cultura
Vega: «Soy una feminista que quiere igualdad real. Una balanza equilibrada, no invertir la balanza»
La artista cordobesa presenta nuevo disco, «Ignis». En esta charla critica a una industria musical «machista» y revela los sentimientos encontrados que le provoca su oficio
Conocimos a esta cantante y compositora a través del popular concurso de televisión en el que también se licenciaron algunas de las mayores estrellas de la música española del momento, caso de Bisbal, Manuel Carrasco y Aitana, y al que, desde el principio, se asoció de un modo inevitable a la estricta comercialidad. Pero Vega (Mercedes Mígel Carpio) es mucha Vega, es Veguísima, si me apuran, y les salió rana a los padres del invento y a las sucesivas multinacionales del disco en las que recaló. Artista de veras, se rebeló enseguida contra una industria en exceso controladora y, al cabo de distintas decepciones, decidió sacrificar las campañas promocionales superlativas por el placer impagable de hacer la música que le quemaba entre las sienes y dentro del pecho, sin limitaciones de ningún tipo ni pensar en réditos económicos, y para ello no tuvo más remedio que crear su sello discográfico (La Madriguera Records). Nacida en Córdoba el último año de los 70, acaba de lanzar «Ignis» («fuego»), un disco, el noveno de estudio de su carrera, hermoso e intenso, y la última pieza de una tetralogía sobre los elementos de la naturaleza. Pero ¿qué fuego? ¿El de la pasión, el de la verdad, el del movimiento frente a la inacción? «El de la madurez –responde en el acto–. Yo soy una artista que tardó en decidir qué hacer con su carrera y si le gustaba la industria o no. No la música, que me gusta desde que tengo dientes, sino la parte comercial de este negocio. La idea de montar mi propio sello no la tomé en 2013, que es cuando arrancó, sino que es algo que en cada disco que hacía me planteaba: “¿Podré hacerlo?”. Y tomé esa decisión cuando me vi fuerte para ello. Mucha gente del mundo discográfico lo calificó de suicidio, pero nadie le iba a dedicar tanto empeño y tiempo a mi obra como yo. Y respecto a “Ignis” –añade–, viene a resumir todos esos fuegos que he vivido. Porque he estado en demasiados sitios en los que no me gustaba estar, empezando por ser un amago de artista dentro de un formato televisivo. Y cada una de mis facetas dentro de la música me ha traído un fuego distinto. Con 45 años he llegado a la conclusión de que todos los fuegos que me han pasado, en distintos planos, han conformado a la artista que soy. “Ignis” –prosigue– es bastante difícil de etiquetar, pero es un disco de calma. Me he dado cuenta de que los incendios van a seguir y entonces el miedo cambia de bando. En una fase primigenia tenía que convencer a unos y a otros, a una radio, al algoritmo de la radio, al AR (cazatalentos) de la compañía… ¡a tanta gente! Y este disco surgió sin pretensiones porque ni siquiera sabía si quería hacerlo, y por eso digo que nació de la calma: “lo voy a hacer para mí”, me dije, “para cumplir mis expectativas”. Y se han cumplido, sí».
A la esencia libérrima e indomable de Vega hay que sumarle una naturaleza de la que no se puede desligar y que le hace encarar la vida como una pendiente. En las entrevistas se nos revela como una mujer cargada de dolor; una tragicidad que explican, al menos en parte, su condición de PAS (Persona Altamente Sensible) y lo que en un principio pasó por ser un trastorno bipolar, dos palabras que le hacen torcer el gesto: «Eso está dicho en algunas entrevistas, ciertamente –concede–, pero he pasado por distintos terapeutas y psiquiatras y me han dicho que lo mío no es un trastorno bipolar, no existe tal diagnóstico. Que soy una persona PAS lo tengo claro, y el dolor está asociado. ¿Son inherentes al artista esos cambios de temperatura? Quiero pensar que sí. Si eres artista y no los tienes, difícilmente podrías llegar a transmitir algún tipo de emoción encima de un escenario o a la hora de componer. Creo que mi dolor –añade– se ve muy trágico y muy intenso, pero yo no lo veo así. Y te diré que cuando es un chico el que muestra ese dolor tiene otras connotaciones. ¿Que si es un discurso sexista? Es que la industria en la que vivo es tremendamente machista, esto no es ninguna novedad, aunque haya gente dentro de ella que no lo sea. La música está llena de hombres tristes, ¿por qué las mujeres somos más tristes que los hombres tristes? –pregunta retóricamente–. Y no sólo es una cuestión de la industria, también del público. La exposición que ellos tienen no es la misma que la que tenemos nosotras».
Enfatiza Vega, en todas sus entrevistas, su condición de mujer. ¿Cree que serlo tiene un valor extra en sí mismo o que ese valor lo marcan las cualidades positivas, las capacidades, de una persona, independientemente de su sexo? «Ser mujer no tiene un valor extra –niega–. Yo soy una feminista que quiere igualdad real, y la igualdad real, para mí, es una balanza completamente equilibrada, no invertir la balanza. Soy muy crítica. Cuando salgamos con una pancarta para reivindicar algo que creemos que por derecho debería tener igualdad, tenemos que ser consecuentes, y no siempre hay mujeres consecuentes con lo que pone en una pancarta. Pero, como feminista que quiere la igualdad, creo que se nos podrían perdonar muchísimas pasadas de frenada simplemente por el peso de la historia; por tantas pasadas de frenada que la historia ha tenido con nosotras». Y sostiene que «muchos» artistas hombres predican un feminismo en el que no creen: «No hay tantos hombres que quieren una igualdad, porque eso supone entender que la balanza está desequilibrada y equilibrarla significa perder una serie de privilegios que se han tenido históricamente, y no todos están dispuestos. De palabra, muchos; con hechos, pocos. Y no hay cosa que más me moleste que aquellos que dicen luchar por mis derechos como mujer desde una tribuna preferente, porque no predican con el ejemplo. Hay mogollón de artistas machistas –afirma– que cada 8 de marzo dicen esto no sé qué y no sé cuántos y luego, en su comportamiento diario, en el “backstage” y en todos los sitios que tiene la industria, no se comportan de esa manera».
Se considera Vega una «obrera de la música» y más artesana que artista, y se mantiene en su oficio, tras casi un cuarto de siglo, pese a una constante lucha interior: «Todos los días –confiesa– encuentro motivos para dejar la profesión, pero también razones para continuar. A las doce de la mañana tengo 27 razones para no seguir y a las ocho de la tarde, porque soy bastante nocturna, estar absolutamente convencida de que dejar la música sería un error». Su mayor enseñanza en este tiempo es que «no hay nada absoluto ni determinante. Pese a la intensidad, nada es tan importante», sentencia.
Arder o congelarse
Javier Menéndez Flores
Hace muchísimo frío o todo lo contrario: sientes que te quemas. Como una bruja en la hoguera o esa activista al límite que prende sobre sí la fatal cerilla. O como Julieta, aquella bendita loca que jugaba al amor con un tal Romeo en un campo de minas. Eso, saberse en los márgenes, donde el gris y el ecuador no se conciben, le pasa desde siempre a Mercedes en algún momento de cada día, y vivir así debe de parecerse bastante a caminar descalza sobre brasas o hielo. Vivir así es notar una lluvia interior incluso cuando te estalla la risa.
La noche en que la televisión te arrancó de ti misma –¿te acuerdas?–, por culpa de unas amigas que te querían demasiado, el mundo se volvió un huracán y un alarido en los tímpanos. Te multiplicaste por cien mil y te apropiaste de las carpetas de los adolescentes y de los lomos de los autobuses igual que una avariciosa rock star. Tú, que siempre que sonaba tu nombre en público sentías una opresión en el alma y buscabas el modo de desintegrarte.
Vino después el tiempo en el que mientras afinabas la guitarra o corregías unos versos los mercaderes, en sus oficinas siniestras, ordeñaban sus calculadoras y se expresaban en una jerga con la que no hay forma de escribir una canción, pues no admite las palabras «flor», «cuello», «boca», «rostro», «águila». Y así era muy difícil, Mercedes, así era decididamente imposible. Por eso construiste tu madriguera, para complacerte a ti misma, rendir tributo sólo a tu persona, discutir nada más que contigo. Y el saldo, al cabo de una década, se mide en gramos de libertad y en horas de sueño sin pesadillas.
Y resulta que este era el futuro que le esperaba a esa niña que no entendía la mecánica del mundo, tan semejante a la mujer de hoy, con las mismas preguntas y casi idénticas incertidumbres. La que sentía cómo la emoción derribaba todas sus puertas cuando en el reloj de Luis Eduardo daban las cuatro y diez y las serpientes de Silvio se escapaban de su sueño y se enredaban en tus piernas. Bendita sea un millón de veces aquella minicadena que te compraron Mercedes y José María: fue tu amiga más leal porque te ayudó a intimar con Mozart, Chaikovski, Springsteen, U2. Nadie, nunca, te ha vuelto a hacer un regalo tan mágico.
Dime, Mercedes, qué febrero, qué martes, qué sombras, qué peces, qué buitres, qué mirlo blanco habitan en ti y cuáles de ellos te salvan o te cercan. Y dime también quién puedes ser, quién después de ti y quién contigo. Y si los árboles bailan y el cristal es oscuro y la niña camina descalza será que somos, todos, los de arriba y los de abajo, hijos del fuego y a él habremos de rendirle cuentas. Tu vida entera está explicada en tus canciones como en un mapa meticulosamente diseñado y todas tus terminaciones nerviosas se activan con solo hundir una tecla de piano o pellizcar una cuerda de guitarra.
Canta Gordi «Volcanic» o Joni Mitchell «A case of you» y tú estás más con ellas que en el lugar en donde te encuentres. Y algún día le tienes que preguntar a Iván Ferreiro por qué del primer al último verso de «En el alambre» parecen estar hablando de ti. Quizá deberías exigirle una porción de los royalties, pues cada vez que la canta te desnuda ante el mundo.
Y en esas estamos, Mercedes, en el filo, al rojo vivo o tiritando. En la fragua o en la cornisa, cero tonterías, que esto de respirar no es ningún juego. «Hazme trizas la vida en un verso», impetras, pero gracias a la vida mil veces. Porque aunque tenga la insana costumbre de empujar y arañar y morder, carece de rival. Y además, Vega, tú ya venciste al Leviatán.