«El ángel de la ciudad»: Venecia, mitad arte mitad demonio
Eva García Sáenz de Urturi publica una nueva entrega de la serie sobre el icónico personaje Kraken y ambientada en la misteriosa ciudad de los canales
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Venecia es un canto al misterio. Es una ciudad de secretos, de giros, de fábulas, de calles estrechas, donde sus 455 puentes se alzan sobre unos canales que emergen silenciosos y respetuosos ante el bullicio. Es la ciudad que enamoró a Canaletto y que retrató Tintoretto, es la pura imagen de la asfixia del turismo, la exaltación de la originalidad, la de las rayas azules y blancas del gondolero y, ante todo, Venecia es literatura pura y dura. Qué mejor escenario para desarrollar una trama que enlaza misterio y arte que el de la ciudad de los canales, donde en cada recoveco se respira creación, leyendas e inspiración. Durante siglos, la ciudad italiana ha traído a generaciones enteras de escritores y artistas, y Eva García Sáenz de Urturi, ganadora del Premio Planeta 2020, ha querido sumarse a la larga lista. «Me apetecía explorar el contraste entre belleza y decadencia de sus rincones, porque el resultado es una energía muy especial que aportaba el tono adecuado para la trama de un thriller, ambientado en el mundo de las falsificaciones del arte», explica la autora a este diario, durante un viaje al que le ha acompañado la Prensa para descubrir, paso a paso, los rincones donde se desarrolla «El ángel de la ciudad» (Planeta). Pero no le ha bastado con la imponente Plaza de San Marcos o el icónico Puente Rialto, sino que Sáenz de Urturi visitó Venecia «en numerosas ocasiones en busca de leyendas vernáculas. Recorrí las librerías de viejo de los barrios, gracias a las que pude hacerme mi propia biblioteca específica para poder documentarme». También visitó museos, galerías de arte, y «realicé todas las rutas disponibles en busca de temas intrínsecamente venecianos, alejados de los recorridos turísticos», añade.
La ruta de la novela abarca desde las columnas del león alado y de san Teodoro que conectan el Gran Canal con la Plaza de San Marcos, hasta el museo Peggy Guggenheim, centro neurálgico del arte contemporáneo y vanguardista de Venecia. Todo ello, pasando por la famosa y única librería de Acqua Alta, y sin dejar atrás «las fábulas venecianas, con las que la novela juega mucho», dice la autora, «cuando me documenté, vi que había muchas leyendas de brujas, pero más de diablos. En cada puente encontré una, y eso daba para mucho en un thriller policíaco, lo que se complementó con que en Venecia hay muchas galerías y la ciudad es un museo al aire libre, y la obra va sobre las falsificaciones de lienzos».
Sáenz de Urturi devuelve a sus lectores a Kraken, el ambicioso y mítico personaje que nació en 2016 con «El silencio de la ciudad blanca», siguió con «Los ritos del agua» y «Los señores del tiempo» y se consolidó con «El libro negro de las horas». Al igual que esta última, la nueva entrega también «aborda el tema de la bibliofilia, del comercio del libro antiguo», explica Sáenz de Urturi, «me considero bibliófila. Mi amor a los libros me llevó a este oficio», confiesa,y cita «uno de los pasajes de una de mis novelas», en el que subraya que «todos estamos un poco perdidos, todos estamos un poco heridos. No conozco una medicina mejor, sin efectos secundarios, sin química», que la literatura. «El ángel de la ciudad» es una novela de dualidades. Se narra entre dos épocas, y a dos voces. Por un lado, la trama se desarrolla entre 1992 y 2022. «Siempre he escrito tramas ambientadas en varias épocas, pienso que ilustra muy bien los cambios tanto sociales como psicológicos de los personajes. El pasado siempre pesa», justifica. Asimismo, toma la primera persona de Unai López (Kraken), el perfilador criminal protagonista de la serie, y la segunda persona de Ítaca, madre del anterior, como voces narrativas del trepidante thriller, que arranca con los mayores miedos de la cultura: la censura, la falsificación... y el fuego.
Podemos imaginar la tristeza, impotencia y rabia que se llega a sentir cuando se pierde una creación artística, o cuando la observamos arder. Nos ocurrió con la tragedia de Notre Dame, incluso lo percibimos de similar forma con las recientes tendencias a reescribir clásicos, una censura que la autora toma como «un tema complejo, como todos los revisionismos, y que depende del contexto de cada caso». Con esto, una sensación que la escritora transmite en esta trama, y explica a través del fuego, que «como tropo narrativo tiene múltiples lecturas en la literatura», asegura la escritora, «en este caso un incendio arranca el comienzo de la trama policíaca, y es el detonante para una historia de redención». La obra comienza con un espléndido y decadente «palazzo» ardiendo, en una pequeña isla veneciana donde se celebraba un encuentro de la Liga de Libreros Anticuarios. Los cuerpos de los invitados, todos conocidos de Kraken, no aparecen entre los escombros. Y se sospecha que Ítaca tuvo algo que ver con dicho fuego, que arrasó en idénticas circunstancias décadas atrás. Mientras tanto, en Vitoria, la inspectora Estíbaliz investiga un caso que puede tener las claves del atraco que acabó con la vida del padre de Kraken. Pero éste es reacio a reabrir ciertas heridas. Es una novela, por tanto, de leyendas y amor al arte, que se articula a través de la figura del ángel de la ciudad, mitad mecenas mitad demonio, pero también de búsqueda de una identidad propia. Y una obra que, ante todo, invita a descubrir el lado más oscuro y, a la vez, brillante de Venecia, lugar que «te bombardea de colores y belleza. Hay algo de anciana dama, recia y bellísima en esta ciudad que lo permea todo», concluye la autora.
Entre las leyendas y anécdotas que Sáenz de Urturi incluye en esta novela, destaca la de «El Ángelus», de Jean-François Millet. Este cuadro muestra a un hombre y una mujer en el campo, con una cesta de mimbre en el centro, hacia donde dirigen sus miradas cabizbajas. El lienzo obsesionó a Salvador Dalí, hasta el punto en que el pintor pidió a los expertos que lo examinaran a fondo. Y lo que hallaron fue digno de novela. Dalí tuvo un hermano que murió cuando era un bebé, y que se llamaba igual que él, lo que le produjo varias crisis de identidad en su vida. Con esto, lo que se encontró en la obra de Millet fue que el cesto de mimbre fue un añadido: originalmente era un ataúd de un mortinato. Un descubrimiento que triplicó la obsesión de Dalí, quien pintó varias interpretaciones de este cuadro, siendo estas las pinturas que Ítaca falsifica en «El ángel de la ciudad».