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La Comedia renace con Calderón

La adaptación de Álvaro Tato y Helena Pimenta de «El alcalde de Zalamea» vuelve a dar vida a un teatro que llevaba cerrado desde 2002.
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La adaptación de Álvaro Tato y Helena Pimenta de «El alcalde de Zalamea» vuelve a dar vida a un teatro que llevaba cerrado desde 2002.
Un clásico masivo. Que arrasa y zarandea al espectador. Lo tiene todo. Así presenta Álvaro Tato el legado que recoge de Calderón. Un nombre al que reconoce tener «respeto, pero no reverencia». Ahora es él quien reescribe la adaptación que acoge el remozado Teatro de la Comedia en su vuelta a la acción. Historia de fracasos, del abuso de unos seres humanos sobre otros, de una aristocracia inútil en una España al borde del precipicio, de batallas perdidas... La propia vida. A los mandos Helena Pimenta, que coge la dirección –ya lo hizo con la última representación antes del cierre en 2002– para hablar de amor, justicia y honor: «Es una obra sobre el amor porque se pone el acento en el desamor. Es una obra sobre la justicia porque predomina la injusticia. Y lo es sobre el honor como sinónimo de fama, opinión o como virtud imprescindible en un militar, en el Ejército de un Estado o como conciencia y dignidad personal, algo a lo que todo ser humano tiene derecho pese a que con demasiada frecuencia hagan acto de presencia el deshonor, el abuso y el fingimiento». Todo ello, contado en un puro romance al que Tato ha limado «aquellas palabras o expresiones hoy opacas o confusas» y donde los versos «fluyen como agua, a dentelladas, a pedradas... Hay monólogos brutales, duelos, rabia, violación, sangre, pero también poesía y ganas de vivir y de ir más allá. En su aparente sencillez, la de los romances tradicionales, te arrasa». «Versos insondables y fluidos –sigue Carmelo Gómez– de un texto fantástico que da muchas alternativas de mirada a la vida actual».
Nuevo ritmo, nuevos apuntes, pero la trama la de siempre. Inamovible. Calderón situó en Zalamea, por supuesto, a Pedro Crespo y de allí no se mueve. El viudo y rico campesino, junto a sus dos hijos, representa el ejemplo de virtud y de amor al trabajo en contraposición a un mundo militar avasallador, que invade un espacio que ni siquiera es enemigo y donde el capitán de las tropas, Don Álvaro, se encapricha de la hija, Isabel. Hasta que Crespo, ya convertido en alcalde, le arresta y le ajusticia.
Nueva burguesía
A partir de aquí se va recogiendo uno a uno, como si de un catálogo se tratase, a cada miembro de la sociedad de la época. En la que, con el fin de la aristocracia, se intuye el nacimiento de una nueva burguesía. Reflejo que Carmelo Gómez –Pedro Crespo y, por tanto, alcalde– también ve a día de hoy: «Estamos en un tiempo de cambios y España y Europa tienen que buscar soluciones nuevas, con hombres que sepan defenderse a sí mismos y a la colectividad», en una clara referencia a su personaje. Línea que continúan Tato y Pimenta afirmando la vigencia del texto, «no ha cambiado nada, sigue habiendo abusos del más fuerte al más débil». Para ello, para tratar de poner orden dentro de la injusticia, Calderón ideó a su alcalde. Un Pedro Crespo que representa un hombre tan contradictorio como lúcido, que procura ser justo en un mundo que no lo es: una mujer víctima de un hombre, un ejército, un país y unas leyes; la violación de una persona, un pueblo y un orden civil; y el precio que cuesta hacerse responsable de no cerrar los ojos ante aquello. Figura, la de Crespo, que Álvaro Tato define con dos palabras: «Asertividad y resiliencia. Hablando llano, Crespo es un hombre que piensa antes de actuar, que busca soluciones y que aguanta los reveses. Si tragedia es destino, Crespo es antitrágico porque fabrica su propio destino, como Celestina o Alonso Quijano. Un alcalde paga el precio de su lucidez», cierra, añadiendo una de las reflexiones que se hacía en el original del siglo XVII y que echa en falta ahora: ¿cómo voy a delinquir ahora que me han puesto la vara de mando en la mano?
Gómez se pone al frente de un elenco que sigue el mismo trazo «contradictorio de siempre en Calderón», apunta la directora. Personajes de verdad, «los he visto en mi pueblo», apostilla Carmelo Gómez. Mientras que Joaquín Notario –metido en la piel del aristócrata tipo que es Don Lope y también alcalde en su día– habla de la dureza de éstos: «Sufren una barbaridad, tanto que terminan explotando y, entonces, toca recoger los trozos... de dignidad».
A pesar de ello, como explica Pimenta, «la vida sigue». «Yo apuesto –continúa– por la vida, por la ficción que nos la cuenta porque, como ellos, creo en el sueño de lo imposible que habita en nosotros desde el principio de los tiempos». Historia que ha vuelto a poner en pie tras «leer bien el texto y encontrar mi propio punto de vista, porque Calderón tiene miradas y análisis contradictorios». Una esencia que Tato encuentra vital y por la que clama, porque «la sociedad necesita a Calderón tanto como a Cervantes y Shakespeare».

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