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Crítica de 'Dibujo de un zorro herido': Un ‘yo’ incomprensible y furioso ★★☆☆☆

El argumento toma como protagonista a Ferran, un joven profesor de educación infantil que se incorpora a un nuevo centro con un contrato temporal

Eric Balbás protagoniza este 'Dibujo de un zorro herido' ('Dibuix d’una guineu ferida'), en el Teatro María Guerrero del CDN Geraldine Leloutre

Escrita en el programa de residencias artísticas que viene desarrollando el Centro Dramático Nacional desde hace años, ‘Dibujo de un zorro herido’ es una obra bastante extraña y, hasta cierto punto, desconcertante. Su autor y director, Oriol Puig Grau, la define como “un relato sobre alguien que, jugando a ser otro, se habita a sí mismo por primera vez; un sueño lúcido sobre desear y desearse; una exploración tierna y violenta del acto de mirar”. Y asegura asimismo que se propuso, una vez que el proceso creativo estaba ya encarrilado, “explorar qué construye a una persona; qué articula cómo mira el mundo, y cómo se mira a sí misma”. Echo mano de sus propias palabras, porque a mí, francamente, me resulta complicado encontrar las mías para hablar de esta propuesta.

Quizá no esté hecha la miel para la boca del asno, y mis limitaciones, que son muchas, me hayan impedido apreciarla debidamente, pero poco sabría decir de ella salvo que parece una obra sobre la ‘identidad’. Lo digo más por intuición y por bagaje como espectador que por una constatación positiva de lo que encuentro en el escenario, porque, ciertamente, las posibles reflexiones en torno a esa ‘identidad’ quedan bastante deslavazadas en una trama que acumula demasiadas anécdotas y demasiado artificio.

El argumento toma como protagonista a Ferran, un joven profesor de educación infantil que se incorpora a un nuevo centro con un contrato temporal y que advierte ciertas semejanzas entre él mismo y un artista llamado Daniel Gómez Mengual que murió en un accidente un año después de pintar el cuadro que Ferran ha descubierto por casualidad en una galería. Ni funcionan los giros con aire de thriller ni resulta verosímil la trama ni son potentes los personajes ni posee belleza literaria una obra cuyo joven autor y director, no obstante, a tenor de los premios y reconocimientos que ha tenido, encontrará, seguro, un camino firme donde pisar y destacar. Por otra parte, a pesar de la encomiable energía y el voluntarioso trabajo físico que hace Enric Blabàs, harían falta más registros y recursos interpretativos que los que deja entrever el actor para sostener con convicción una pieza que, no nos olvidemos, es un monólogo y dura una hora y tres cuartos aproximadamente.

  • Lo mejor: La escenógrafa Mónica Boromello, que sabe siempre, como aquí demuestra, adaptar su estilo a lo que exige cada propuesta.
  • Lo peor: Todo lo que ocurre con el protagonista se antoja forzado y, en consecuencia, despierta poco o nulo interés en el espectador.