W. B. Yeats: cómo exprimir la poética del teatro para ganar un Nobel
Punto de Vista recopila 17 obras de un poeta y dramaturgo irlandés que "escribía para el oído para ser entendido de inmediato"
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William Butler Yeats (Irlanda, 1865-Francia, 1939) quería que toda su poesía fuera dicha en un escenario o, al menos, se cantara, "y porque no entendía mis propios instintos ofrecí media docena de razones equivocadas o secundarias; pero hace un mes entendí mis razones", explicaba el dramaturgo en una "introducción" a su teatro. Hasta entonces, se había pasado la vida limpiando la poesía de todas las frases escritas para el ojo, y devolviéndola a la sintaxis que es solo para el oído: "Que el ojo disfrute de la forma del cantante y de la vista del decorado y se contente con eso". El artista Charles Ricketts un día diseñó para él un traje negro de bufón, y también Ricketts, junto al actor Gordon Craig, le ayudó con el decorado, pero –se lamentaba– "mi público prefería la comedia (...) no a mí". Y el bueno de Yeats se conformaba "porque sabía que era el arte moderno".
Pero con aquel episodio, el autor irlandés dio un paso adelante: "Al alterar mi sintaxis alteré mi forma de pensar", celebraba. Había comenzado a liberarse de todo lo que no era, ya fuera en la poesía lírica o dramática, en algún sentido un personaje de acción; "una pausa en medio de la acción quizá, pero la acción siempre su fin y su tema". Yeats escribía para el oído para poder ser entendido de inmediato, “como cuando un actor o un cantante de música popular se planta frente al público”, se decía antes de empezar a disfrutar de los "hombres activos"; lo mismo le daba un soldado que un artesano. El tema poético estaba en el centro por encima de curiosidades y psicologías de moda. Se acordó entonces de un viejo cuento indio que algún día llegó hasta él, en el que unos hombres le dijeron al más grande de los sabios: "¿Quiénes son tus maestros?". "El viento y la ramera, la virgen y el niño, el león y el águila", respondió. E, igual que el erudito, W. B. Yeats se entregó a la vida que tenía a su alrededor.
Así viene recogido en el Teatro reunido que Punto de Vista Editores publica, un volumen en el que recogen hasta 17 obras del que fuera senador de su país: Las aguas misteriosas, La tierra del deseo, Cathleen Ní Houlihan, La resurrección, El gato y la luna...
Aunque puede que haya quedado para la posteridad como uno de los poetas más importantes del siglo XX, desde el inicio de su carrera Yeats entendió que el valor de sus obras y su poesía era el mismo. De hecho, en 1923, cuando recibió Nobel de Literatura, sugirió que "quizá los comités ingleses nunca les hubieran enviado mi nombre si no hubiera escrito obras de teatro... si mi poesía lírica no hubiera tenido la calidad del habla practicada en el escenario". El gran logro del autor en poesía "no debería oscurecer sus impresionantes e innovadores logros como dramaturgo", presenta el libro traducido y editado por Andrés Catalán: "Este libro reúne las obras en el orden final en el que Yeats planeó que se publicaran y permite a los lectores ver claramente, por primera vez, las formas en que evolucionaron las muy diferentes formas dramáticas de Yeats a lo largo de su vida, y apreciar completamente la importancia del teatro en la obra de este gran poeta moderno".
El irlandés elaboró en su época una teoría teatral basada en la práctica y la experimentación –"y por tanto cambiante", apunta Catalán– que pretendía desafiar las convenciones establecidas. Desde finales del XIX, "Yeats se sintió un revolucionario en el teatro, partícipe de los cambios que observaba a su alrededor y las formas nuevas que intuía en el horizonte". Su teatro preludiaría muchos de los caminos de las nuevas formas teatrales del XX e influiría en autores como Synge o O’Casey –que también lo influirían a él– o en posteriores como John Arden, Samuel Beckett o Harold Pinter.
Sin embargo, la recepción del teatro de W. B. Yeats "ha seguido durante muchos años la línea de lo expresado por su biógrafo Roy Foster en su reacción al discurso de aceptación del Nobel en 1923 –afirma el libro de Catalán–, cuando calificaba de 'risible' la afirmación de Yeats de que la Academia Sueca venía a premiar su contribución al teatro moderno. A lo sumo, la crítica ha destacado su papel fundador del Teatro Nacional Irlandés como parte de su agenda cultural y política". Pero sí ha sido considerado por sus admiradores, ante todo, como un poeta que, de casualidad, escribía textos para la escena y para quien, según ellos, el teatro "era a menudo una suerte de distracción desafortunada, en la misma categoría que la astrología o su afición por las sesiones de espiritismo".
Así, la producción teatral del dublinés ha sido a menudo "arrinconada como un subproducto de su obra lírica, y sus escritos sobre teatro, desdeñados por carecer de eje o coherencia, de homogeneidad o de programa, consideraciones que a menudo se han hecho también sobre las propias obras: en lugar de entenderse como resultado de un proceso de incesante experimentación, se han juzgado como intentos fallidos, irrepresentables en algunos casos, propios de un amateur y fruto de su desconocimiento de los entresijos de la práctica teatral o de los gustos del público", firma Andrés Catalán.
Para Eric Bentley, a Yeats, "en realidad, no le gustaba el teatro"; y desde los ojos de Robert Hogan, "nunca estuvo interesado en el teatro y sabía poco de él". "Nada más lejos de la realidad", se responde en esta nueva recopilación: "Por un lado, Yeats acabó conociendo los gustos del público irlandés e inglés mejor que muchos de los contemporáneos, pues en cierta manera era un público que él había ayudado a formar, si bien no siempre con éxito. Por otro, el carácter cambiante de sus obras y sus teorías se debe a que Yeats reflexionaba sobre el teatro pero también por medio del teatro".