Los crímenes son para el verano (V)
El Sacamantecas: el violador real del folclore español
Considerado la materialización de la leyenda, este ignominioso asesino de Vitoria terminó ejecutado
Juan Díaz de Garoya Ruiz de Argandoña solo aparentaba nobleza en sus apellidos. Era feo como un demonio, quizá como el íncubo que aseguraba tener dentro cuando asesinaba, violaba y destripaba mujeres. Tenía la cabeza grande como un pozo, ojos pequeños, hundidos y estrábicos. Un occipucio plano comunicaba su cabeza con un cuerpo sanguíneo. Había nacido en 1821 en Eguilaz, un pueblo de Álava. En sus últimos días podía contar siete hermanos, dos padres borrachos y maltratadores, cuatro matrimonios y seis mujeres asesinadas. No mató más porque fue detenido.
A la edad de treinta años marchó a Vitoria, la capital. Una amiga le había informado de que su hermana había enviudado y necesitaba un marido para trabajar las tierras. Era Antonia Berrosteguieta. La llamaban «La Zurrombona» por el marido finado. Acordaron el negocio, se casaron en 1850 y tuvieron tres hijos. Estuvieron juntos trece años. Desesperado, contrajo matrimonio con Juana Salazar en 1863 para tener ayuda en la casa, pero la nueva mujer no encajó con los vástagos de Juan, que acabaron yéndose del hogar familiar. Tampoco duró mucho ese matrimonio. Ella murió de viruela en 1870. La historia nos describe hasta este momento a un hombre corriente del último tercio del siglo XIX, que podía ser de cualquier país europeo. Sin embargo, ya viudo por segunda vez, Juan comenzó a sacar su lado criminal. Con necesidad de una mujer, buscó a una prostituta. Era el 2 de abril de 1870. Encontró a Melitona Segura, conocida como «La Valdegoviesa», de 49 años. Pidió un servicio completo, y la mujer demandó cinco reales por la satisfacción. «No vales más de cuatro», dijo Juan. Sin acuerdo, empezó la discusión, que terminó con el estrangulamiento de Melitona, a la que remató ahogándola en el río Errekatxiki. Luego, la violó.
El caso se archivó, y Juan, lozano, se volvió a casar en 1871, esta vez con Agustina Ruiz de Eloizaga, alcohólica. Estuvieron casados cinco años. En ese tiempo, él no dejó de matar. Pocos días después de la boda, el 12 de marzo, asesinó a Agueda Sabando, «la Riojana», otra prostituta. Golpeó su cara hasta que la dejó sin vida. Después, ultrajó su cuerpo. Aquello debió calmar a su demonio hasta más de un año después, el 21 de agosto de 1872, cuando se encontró por un camino a una niña de trece años, Antonia Berrosteguieta, una joven criada que andaba por el camino de Gamarra a Vitoria. La ahogó con sus propias manos, la violó y escondió su cuerpo en una acequia. Antes le extrajo la grasa y las vísceras, hay quien dice que para cocinar, y que de ahí viene lo de «Sacamantecas».
Ausencia de arrepentimiento
La experiencia le animó, y una semana más tarde, un viernes, encontró en el cruce de la Zumaquera a María Campos, «la Morena», otra meretriz. La estranguló y le clavó en el corazón la horquilla que ella llevaba en el pelo. Era 29 de agosto de 1872, y su demonio interno, el pasajero oscuro, quedó saciado durante un año. En ese tiempo Juan se relajó, lo vio fácil, y atacó a una prostituta cerca del Polvorín, en Álava, en agosto de 1873. Al oír los gritos, los soldados acudieron corriendo y la mujer se salvó. El susto le hizo esperar casi otro año para intentar otra tropelía. Abordó a una anciana mendiga en el camino de Zumaquera en junio de 1874. Algo ocurrió que hizo que Juan se echara para atrás y desapareciera. Lo intentó otra vez, pero un grupo de mujeres salieron gritando.
Pasaron cuatro años, y Juan quiso recordar viejos tiempos el 1 de noviembre de 1878. Se topó con la bella Ángela López de Armentia, la Molinera de Triana, que no se dejó estrangular. Gritó y el endemoniado huyó como alma que lleva el Diablo. Ángela fue al cuartelillo, y el Sacamantecas fue detenido. Pasó pocos meses en la cárcel porque solo había sido un intento sin consumación. No hubo reinserción ni arrepentimiento. Salió de la trena y atacó a María Dolores García de Cortázar. Era septiembre de 1879. Le sacó las tripas. Lo mismo hizo con Manuel Audicana, una mujer de 52 años, dos días después. La leyenda dice que una niña lo reconoció y denunció, pero es falso. Fue Pío Fernández de Pinedo, alguacil de Vitoria, que se dio cuenta de con quién se cruzaba por las descripciones de las víctimas y lo detuvo el 1 de septiembre de 1880. En el tiempo carcelario le visitaron su cuarta mujer y su hija, aprendió a afeitarse con una cerilla y a leer. Fue ejecutado por garrote vil en Vitoria el 11 de mayo de 1881 ante 10.000 personas. Su cadáver fue expuesto durante unas horas.
Un «loco» que además lo parecía
El caso fue tratado por psiquiatras. El Dr. Esquerdo, dueño de un manicomio, le visitó en varias ocasiones. Dijo que era un loco y que no merecía morir, sino ir a un psiquiátrico. Su teoría la expuso en una conferencia en la Academia Médico-Quirúrgica Española, titulada «Locos que no lo parecen». Por aquel entonces, la escuela de César Lombroso dictaba que los rasgos faciales determinaban la criminalidad de las personas. El Sacamantecas tenía pinta de zumbado, pero eso no le condenó. Los médicos de la fiscalía dictaminaron que solo era un asesino despreciable, un «idiota moral» consciente de sus abominables actos.