Cultura

Teatro

«Tom en la granja»: La suma de muchos fallos

«Tom en la granja»: La suma de muchos fallos
«Tom en la granja»: La suma de muchos falloslarazon

Autor: Michel Marc Bouchard. Director: Enio Mejía. Intérpretes: Gonzalo de Santiago, Yolanda Ulloa, Alejandro Casaseca... Teatro Fernán Gómez. Madrid. Hasta el 12 de diciembre.

Ocurre en los teatros muchas veces, demasiadas veces, que una función termina, como ocurre en «Tom en la granja», y el público no se entera; se queda quieto, dubitativo, sin saber si tiene que aplaudir o esperar a que pase algo nuevo. Algo falla. Igual que falla algo si una obra se anuncia como una comedia negra, tal y como ha ocurrido con esta, y nadie en el público es capaz de percibir el menor atisbo de humor, ni negro, ni blanco, ni de otro color. Del mismo modo, falla algo si el espectador no logra entender del todo qué está queriendo contar o representar exactamente el director en algunas escenas de extraña y desconcertante composición, como ocurre aquí, entre otras, con la de la atadura de las manos del protagonista, o con la de los dos personajes masculinos subidos encima de una mesa y uno sujetando al otro con una cuerda. Pero algo mucho más importante falla si, además de todo esto, el público tiene serias dificultades para entender al protagonista cuando habla; sobre todo, si el personaje ha de simultanear, como aquí exige el texto, su voz en clave dramática y dialogada con otra voz interior de aspiración poética que, sin embargo, suena sobre el escenario como una cansina letanía. Demasiados fallos para una función. Difícilmente puede uno así colegir si la obra del canadiense Michel Marc Bouchard tiene o no, sobre el papel, algún valor por sí misma. Desde luego, tal y como está contada en escena, la trágica historia de un joven gay que, tras la muerte accidental de su novio, visita a la familia de este en el entorno rural en el que se ha criado se hace bastante plúmbea y, en no pocos momentos, alarmantemente inverosímil. Queda el consuelo, eso sí, de haber visto de nuevo a Yolanda Ulloa –aunque uno no pueda evitar preguntarse por qué se ha embarcado en este proyecto– haciendo un fantástico trabajo y sacando petróleo de su personaje, el de la madre del fallecido, para concitar tensión en las tablas y atención en el patio de butacas.