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Sonsoles Ónega, un Planeta con sabor a mujer y venganza

La escritora y periodista ganó la última edición del premio con una trama que atraviesa el siglo XX y que tiene como eje principal a las mujeres
Sonsoles Ónega, periodista y presentadora
Sonsoles Ónega, periodista y presentadora.Jesús G. FeriaLa Razón
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La novela con la que Sonsoles Ónega se ha alzado con el reciente Planeta 2023 cuenta la historia de las mujeres de la familia Valdés y una venganza que cambiará sus vidas. Enclavadas en un pazo gallego llamado Espíritu Santo, la acción arranca en febrero de 1900 con el nacimiento de dos niñas, Clara y Catalina, «cuyos destinos ya estaban escritos». La trama recorre casi un siglo de la historia de esta familia que, en sus inicios, amasó una gran fortuna con la sal y que años después emigraron a Cuba para aumentarla con el negocio del azúcar. De regreso a Galicia convirtieron un aserradero en conservera, «La deslumbrante». El enigma que gobierna el argumento se descubre enseguida y, con todo, la novela mantiene la tensión que la vertebra: el intercambio de Clara y Catalina al nacer. Una es hija de Inés, la matriarca y señora de la casa, y la otra de la criada, aunque ambas han sido engendradas por el patrón, don Gustavo.
Cuarenta y dos años después, las dos ancianas se reencontrarán para contarse la verdad, cuando la hija real de la señora ha sido acogida como una más de la familia y lleva la prosperidad a la fábrica de conservas (incluso educa a las trabajadoras), mientras la otra escapó a Argentina y tuvo una vida igualmente desahogada. Será Inés quien tenga que enfrentarse al desamor y a las luchas de poder hasta convertir a su verdadera hija en heredera de todo un imperio durante una época en la que a las mujeres no se les permitía ser dueñas de sus vidas. La matriarca se erige, pues, como la receptora de la ingratitud de una de sus hijas y experimenta la amargura de no poder abrazar a la otra. Y se ve, además, sometida al dolor del abandono de su esposo mientras enfrenta la necesidad de perdonar.
En la complejidad de Inés convergen todos los matices emocionales concebibles. Aunque a primera vista pueda parecer que solo alberga sentimientos benevolentes, también demuestra la capacidad de experimentar emociones como la envidia y el odio. En su escritura asoma la molécula dolorosa de quienes han padecido demasiado sin hacer bandera del daño, acaso impulsada por una cólera que no se trata exactamente de eso, sino de irritación por tanta injusticia. Su soledad es la trinchera necesaria para poder mirar hacia fuera aunque sea apoyada en la sentimentalidad. Un año más, Planeta ha conseguido con «Las hijas de la criada» situarse en la lista de libros más vendidos.
En mi opinión, la obra se trata, en un primer término, de un folletín en la mejor acepción del género dramático de ficción y con el que coquetearon Alejandro Dumas, Eugène Sue y Víctor Hugo, entre otros muchísimos, y que no tiene nada que esconder por ello. Escrito sin gesticulaciones, no requiere entendimiento, sino alma, y créanme que la novela de Ónega no carece de ella. Este es un libro destinado a gustar a una gran mayoría, acaso porque nos cuenta nuestra propia vida. De igual modo, es un relato con su cabeza, tórax y abdomen bien definidos. Pronto se ve que su redacción es más de contar que de mostrar, y que elabora escenas con mayor o menor detalle, algo común en muchas obras actuales.
Pero, a la vez, estamos también ante una novela de saga familiar, cuyo argumento se desarrolla en el seno de una estirpe a lo largo de varias generaciones. Este género relata las vicisitudes que los miembros de la prole experimentan a lo largo del tiempo, ya sea en su propio contexto o en relación con otras familias, como es este caso. Este tipo de narrativa cuenta con numerosas obras representativas de renombre a lo largo de la historia, como «Los Buddenbrook», «Las uvas de la ira» y «Cien años de soledad»... o maravillosas historias patrias como «La casa de Aizgorri», de Baroja, «Los gozos y las sombras», de Torrente Ballester, o «Ágata, ojo de gato» de Caballero Bonald, por mencionar solo algunos ejemplos. Aunque no compararé «Las hijas de la criada» con ninguna de las novelas mencionadas, sí comparte premisas y se nutre de todas ellas al desarrollar la capacidad de transmitir, de manera metafórica, la situación de la sociedad en la que se enmarca, facilitando la narración de la alegoría de un país y un momento social.
De igual modo, y como mandan los cánones, Ónega sigue meticulosamente la presentación de la historia en cursos distintos que suelen ser orden, desorden y rutina. Algo que permite que este tipo de tramas puedan implosionar y explosionar en distintos momentos, guiándonos a través del intrincado mundo de dichas y decepciones familiares. Desde el comienzo, la autora deja claro lo que va a pasar, primero con las dos niñas, y luego con una de ellas, quizá porque lo que suele suceder es lo más obvio y evidente. También recurre Ónega a avisar de lo que va a venir, a modo de «cebo televisivo», que sí ayudará a la lectura del público medio. Algo que va disminuyendo según avanza la narración. Acierta, por otro lado, en la ambientación, en el sentido de no saturar la novela de información sobre la época que, en no pocos autores, solo comporta una exhibición de lo muchísimo que se han documentado para abordar la obra.
Los personajes cumplen sus respectivos cometidos, unos más profundos o superficiales que otros, más o menos contradictorios, siempre al servicio de lo que la autora quiere contar, que es, en apariencia, la clásica saga familiar protagonizada por varias mujeres de un mismo linaje. Al centrarse en las peripecias de Inés y Clara, queremos saber más de Catalina. Como es habitual en el género, abundan sentimientos y situaciones de gran intensidad: drama, misterio, romance, odio, venganza, amor, desamor... mezclados con mayor o menor acierto. Descubriremos que la obra está narrada con una absoluta eficacia y voluntad de entretenimiento. Y es que Ónega introduce anzuelos imposibles de no morder por determinados –y mayoritarios– lectores mientras describe con solvencia la maldad de los buenos y la bondad de los malos.