Cargando...
Sección patrocinada por

España tiene Historia

Sellos con voz y bulas con poder

El documento emitido por la cancillería regia se conoce desde el siglo XIII como bula y se refiere al sello heredado de la cancillería bizantina y que se expandió como forma de verificación documental

Imagen del sello de la Bula e Oro de Carlos IV,1326. Viena. German School State Archives Viena. German School State Archives 

Verificar la identidad del emisor de un documento es algo sencillo a través de la firma digital, que no es otra cosa que un mecanismo criptográfico que permite al receptor de un mensaje firmado digitalmente identificar a la entidad o persona emisora del documento.

La digitalización en el siglo XXI ha conllevado la creación de mecanismos de seguridad que identifiquen a los agentes de las actividades administrativas, pero los elementos de verificación documental se usan ya en época medieval.

La validez de un documento se asociaba no sólo a la firma del emisor, las firmas de los confirmantes que presentan el acto jurídico, y del notario o escribano que lo certifica, sino también a la existencia en el documento de un sello pendiente. Este solía ser de plomo y aparecía colgado, unido al documento mediante una cinta o cordón, tira de cuero, torzal de hilos de seda, algodón o cáñamo, en uno o varios colores.

Imagen del sello y del texto de lo que se conoce como bula de oro de Carlos IVGerman School State Archives, VienaGerman School State Archives, Viena

El sello iba sujeto a la plica o doblez inferior del documento a través de lo que se conoce como “nudo de montaje” el cual se realizaba siempre a través de dos óculos u orificios en la plica, proporcionando el pliegue una mayor resistencia y estabilidad al sello evitando que el pergamino se rompiese por el peso.

Su finalidad prioritaria era la validación y autentificación, gozando a partir de la plena Edad Media de completa significación jurídica. En la Península Ibérica los sellos reales de plomo los introdujeron Alfonso VIII en Castilla (1186), Pedro II de Aragón (1196) y Alfonso II en Portugal (1211). Sim embargo, no se introdujeron en la Cancillería de Navarra ni los adoptaron obispos u otros prelados de la península.

Todos eran de pequeño o mediano módulo (a diferencia de los de cera, que llegaron a 13 centímetros) y solo en la era moderna se admitieron de grandes dimensiones llegando hasta los 8 centímetros de diámetro, en tiempos de Felipe III. Ya desde el siglo XII se observaba en los sellos reales la distinción entre mayores y menores, según la solemnidad del documento.

El origen de estos sellos colgantes tiene su origen en la Cancillería pontificia, inspirada a su vez en las costumbres sigilares bizantinas. Los documentos pontificios son conocidos popularmente como bulas, del latín “bulla”, locución que hace referencia a un objeto redondo o medalla que portaban al cuello los hijos de familias nobles hasta que vestían la toga praetexta en la antigua Roma. Pero este objeto nada tenía que ver con los sellos, utilizándose en Roma los llamados anillos sigilares que identificaban a su propietario en el envío de mensajes.

Alejo III de Trebisonda y su esposa recibiendo una crisóbula bajo la imagen de Cristo (segunda mitad del siglo XIV).Monasterio del Monte Athos.Monasterio del Monte Athos.

Parece que fue en la Roma helenística done empezaron a utilizarse por vez primera los sellos de plomo, extendiéndose la costumbre por el mundo romano sellándose embalajes y mercancías varias a partir del siglo IV d.C. En Bizancio estos sellos se van a denominar como sphragis, spheragisma, boulla, retomándose en este ámbito la antigua palabra latina que designaba un objeto metálico redondeado que pasaría a utilizarse comúnmente como bula en la sociedad bizantina.

Ahora bien, ¿quién utilizaba el sello en el mundo bizantino? El uso del sello en la vida cotidiana garantizaba un secreto, cobraba un impuesto o verificaba una acto jurídico sin estar reservado a la autoridad imperial, sino que se usaba en todos los ámbitos sociales: funcionarios de palacio o de provincias, patriarcas, obispos, abades , funcionarios eclesiásticos de monasterios, mercaderes, comerciantes y sujetos privados.

Los sellos imperiales eran de oro para distinguirse de los demás, chrisobulles, determinando el peso del sello la importancia del soberano que iba a recibirlos. En el siglo X, el protocolo oficial de los gobernantes extranjeros quedaba reflejado en la obra del emperador Constantino VII Porfirogéneta en el Libro de las Ceremonias, estableciendo el orden de prelación de gobernantes siendo el califa de Bagdad y el sultán de Egipto los soberanos más poderosos del Mediterráneo a los que se enviaba una misiva con una bulla con un peso de 4 sólidos de oro , mientras otros dignatarios tenían que conformarse con una bula de menor valor.

El ceremonial fue cambiando con el tiempo así como el peso del sello en función de la excepcionalidad del asunto a tratar o en función de la situación política que atravesaba el Imperio. Se dice que la bula enviada por el Isaac II Angel (1185-1195) al Saladino en 1189 durante el asedio de Acre en la tercera cruzada pesaba 15 dinares (peso de la moneda de oro circulante), mientras que la carta que Constantino IX Monómaco (1042-1054) había enviado al emperador germánico Enrique III (1039-1056), era tan pesada que una vez fundida sirvió para realizar el cáliz de la iglesia de los Santos Simón y Judas de Goslar.

Importantes colecciones de estos sellos entre los siglos VI y XV existen en Dumburton Oaks y el Archivo Secreto Vaticano. Este sello circular fue el que comenzó a utilizar la cancillería pontificia, utilizándose posteriormente la palabra bula, el sello, para definir el documento papal a partir del siglo XIII. Las bulas de no eran utilizadas de forma habitual en las cancillerías hispanas, sólo constan ejemplares de Alfonso XI en Castilla, Jaime II y Alfonso V en Aragón.

La bula de plata sólo consta una vez, en el reinado de Enrique IV. El uso de la bula de oro se extendió por Europa, en Hungría Andrés II exime a sus vasallos de ir a la cruzada en 1222 con una bula de oro, y Carlos IV en Metz emite un documento estableciendo la forma de elección del emperador del sacro Imperio romano germánico y el papel de los electores. La última bula emitida por la cancillería papal es la Spes non confundit, la esperanza no defrauda, convocando el jubileo del 2025, no es de oro, ya no lleva sello pendiente pero conserva su memoria.