Sección patrocinada por sección patrocinada
Teatro

Teatro

La fiesta de Alfredo Sanzol en el bar que se tragó tres Premios Max

El director del CDN triunfa con su montaje sobre el sueño americano que vivió su propio padre tras dejar los hábitos

Es que no había otra. Dice la leyenda que España es el país con más bares por habitante, y, según el INE (Instituto Nacional de Estadística), a finales de 2020 contábamos con 277.539 barras en las que apoyar el codo. Después de meses encerrados, el deseo que nos nacía era tan sencillo como primitivo: salir corriendo al primer bareto que pillásemos. Y así fue. Todos llenos hasta el límite que marcaran los aforos (y, alguno, todavía un poquito más). Hasta en el escenario del Teatro Valle-Inclán montaron uno. «El bar que se tragó a todos los españoles», lo llamaron. Un éxito desde el minuto uno. Se juntaron el hambre con las ganas de comer (y beber). Bar y teatro. Parroquianos deseosos de cebada y espectadores necesitados del «directo». Y, por si fuera poco, un obrón, que suele ayudar en estos casos. Alfredo Sanzol firmaba aquella pieza que aparecía en Lavapiés (Madrid) en febrero de este mismo año y que se ha tenido que reponer en septiembre por razones obvias.

Obviedades que llevaron, anoche, al montaje producido por el Centro Dramático Nacional (CDN), dirigido por el propio Sanzol, a liderar la lista de vencedores de la noche de los Premios Max que entrega la Fundación SGAE: mejor espectáculo de teatro, mejor autoría y mejor diseño de espacio escénico (Alejandro Andújar). Tres de cinco nominaciones. Suficiente para dejar constancia del peso de uno de esos montajes que ponen de acuerdo a crítica y a público (de todo tipo). El director y autor del texto se abrió en canal para contar la historia de su padre: «Un espectáculo en homenaje a todos los que cambiaron de vida y lucharon por su libertad», comentaba sobre un argumento que desmenuza el sueño americano de su progenitor después de dejar la carrera religiosa. «Una aventura que habla de la sociedad española desde diferentes puntos de vista», continuaba quien también dedicó un espacio a Gerardo Vera, fallecido hace un año y del que tomó «Macbeth».

El dramaturgo Alfredo Sanzol (izda.) junto a Asier Etxeandia
El dramaturgo Alfredo Sanzol (izda.) junto a Asier EtxeandiaLuis TejidoEFE

En la fiesta de Sanzol, solo hubo un pero, el no hacerse con la mejor dirección de escena. Pero es que enfrente tenía a los chicos malos de las tablas, a Nao Albet y a Marcel Borràs. Dignísimos competidores con su «Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach». No podían ser otros los que reventaran la fiesta del «Bar», aunque el director del CDN tampoco se fustigará en exceso, pues también hablamos de una producción de su teatro. Siempre diferentes (salieron de su puesto entre el público saltando las butacas), esta vez Albet y Borràs subieron al escenario del Teatro Arriaga de Bilbao muy formales. Se ciñeron a las normas: «Solo habla uno», les pidieron; Borràs tomó el mando y Albet asintió. Podían haberle chapado el garito, y la sonrisa, a Sanzol de haberse hecho con la autoría teatral en el último premio de la ceremonia, pero no fue así. Ganó el jefe.

Y, junto al éxito del CDN, brilló «La mort i la donzella». Indiscutible vencedor en danza: mejor espectáculo, coreografía e iluminación (Juanjo Llorens). La única representación valenciana de la gala cumplió con creces gracias a una función en la que Asun Noales «se plantea el tráfico prematuro de un estado a otro partiendo de un cuerpo orgánico donde la vida persiste en sus latidos, pero se convierte en un frágil suspiro», presentan.

Por su parte, «NISE», de Ana Zamora (Nao d’Amores), también soñó con mucho, más abriendo la noche con el mejor diseño de vestuario (Deborah Macías), pero su presencia en las categorías «gordas» (autor, espectáculo y dirección) no pudo ser más que testimonial. Los que sí rascaron «manzana» fueron Iván Villar («Leira») e Iratxe AnsaAl desnudo»), como mejores intérpretes en danza; y Joan Carreras («Historia de un jabalí o algo de Ricardo») y Mireia Aixalà («Les tres germanes»), mejor actor y actriz. Además, el montaje de esta última también logró el reconocimiento como mejor adaptación por el trabajo de Marc Artigau, Cristina Genebat y Julio Manrique (para desgracia de la citada Zamora y Álvaro Tato). También «Con lo bien que estábamos (Ferretería Esteban)» se fue con los bolsillos llenos: labor de producción y composición musical.

Gemma Cuervo, acompañada de su hija Cayetana Guillén Cuervo
Gemma Cuervo, acompañada de su hija Cayetana Guillén CuervoLuis TejidoEFE

El otro nombre propio sobre el escenario ya se sabía de antemano, Gemma Cuervo, Max de Honor, aunque no por ello le quitó protagonismo. La actriz, a sus 85 años, lloraba «de amor», puntualizó, ante el público bilbaíno. «Me dijeron “sé feliz, Gemita”... Y lo soy. Ahora me toca ser valedora se semejante premio», añadía una dama de la escena que tuvo piropos hasta para el propio Teatro Arriaga «porque se lo merece. Es muy guapo».

Además, el punto reivindicativo de estos Max dirigidos por Calixto Bieito (con presencia de Miquel Iceta, ministro de Cultura, y Juan Mari Aburto, alcalde) estuvo en forma de pegatina. Un cuadrado negro con una cruz blanca que pasó de las solapas de algunos de los presentes a los discursos de los premiados. Se pidió más comprensión con los técnicos y con su protesta por los requisitos de formación que les exigen para acceder a empleo público. Una petición que se supo ver desde la dirección del acto que, entre las actuaciones de Asier Etxeandia y demás, incluso contó con la presencia de iluminadores, jefes de sala y hasta una taquillera a la hora de entregar las manzanas.