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¿Quién puso nombre a Jack el Destripador?

El propio asesino en serie desveló su identidad (o al menos su nombre de guerra: Jack el Destripador).
El propio asesino en serie desveló su identidad (o al menos su nombre de guerra: Jack el Destripador).larazon

Lejos de esconderse, el asesino por antonomasia del siglo XIX mandó una carta a una agencia jactándose de sus fechorías y desafiando a encontrarle.

El jefe de la Sección de Investigación Criminal de Scotland Yard, James Monro, comprobó en 1888 que la Policía metropolitana londinense no pisaba aún terreno firme. Monro no era un sabueso cualquiera; estaba curtido en las técnicas policiales de la época, aunque fuesen limitadas, desde su estancia en la India, y llevaba ya cuatro años como uno de los responsables del cuartel general de Londres. Pero del 6 de agosto al 9 de noviembre de aquel año, los horrendos crímenes de un asesino desconocido sembraron el pánico en toda Inglaterra.

El mismo día, 6 de agosto, en los oscuros callejones del barrio londinense de Whitechapel apareció el cadáver de Martha Turner, prostituta de 35 años. Tenía la garganta seccionada por una navaja. El 31 de agosto fue asesinada Ann Nicholls, otra prostituta. A estos dos crímenes siguieron otros cuatro: el 8 de septiembre fue asesinada Annie Chatman; el 30 de septiembre, Elizabeth Stride y Katherine Eddowes; y finalmente, el 9 de noviembre, Mary Kelly.

El oficio más viejo

Todas las víctimas se ganaban la vida ejerciendo el oficio más viejo del mundo, y todas ellas aparecieron degolladas, algunas con tanta brutalidad, que la cabeza estaba casi separada del tronco. No satisfecho con ello, el asesino, ávido de sangre, había arrancado órganos enteros del cuerpo de las víctimas. El procedimiento utilizado para cortar revelaba ciertas nociones de cirugía. Todos los crímenes se cometieron de noche.

A pesar de que Charles Warren, jefe de Policía, mantuvo sin interrupción patrullas de vigilancia en los barrios donde operaba el sádico criminal, y aunque todos los funcionarios de Scotland Yard se pasaban las noches enteras sin pegar ni ojo, el asesino no aparecía. Warren, antiguo militar y aventurero en África, se vio obligado a dimitir como consecuencia de la gran indignación popular ante la ineficacia de la Policía; ni siquiera el ascenso de Monro a jefe superior de policía, ni el de Robert Anderson como nuevo responsable de la Sección de Investigación Criminal, sirvieron de algo. Tras la muerte de Mary Kelly, los asesinatos cesaron de pronto y jamás pudo desentrañarse el misterio.

A juzgar por el dantesco estado en que la policía descubrió el cadáver de Mary Kelly, tras derribar la puerta de su tugurio, el criminal se despachó a gusto para el resto de sus días: la víctima yacía en la cama de espaldas y desnuda, tras ser acuchillada de oreja a oreja, y arrancadas luego éstas y la nariz; también se le habían seccionado los senos, colocándolos en la mesita de noche junto a los riñones; el abdomen y el estómago estaban abiertos, y el hígado reposaba sobre el muslo derecho; la porción inferior del tronco y el útero habían desaparecido...

Sin tiempo a gritar

A esas alturas, el autor de semejante escabechina había enviado una carta a la agencia Central News. Redactada con tinta roja y fechada en Londres, East Central, el 27 de septiembre, cuando ya había cometido sus tres primeros crímenes, decía así: «Querido jefe: He oído decir que la policía me anda buscando, pero todavía no he sido apresado. Me río cada vez que presumen de su astucia y afirman estar sobre la pista. La broma respecto al delantal de cuero me provocó un ataque de hilaridad.

Me asquean las rameras y no dejaré de exterminarlas hasta que esté satisfecho. El último trabajo fue verdaderamente magnífico. No le di a la mujer tiempo de gritar. ¿Y ahora cómo podrán atraparme? Me gusta mi labor y no la abandonaré. No tardará en volver a saber de mí.

Había conservado un poco de sangre en una botella de cerveza para escribirle con ella, pero está coagulada y no es utilizable. La tinta roja sirve lo mismo. ¡Ja, ja, ja! La próxima vez que actúe le cortaré a la dama las orejas y se las enviaré a la policía como recuerdo. Guarde esta carta hasta mi nuevo trabajo y luego tírela. Mi cuchillo es estupendo y muy afilado, por lo que me pondré a actuar inmediatamente, si tengo ocasión. Buena suerte. Sinceramente suyo, Jack el Destripador.

Posdata: No me importa dar mi nombre de guerra. Ahora dicen que soy médico... ¡Ja, ja, ja!».

Fue así como «Jack the Ripper» (Jack el Destripador), nombre con el que se bautizó a sí mismo el maníaco criminal, se convirtió en un símbolo de terror y angustia que todavía hoy, más de 125 años después, perdura como el ogro de un cuento de miedo para asustar a los niños, formando parte del folclore popular como uno de los grandes malvados de la historia.

@JMZavalaOficial