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Venecia agoniza convertida en parque de atracciones: del turismo masivo al cambio climático

La Unesco ha vuelto a amenazar con incluir a la ciudad de los canales en su lista negra de Patrimonio Mundial en peligro: cuenta con varios «daños irreversibles» y con el riesgo de convertirse en un futuro en un parque de atracciones
Turistas en Venecia (Italia) / APlarazon

Madrid Creada:

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En pleno corazón de la ciudad, las alarmas ya están saltando desde hace un tiempo, pero es el ruido del turismo y del negocio el que no deja que las escuchemos con claridad. A pocos metros del puente Rialto, en la plaza San Bortolomio, se erige desde 1908 la farmacia Morelli, que además de desempeñar su labor original, se encarga de advertir lo obvio a «viva voce»: Venecia está sufriendo. Cuando una ciudad se deteriora o está a punto de colapsar, el termómetro más fiable es el de sus habitantes: huyen de ella, ya no se sienten como en casa. Y en dicha farmacia así lo demuestra un contador electrónico, en el que van especificando a tiempo real cuántos venecianos quedan en la ciudad de los canales. Una forma de compartir las verdades más crudas a pie de calle, aunque nos esforcemos en que pasen desapercibidas. Los venecianos que siguen viviendo en la que llaman La Serenissima ya son menos de 50.000 –se han perdido unos 14.000 en los últimos 20 años–, en una ciudad de más de 260.000 habitantes, lo que sugiere una despoblación acelerada, fomentada por el turismo, por ende los altos precios, y por la paulatina transformación de Venecia en un parque de atracciones. No podemos permitir que eso le ocurra a uno de los grandes tesoros de Europa. Venecia no puede ser Disneyland. Ni lo quieren los venecianos, ni aquellos que valoramos a ese lugar como una joya patrimonial, que aguanta, que sigue sufriendo, y que está en peligro. Así lo ha advertido (de nuevo) la Unesco: Venecia podría entrar en su lista negra.
En 2021, ya ocurrió algo parecido: ante la advertencia (o amenaza) de la Unesco de incluir a Venecia en dicha lista, la ciudad declaró los canales como monumento nacional. Con ello, el paso de los grandes cruceros por la laguna y el canal de San Marco se prohibió para siempre, lo que hizo que el sufrimiento de la ciudad disminuyera. Pero no ha sido suficiente. Venecia sigue siendo un hervidero turístico, por lo que sus heridas cada vez son más grandes. En septiembre, durante la reunión prevista entre el 10 y el 25 en Ryad (Arabia Saudí), el Comité del Patrimonio Mundial votará la inclusión de la ciudad italiana en la lista de patrimonio en peligro, lo que la situaría en una posición delicada y de urgente cuidado. Una, podríamos decir, etiqueta que, además, no es solo simbólica, sino que tiene consecuencias. Más que una sanción, sería un impulso hacia remediar los riesgos, pues esta inclusión implicaría la limitación de la autonomía de decisión sobre la ciudad por parte de la región del Véneto. Están en la lista negra zonas amenazadas por desertificación, guerras o calentamiento global: desde las ruinas de Chan Chan en Perú hasta las selvas tropicales de Madagascar. Lugares, como Venecia, en peligro, o con riesgos a desaparecer o a perder su estatus de patrimonio mundial. De no actuar al respecto, los expertos temen respecto a Venecia «daños irreversibles por los efectos del continuo deterioro», motivados por la intervención humana, el constante desarrollo urbanístico, los impactos del cambio climático y el turismo de masas, por lo que aseguran que «urge una nueva visión y estrategias adecuadas».
La principal petición por parte de la Unesco está dirigida a las autoridades italianas, a quienes les instan de «aumentar los esfuerzos para proteger la ciudad». Venecia, añaden, «afronta un peligro probado y unas amenazas que provocan efectos nocivos en sus características intrínsecas». Esto es, si hay algo que hace especial a La Serenissima son sus canales, sus góndolas y sus innumerables puentes, pero su encanto y unicidad no podrán ser para siempre más fuertes que el maltrato que conlleva el turismo masivo, unido al cambio climático, a la subida del nivel del mar o a las continuas renovaciones a las que una ciudad, de por sí, en la actualidad se ve sometida.
«Cambios irreversibles»
La Unesco ha reconocido que toda ayuda es tan necesaria como bien recibida. Al igual que valora que en los últimos años se haya tratado de frenar este deterioro, a través de, por ejemplo, la prohibición de los cruceros cerca de la ciudad o las barreras de protección ante inundaciones, explican que es necesario también vigilar el proyecto de construcción de rascacielos e inmuebles que se ha puesto en marcha en los alrededores de la ciudad. Alertan que estas edificaciones podrían ser «susceptibles de tener un significativo impacto visual negativo». Asimismo, reclaman un estudio más profundo de los fenómenos naturales que afectan a Venecia, así como del impacto del cambio climático o de la llegada de cruceros a canales próximos. Y es que, si debemos citar un problema principal al que se enfrenta la ciudad de los canales, ese es el turismo masivo. Si han estado en Venecia, no deberán hacer uso excesivo de la imaginación. Basta con un paseo por sus laberínticas calles, repletas de comercios, fotógrafos, gondoleros solicitados, excursiones y «vaporetti» hasta los topes. La Unesco advierte de la urgencia de «un modelo sostenible de turismo», que reduzca «el número excepcionalmente elevado de visitantes». Insistimos: no exageran. En estas fechas, en plena temporada alta del turismo en Venecia y en Europa, se llegan a contabilizar unos 100.000 turistas alojados en la ciudad, sumados a los miles de visitantes diarios. Esto, además de afectar la calidad de vida de los residentes, puede provocar «cambios irreversibles y una pérdida sustancial de la autenticidad histórica y la importancia cultural» del lugar.
Estas advertencias vienen de largo, y continúan pidiendo la detención «de todos los nuevos proyectos a gran escala», así como la aprobación de «medidas relacionadas con la planificación, la gestión y la gobernanza». No obstante, hasta el momento en que se redactan estas líneas, la reacción por parte de las autoridades italianas no ha sido ni ambiciosa ni radical. Según los medios italianos, el Ayuntamiento de Venecia ha asegurado que «leerá atentamente» la propuesta de la Unesco, así como la confrontarán al Gobierno. Ya sabemos que las cosas en Palacio van despacio, pero Venecia, bella y frágil, atractiva y enferma, necesita de toda ayuda urgente, veloz, que ofrezca soluciones palpables lo más antes posible. «Necesita una respuesta concreta, a partir del plan nacional de adaptación al clima que el país aún está esperando. Si el turismo se ve como el petróleo, este es el momento de transformar a Venecia de una fuente fósil a una renovable y sostenible. No deben perder esta oportunidad», afirma el responsable de territorio e innovación de Legambiente, Sebastiano Venneri, a la publicación medioambiental italiana «La nuova ecologia». Es el momento, por tanto, de apagar las alarmas.

DE VERONESE A TIZIANO: JOYAS ARTÍSTICAS EN RIESGO

Por Pedro Alberto Cruz

La Unesco ha anunciado la introducción de Venecia en la lista de patrimonio en peligro. Por desgracia, no es el primero ni será el último caso de conjuntos patrimoniales que, en este periodo crítico de la humanidad, son introducidos en la lista negra que alerta sobre su futuro. El turismo ha dejado de ser ese «gran invento» para convertirse en una de las amenazas más letales para no pocos lugares del planeta. Que una ciudad como Venecia reciba hasta 100.000 turistas diarios tiene un impacto sobre su amplio patrimonio cultural que lo sitúa al borde del abismo. Hace unos años, la UE advertía sobre el hecho de que el futuro del turismo en Europa habría de pasar por un turismo de calidad que las autoridades de Bruselas identificaban con el turismo cultural. Pues bien, en 2023, ese diagnóstico se ha quedado completamente obsoleto. Ya no se trata de la motivación que los turistas tengan para viajar a un destino concreto, sino de la cantidad de visitantes que un lugar sea capaz de asimilar antes de que alcance su punto de colapso y de inexorable deterioro.

El caso de Venecia es paradigmático en este sentido: se trata de uno de los destinos culturales más importantes del mundo. Sus joyas arquitectónicas que abarcan desde el periodo bizantino hasta el barroco –y que llevan la firma de grandes nombres de la historia del arte como Palladio o Longhena–; bienes muebles –pinturas, retablos, esculturas–creados en el esplendor del Renacimiento, Barroco y Neoclasicismo por Veronese, Tintoretto, Tiziano, Bernini o Canova; cientos de puentes y palacios; fundaciones de arte contemporáneo como la de Peggy Guggenheim; y eventos globales como las bienales de arte y de arquitectura o su celebérrimo y glamuroso Festival Internacional de Cine. Venecia, en suma, es el paradigma del destino cultural; y este hecho no ha traído consigo un turismo de mayor calidad y sostenible. Por cuanto la definición del producto no es la clave para poner freno al deterioro manifiesto de Venecia ni de otros grandes destinos turísticos. Solo queda una opción: el decrecimiento; restringir el número de visitantes totales por año. Cualquier otra opción, a estas alturas, llega tarde y será a todas luces insuficiente.

Pero, claro está, esta solución del decrecimiento choca frontalmente con los intereses de una industria como la turística, hiperdesarrollada y locomotora de los grandes países de la Unión Europea. Cualquier palo que se ponga en la rueda de esta locomotora la haría descarrillar y supondría una catástrofe económica de proporciones inimaginables.

Cuando la maquinaria está montada, solo hay una opción: alimentarla. Y alimentarla para que funcione a pleno rendimiento supone la destrucción del producto en torno al cual se ha desarrollado. Nos encontramos, por tanto, ante un nudo gordiano que implica o sacrificios o destrucción del patrimonio cultural. El clásico «susto o muerte». Cualquier solución tendrá consecuencias negativas. Así que toca pensar en grande y decidir qué es lo que más nos conviene como sociedad.