Crítica de teatro

"En mitad de tanto fuego": El héroe de guerra con la rama de olivo ★★★★☆

Alberto Conejero ha escrito un hermoso monólogo que aborda dos temas desgraciadamente vinculados como son el amor y la guerra

Rubén de Eguía se enfrenta a la Sala Negra del Canal en solitario
Rubén de Eguía se enfrenta a la Sala Negra del Canal en solitarioPablo Lorente

Autor: Alberto Conejero. Director: Xavier Albertí. Intérprete: Rubén de Eguía. Teatros del Canal (Sala Negra), Madrid. Hasta el 4 de febrero.

A partir del canto XVI de la Ilíada, con algunas referencias a otros textos muy diversos relacionados directamente o no con la epopeya de Homero, Alberto Conejero ha escrito un hermoso monólogo que aborda dos temas desgraciadamente vinculados, a pesar de su apariencia antagónica, como son el amor y la guerra. La relación sentimental entre Aquiles y Patroclo –quizá no tan explicitada en la Ilíada como en otros textos clásicos– y la conocida contienda que levantó en armas, de acuerdo con la mitología, a los aqueos contra los troyanos son las dos cartas concretas que el dramaturgo ha jugado para construir un puente hacia lo universal en forma de oda antibelicista que ensalza el amor como único trofeo, patria y razón de ser en la vida. “No hay monstruo más terrible que un héroe de guerra –se repite varias veces en la obra–. Y en eso me convertí yo”.

El protagonista de En mitad de tanto fuego es Patroclo (Rubén de Eguía); y es él quien cuenta su propia historia ante el espectador, una historia de la que tal vez conozcamos ya una parte, nos advierte el héroe griego, “porque hace muchos siglos / que empezó / y todavía no ha acabado”.

Privilegiando esa idea de perpetuidad, de reiteración irresoluble que se expresa ya al comienzo de la función y que, en cierto modo, la fundamenta, el director Xavier Albertí ha dispuesto con buen criterio un espacio vacío (una silla es el único elemento escenográfico que se incorpora en algunas escenas), caliginoso, confuso, misterioso..., en el cual aparece y desaparece Patroclo como un fantasma en una suerte de limbo indefinible. De hecho, la alusión al destino fantasmal del ser humano también está plasmada en el texto; n este sentido, no puede ser más eficaz y sugerente el diseño de iluminación que el propio Albertí firma junto a Toni Ubach para colocar al personaje en la más pura abstracción física.

La búsqueda de esa abstracción se ha trasladado asimismo a la dirección actoral y, como consecuencia, al trabajo interpretativo que hace Rubén de Eguía. Tal decisión, sin duda, es coherente al cien por cien con la propuesta; pero todas las opciones, por desgracia, tienen sus pros y sus contras. Con esta, se gana en conceptualización, en distanciamiento, y se ofrece un original e intelectualizado enfoque sobre la interrelación de los dos grandes temas que antes he citado y que sirven de base al espectáculo: el amor y la guerra; pero se desaprovechan un poco, qué duda cabe, las potencialidades que tiene el poético texto de Conejero en un plano estrictamente emocional. De Eguía nos muestra un Patroclo preciso, contundente, esclarecedor en su dimensión más reflexiva; pero está anclado desde el principio hasta el final en una actitud de perplejidad ante su propio relato que le impide solazarse en las emociones que lo van jalonando.

  • Lo mejor: La belleza del texto y la huida, tanto en la escritura como en la dirección, del tono sermoneador que podría tener un espectáculo que aborda estos temas.
  • Lo peor: La búsqueda del distanciamiento hace que la obra llegue por vía intelectual, pero ha traído consigo una cierta frialdad interpretativa que impide llegar también al corazón.