Estreno

“La bella Dorotea”, la chica ye yé no quiere reglas

Manuela Velasco protagoniza la obra de Miguel Mihura que sube a las tablas principales del Teatro Español bajo la dirección de Amelia Ochandiano, que la traslada a los años 70

Raúl Fernández de Pablo y Manuela Velasco se meten en la piel de José Rivadavia/Don Manuel (por partida doble) y de Dorotea
Raúl Fernández de Pablo y Manuela Velasco se meten en la piel de José Rivadavia/Don Manuel (por partida doble) y de DoroteaJose Alberto Puertas

No es extraño escuchar el nombre de Miguel Mihura ligado a la misoginia, sin embargo, en sus escritos quedaron algunos de los retratos femeninos más importantes del teatro español del siglo XX. Imposible no pensar en Ninette (con aquel señor de Murcia), en la soñadora Mercedes de El caso de la mujer asesinadita o en esa Florita reivindicativa de ¡Sublime decisión!. Tampoco conviene pasar por alto a la protagonista de La bella Dorotea: «Una heroína involuntaria al decidir quedarse sola», define Manuela Velasco del personaje que le toca interpretar sobre el escenario principal del Teatro Español.

Pieza que recupera Amelia Ochandiano, desde la dirección, que se resiste a tachar al autor como «machista»: «Sinceramente, no lo veo en la obra más allá de esos pequeños tics misóginos que todos tenemos. Sus textos se caracterizan, precisamente, por romper con lo establecido. Si lo dicen, algo haría en su vida personal para que fuera así, pero es que esos vicios los podemos ver hasta en lo que parece más moderno –continúa la directora–. Hasta en mi admirado Almodóvar están. Te ves Mujeres al borde de un ataque de nervios y encuentras frases de manual. Es difícil escapar de eso. Mihura reparte críticas y aguijonazos a hombres y mujeres sin piedad y al alimón de forma políticamente incorrecta, afortunadamente», pero, añade, «a pesar de la época en la que desarrolla gran parte de su producción, los personajes femeninos son muy potentes y son ellas las protagonistas absolutas de la mayoría de sus títulos: rompen con lo establecido, son rebeldes, inconformistas, y sobre todo y en general incomprendidas, como personajes sin cabida en el mundo que les ha tocado vivir», argumenta.

Reconoce Ochandiano que, al autor madrileño, «como a los Mihuras [los toros], hay que tenerle respeto y, también, un poco de miedo». Y se justifica: «Posee lo que podríamos llamar oído absoluto de escritor, quiero decir que, en su estructura, el texto tiene el mismo peso en fondo y forma, por lo que si no dices lo que está escrito tal y como está escrito no llegarás a la intención última del autor». Y con ese pensamiento se ha metido en el montaje de una Bella Dorotea que traslada de principios del siglo XX a los años 70 «porque era un periodo en el que se estaba marcando un camino y esta mujer representa esa avanzadilla». Asegura la directora que le parece «interesante acercarnos a dicha época donde aparecían en escena mujeres y hombres dispuestos a cambiar las cosas y las ventanas, que ya no cerraban igual, dejaban entrar nuevos aires que anticipaban tiempos mejores. Han pasado cincuenta años y a pesar de que hay características comunes, que por desgracia han permanecido casi intactas, muchas otras han cambiado gracias al ejemplo de personajes como estos».

Dorotea (Velasco) ahora vive en un pueblo pequeño del norte de España. Es hija de uno de los hombres más ricos del pueblo y, a su vez, se trata de un personaje inadaptado y rebelde que no puede con las habladurías de la localidad, las envidias y la mentalidad provinciana y represora. «El olor a rancio de las comunidades pequeñas», en boca de Ochandiano. Al inicio de la función está a punto de casarse con Fermín, un forastero que parece un buen hombre y del que se ha enamorado pero que la deja plantada en el último momento incapaz de soportar las presiones del lugar. Dorotea, al verse compuesta y sin novio, decide buscar a otro que esté disponible y hace la promesa, para sorpresa y escarnio de todos, de no quitarse el vestido de novia hasta que encuentre a alguien con quien casarse, y, de paso, «remover las conciencias de los vecinos», según sus propias palabras. Pero los meses pasan y ante la falta de opciones, el ánimo de la protagonista se desploma hasta que aparecen por el pueblo Juan (César Camino) y José Rivadavia (Raúl Fernández de Pablo), feriante y barítono en decadencia, respectivamente.

Y, con ello, la pregunta se vuelve inevitable: ¿Dorotea es una heroína o una loca? «Nunca se la puede tachar de perdedora. Tiene momentos difíciles, muchos, pero siempre tira hacia adelante por su sentido del humor y su fuerza, incluso estando cansada. No someterse a las normas le trae consecuencias y la marca, pero no para convertirse en una víctima, sino para luchar», defiende Ochandiano. Mientras, Velasco se deja cautivar por su personaje «por su honestidad, su alegría de vivir, sus riesgos, su cabezonería y su forma de pasar del qué dirán. Quiere estar acompañada, pero no a cualquier precio», explica la actriz sobre una actitud que la convertirá en el foco de la rumorología de sus vecinos.

También de sus amigas más cercanas, las «cotorronas», como las define una de las mujeres que las interpreta, Mariona Terés (en el papel de Benita): «Representamos los prejuicios, esa parte más conservadora. Hasta que se descubre el poder transformador del amor». Con los ataques a Dorotea se pone asimismo de manifiesto el «hostigamiento al diferente» –como lo define la directora– de antaño, aunque, añade Velasco, «hoy las redes sociales multiplican a nivel planetario esos ataques y, lo que es peor, amparados por el anonimato. Miguel Mihura tiene algo de cotidiano y accesible que todos podemos reconocer en nuestra vida».

  • Dónde: Teatro Español, Madrid. Cuándo: hasta el 1 de mayo. Cuánto: de 4,50 a 22 euros.