teatro
El legado de Peter Brook un siglo después: "Una nota única y bien afinada"
En el centenario de su nacimiento, LA RAZÓN habla con algunos artistas de distintas generaciones que se han visto influidos, de un modo u otro, por el trabajo de este legendario director escénico inglés
Tres años antes de su fallecimiento y después de 76 de carrera profesional, Peter Brook recibía en 2019 el Premio Princesa de Asturias de las Artes. Aquel sería el último gran reconocimiento a un director que conquistó todo y a todos, y cuya huella sigue muy presente en el teatro actual.
Del clasicismo de Antón Chéjov a los códigos del absurdo de Samuel Beckett, pasando por el compromiso brechtiano de Peter Weiss, las aportaciones divulgativas del neurólogo Oliver Sacks o los relatos que el senegalés Birago Diop escribió para recoger la tradición oral de su país: no pudieron ser más dispares las fuentes de inspiración de Brook en su carrera como director, si bien Shakespeare ocupó un lugar especial en sus preferencias y se convirtió en un autor recurrente. Tal vez no hubiera otro como el Bardo para lograr el propósito que esconde, según opinaba Brook, toda gran obra, que no es otro que explorar las zonas oscuras del ser humano. Pero, fuera cual fuese el punto de partida, su mirada artística sobre aquellos materiales era siempre nueva, orgánica, irrepetible.
Echando la vista atrás, Antonio Gil, uno de los pocos actores españoles que tuvo el privilegio de trabajar con él, recuerda cómo el director inglés “ofrecía siempre una mirada fresca y renovada” sobre todo lo que tocaba. En un descanso del rodaje de ‘Ella, maldita alma’, la serie inspirada en un relato de Manuel Rivas en la que se encuentra trabajando, el intérprete destaca “la capacidad de Brook para despojar el teatro de artificios y llegar a su esencia, y la manera directa de hacernos vivir el acto teatral como un instante único, directo, con una dimensión humana y épica”. Pero, tal y como explica Gil, en la consecución de ese objetivo, el actor debía jugar un papel fundamental: “Esa simplicidad lúdica la transmitía en su trabajo en directo con los actores, otorgándonos la justa medida entre la confianza en nuestra labor y la responsabilidad de llevar a cabo un trabajo ancestral, tratando de que nunca hubiera nada completamente cerrado, para que la investigación continuara durante la toda la vida de un espectáculo”.
En efecto, “esencia” y “experiencia” son dos conceptos fundamentales en el modo que tenía Brook de entender el teatro, tal y como él mismo reflejó en varios ensayos, especialmente en ‘El espacio vacío’ (1968), que se convirtió en libro de cabecera de grandes actores y directores en nuestro país, los cuales aún se mantienen fieles a sus enseñanzas. Es el caso de David Luque. El protagonista de ‘Historia de una escalera’, que se está representando actualmente en el Teatro Español, fue el primer español que trabajó en la prestigiosa Royal Shakespeare Company, institución a cuyo frente había estado Brook, precisamente, muchos años antes. “Para mí es un referente desde que yo era muy joven. Lo que más destacaría de él es esa voluntad de volver a lo más básico; a lo largo de los años de profesión, te das cuenta de que lo más importante, lo que tienes que andar recordando continuamente, es justamente eso, el abecé, lo básico. Y ‘El espacio vacío’ habla de eso”.
Ciertamente, las primeras frases de ese libro no pueden ser más sugerentes: “Puedo tomar cualquier espacio vacío y considerarlo un escenario desnudo. Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro le observa; y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral”. Luque, que ha traducido algunos importantes estudios de gente como Anne Bogart o Mijaíl Chéjov, cree a pies juntillas en esas palabras: “Nos mostró que lo único necesario es el actor y el espacio que se genera con su interacción. Todo lo demás, luces, escenografía…, todo el aparataje que tenemos en occidente, es prescindible”. También Ainhoa Amestoy tiene al autor de ‘El espacio vacío’ muy presente en sus pensamientos. La directora de 'Los cuernos de don Friolera', el montaje que puede verse estos días en los Teatros del Canal sobre la obra de Valle-Inclán, afirma que varias inquietudes de Brook son las mismas que a ella le rondan a diario en su trabajo: “Para empezar, me interesa mucho su concentración en el trabajo actoral por encima de todo. Brook indagó en los temperamentos de las personas, en los límites, en la viveza, en el trabajo en grupo, en el punto de vista del actor dentro de la acción, o en el intercambio necesario con el público. Como él, yo también creo en buscar la sencillez y lo esencial a la hora de llevar el trabajo a escena”.
Esas nociones de “esencialidad” y “experiencia transformadora”, que salen repetida e inevitablemente a colación cuando se habla de Brook, cristalizaron cuando alumbró un espectáculo considerado ya mítico en la historia del teatro de la segunda mitad del siglo XX: ‘Mahabharata’. Aquella obra estrenada por primera vez 1985, de más de 10 horas de duración en su montaje original, fascinó de manera unánime al público, a la crítica y a los propios profesionales allá donde pudo verse. También en España, tal y como recuerda el director Miguel del Arco, que pondrá en pie esta temporada una obra nueva titulada ‘La patética’, escrita por él mismo, en el Centro Dramático Nacional: “Yo todavía estaba en la Escuela de Arte Dramático (RESAD) cuando lo vi. Fue como si de repente te abrieran una ventana en una habitación muy cerrada. Una ventana que daba a espacios amplísimos y desconocidos que, de alguna manera, ya se intuían. Había algo de ese trabajo tan pretendidamente sencillo, tan basado en el actor y la palabra, que me cautivó. Fue como un antes y un después a la hora de concebir la manera de estar en el escenario o de soñar el escenario”. Basada en un clásico hindú de naturaleza mitológica, la función se convirtió asimismo en paradigma de la interculturalidad llevada al escenario, otra de las grandes aportaciones que se le atribuyen al creador inglés.
Así lo entiende la directora Natalia Menéndez, que muy pronto desembarcará en el Arriaga con ‘El zoo de cristal’: “Fue alguien fundamental en el aprecio de las diferentes culturas, en valorar las muchas etnias que fue conociendo en sus viajes y encuentros, y en las maneras y técnicas de actuación. Creó espectáculos donde las heterogéneas sensibilidades cohabitaban y, al tiempo, se distinguían. Fue clave en propiciar esa integración, por eso en sus espectáculos se respiraba cultura de paz, ya que se consideraba el teatro como un lenguaje universal que busca al ser humano civilizado”.
Ainhoa Amestoy se interesa, en este mismo sentido, por “su revalorización de lo ritual y lo popular en el teatro, y por su curiosidad antropológica”. David Luque, por su parte, advierte sobre cómo esa interculturalidad tiene también una relación directa con el espacio escénico: “Todas sus investigaciones en la India, en África… le alejaban de los teatros a la italiana, es decir, los teatros occidentales al uso, y le empujaban a trabajar en espacios, digamos, mucho más inesperados”.
Sin embargo, es este aspecto del multiculturalismo el que hoy, con la perspectiva del tiempo, resulta más controvertido en relación al legado artístico de Brook. Algunos autores han señalado que su teatro no dejó nunca de estar, en realidad, teñido de etnocentrismo. Ana Contreras, directora escénica, investigadora y profesora de la RESAD, confirma que esa polémica existe, aunque en España la hayamos pasado por alto. “Peter Brook ha sido y sigue siendo un referente indiscutible; su relevancia en el teatro del siglo XX es incuestionable -aclara tajante quien dirigirá en el Canal el próximo mes ‘Me trataste con olvido (Clásicas en rebeldía)’-. Fue una figura mundial, y su influencia, a través de algunas de sus obras, y de ensayos como ‘El espacio vacío’, es enorme. De eso no hay duda. En las escuelas seguimos trabajando sobre él porque muchas de sus ideas siguen siendo muy valiosas; entre ellas, la de dejar de lado lo preconcebido cuando encaramos un nuevo trabajo para centrarnos solo en lo que tenemos delante, que es siempre nuevo y diferente. Lo que pasa es que en Europa no hemos tenido en cuenta lo que la crítica académica no occidental ha dicho sobre él, que no es precisamente muy elogioso. Algunos autores le acusan de ser un ‘colonialista teatral’, en la medida en que, dicen, se ha aprovechado, como cualquier colonizador, de aspectos culturales y religiosos de unas sociedades para trasladarlos a la suya propia de una forma descontextualizada, desvirtuada y banal. Incluso, fuera de lo artístico, se le acusó, durante el proceso de investigación para hacer el ‘Mahabharata’, de no cumplir con los compromisos que había adquirido con la comunidad hindú que le estaba ayudando y de traicionar su confianza. En definitiva -apunta Contreras-, lo que dicen estos autores es que el proyecto cultural de Brook era un proyecto colonial e imperialista, en el que siempre hubo una relación de poder que imponía él”. Entre los críticos del director inglés, hay nombres importantes como los de Rustom Bharucha, Una Chaudhuri, Gautam Dasgupta, Biodun Jeyifo, Jacqueline Lo o Helen Gilbert.
Pero no parece que las disensiones relacionadas con la presunta interculturalidad o no de sus trabajos consigan empañar el conjunto de la herencia que Brook ha dejado a nuestros artistas. Para el veterano director Mario Gas, que sigue de gira con el espectáculo ‘Todos pájaros’, el inglés será siempre “un ferviente discípulo de una verdad escénica austera, liberadora y emocionante con cruce de culturas. Abrazó un camino desde la excelencia de la tradición hacia la búsqueda de una nota única y bien afinada. No sé si ahora se le tendrá en cuenta; pero abrió caminos y exploró sin cesar”.
Antonio Gil, por su parte, no tiene dudas de que Brook ha entrado a formar parte ya de manera inapelable del bagaje cultural colectivo: “Sabes que algo pasa a ser universal cuando un concepto o una idea que has conocido en su fuente original la ves luego aparecer en otro lugar y en otro tiempo; por supuesto, está transformada o reinterpretada, pero reconoces la misma esencia. Y esto es algo que me ocurre de manera recurrente, en relación a Brook, con el teatro que veo hoy”.