el mundo hispano

La pregunta que se nos puede ocurrir a todos es ¿Y por qué China? Y es que esto no es casual, ya que gobierno chino lleva décadas haciendo su trabajo y con Trump ha sucedido la oportunidad perfecta para que la izquierda apoye al régimen. Durante décadas el gobierno del gigante asiático ha mostrado su apoyo, tanto económico como cultural, a numerosos países que han servido de referencia a buena parte de los llamados «progresistas».

China ha tratado de acercar posturas con los partidos de izquierda a nivel global y, más concretamente, latinoamericanos en los últimos tiempos. Así, lleva décadas aumentando su colaboración con estados declaradamente de izquierdas como Venezuela o Cuba, y planteándose a sí misma como una nación «imperialista buena», en palabras del profesor Max Povse. De tal manera, introduciendo paulatinamente la idea en la izquierda latinoamericana y, por inercia, en la española y europea occidental, de que optar un por dominio chino es mejor que aceptar el poderío norteamericano.

Povse también recalca en su artículo «China: estrategias de influencia en América Latina» que el proceso de relación de China con la izquierda tiende a producirse también a través de procesos de formación académica, construyendo centros de educación y lazos culturales con las diferentes formaciones locales para poder vender la idea de que «si en China funciona, en tu país también», favoreciendo un discurso en el que se obvian los aspectos negativos del régimen, como la opresión o las malas condiciones, para enfocarse en el supuesto crecimiento económico irrefrenable del país. Así, figuras prominentes de la izquierda latinoamericana como Nicolás Maduro, Lula da Silva o Cristina Fernández de Kirchner mostraron, y siguen haciéndolo, una clara simpatía hacia el gobierno chino, al que consideran uno de sus mayores apoyos.

Trump, la oportunidad perfecta

Con la victoria de Donald Trump la situación se ha mostrado perfecta para que este fenómeno se radicalice aún más. El mandatario americano ha sido claro y, en general, ha mostrado su interés en colaborar de forma cercana con gobiernos similares en ideología mientras que cargará contra aquellos partidos o estados que, según su forma de verlo, combatan a las creencias americanas y liberales. Sea o no esto una decisión inteligente, ha permitido que entre la izquierda progresista se extienda la idea, que lleva años sembrándose, de que China es la solución y el modelo al que aspirar o, al menos, que es un socio claramente preferible a los Estados Unidos ya que Trump, para estos grupos, representa poco menos que la maldad encarnada.

Curiosamente, hace pocos días Pablo Iglesias representó este giro y, tal vez sin saberlo, nos dio las claves que lo empujan e interpretó a la perfección el guion que se está comenzando a difundir entre la izquierda progresista. El exvicepresidente afirmaba en RNE que habría que preguntar a la población qué mandatario les aterraba más, si Xi-Jinping o Donald Trump. Sus conclusiones fueron muy claras, según su forma de verlo «la democracia en Estados Unidos produce como resultado un peligro para la humanidad», mientras que China representaría, en sus propias palabras, más sensatez y seguridad en las relaciones internacionales.

El discurso anti-Trump se ha convertido ahora en un elemento legitimador del apoyo al régimen chino pase lo que pase. Y es que la izquierda en general, sobre todo la más radical, parece haberse quedado sin grandes referentes globales. Con un Partido Demócrata americano completamente derrotado y Rusia, la antigua Unión Soviética, convertida en un régimen declaradamente hostil con Estados Unidos y Europa, quedan pocos sitios en los que buscar una guía o, al menos, un aliado del que poder presumir. De tal manera, la izquierda habría comenzado a buscar en China ese referente, tal vez no de forma completa, pero si constante, al que contraponer frente a los Estados Unidos de Trump, precisamente la tesis del informe «Marriage of Convenience: How the European Far Right and Far Left Converged on China», publicado en la prestigiosa revista «The Diplomat» el pasado diciembre.

La idea de un estado como China, comunista –o socialista– económicamente exitoso, enfocado en proporcionar una opción contraria al capitalismo y declaradamente antiimperialista habría dado alas a ciertos grupos de izquierda progresista que, tradicionalmente, no habían prestado mucha atención a esa parte del mundo o que incluso habían criticado al régimen asiático por su autoritarismo. Este tipo de apoyo, de acuerdo con el informe, está creciendo en diferentes grupos y, aunque aún no es un asunto completamente «mainstream», no falta mucho para que esto ocurra. Y es que anti-Trumpismo, como podemos ver, está generando extraños aliados y consolidando la idea de que la situación y la opresión que se sufre en China puede ser obviada en favor de la supuesta causa de acabar con Donald Trump. Preferir a un régimen dictatorial frente a una democracia. Todos contra Trump sin pensar mucho, que parece que es lo toca.