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Los descubridores del pasado (III)

De Schliemann a Ventris: El hallazgo de Micenas y Troya

Enriquecido en la fiebre del oro, el arqueólogo alemán desenterró la ciudad de la «Iliada» y de Agamenón, dos hitos de la arqueología

Heinrich Schliemann
El investigador Heinrich SchliemannUniversitätsbibliothek Heidelberg

Entre mitos e historia, la arqueología logró en ocasiones decantar la balanza por el segundo término del sintagma. Así sucedió, por ejemplo, con el caso emblemático de Heinrich Schliemann, aventurero, comerciante y arqueólogo alemán, que comenzó en el terreno del mito pero que al final terminó por revolucionar la historia. Schliemann fue educado en el amor por los poemas homéricos, que recordaban un mundo heroico del pasado, y creció fascinado por la historia de aquella edad oscura a la que se refería el mítico aedo, que hundía sus raíces en el siglo XIII a. C. La épica de los cantores homéricos que se refería a esa edad de los héroes que murieron luchando en torno a la llanura de Troya, en principio tenida por un mito, luego se demostraría histórica y que sería llamada micénica por los estudiosos posteriores. La peripecia de Schliemann no tiene parangón en la historia de la arqueología. Hoy, desde luego, su figura sería imposible.

Enriquecido en la carrera del oro en Estados Unidos en la costa oeste y comprando las voluntades de los gobernantes de la Sublime Puerta, el Imperio Otomano, Schliemann se movió guiado por una asombrosa intuición, extraída de sus lecturas devotas de Homero. Al fin, halló enfrente de la isla de Ténedos, bajo la colina de Hissarlikm varias Troya superpuestas que serían luego consagradas por los arqueólogos posteriores como ciudadelas de diversas edades. Pero también supo buscar las raíces del mundo llamado micénico en el Peloponeso, donde los grandes estados de esta edad palacial, previa a la Grecia clásica, camparon a sus anchas durante los siglos de oro y hasta la edad oscura, entre los «wanakes» y «basileis». Pilos, Tirinto o Micenas, con sus muros ciclópeos y su «puerta de los leones», asombraron al mundo, como las fotografías que tomó Schliemann con el llamado «tesoro de Agamenón», que el mitómano arqueólogo quiso enseguida identificar con el fastuoso mundo de que los poemas homéricos iluminan. La tremenda gesta arqueológica, que excitó en su tiempo la fascinación por aquellos griegos de la edad del bronce, que recuerdan a los aqueos de tónicas de bronce, que cantaban los homéridas, es realmente inagotable.

Una escritura enigmática

Fue gracias a las investigaciones filológicas posteriores de Chadwick y Ventris cuando se pudo descubrir que el sistema de escritura que habían adoptado los griegos micénicos de los minoicos, llamado lineal B, era en realidad una forma arcaica de la lengua griega. La intuición de Ventris hace de él una figura en cierto modo paralela a la de Schliemann, pues ambos eran, en cierto modo, «outsiders» a la arqueología y la academia. Ventris, cuando tenía solo 14 años, quedó fascinado en una conferencia de Arthur Evans, el descubridor de Cnosos, e inició entonces su peripecia vital, aventurera y prematuramente truncada, que llama mucho la atención hoy. En aquella conferencia sobre el mundo minoico Evans mencionó la enorme dificultad a la hora de descifrar la escritura lineal que se había encontrado tanto en Creta como en el Peloponeso. Fue este desafío lo que impulsó a Ventris, arquitecto de profesión, a obsesionarse con este tema y a acometer el intento de desvelar aquel mundo misterioso, en plena edad de los grandes descubrimientos que iban a cambiar la arqueología en la época. Fascinado por las escrituras y la incapacidad de los expertos para entenderlas, dedicó muchísimo tiempo a ello. En los años 50 fue publicitando sus avances y sus traducciones, incluso en la BBC, y al final, gracias a la ayuda del clasicista John Chadwick, pudo culminar el completo desciframiento del lineal B. Hoy día el campo de la micenología, en el que, por cierto, España es puntera, ha podido desvelar gran parte de los entresijos de aquella fascinante cultura palacial, que empezó a abrirse a la ciencia de la antigüedad merced a un personaje que llamaríamos hoy «diletante» y acabó culminando con otro. Es curioso pensar cómo, a veces, los grandes expertos en un determinado tema o gremio científico se bloquean y no ven las cosas tan claras hasta que haya venido un intuitivo investigador ajeno al asunto, desde fuera y con una visión fresca y clara, a solucionarlo.

Esto nos recuerda cuán importante es la determinación personal y la obsesión por un tema para el éxito académico, en figuras como la de Schliemann en Troya y Micenas, y Ventris en la escritura micénica. Tras la Segunda Guerra Mundial, Ventris disfrutó de un gran éxito: lamentablemente murió a los 34 años, en un accidente de tráfico. Gracias a él y a Chadwick, que publicaron sus investigaciones «Documentos en griego micénico», se abrió la vía a la comprensión de una época fascinante.