Senegal: el hechizo del desorden
Cuentan los folletos turísticos que Dakar es una de las más grandes y modernas ciudades del continente africano. Y no les falta razón, pero lo cierto es que la capital de Senegal poco o nada tiene que ver con el concepto de urbe actual que imaginamos desde aquí. En realidad, Dakar es una enorme aldea, ecléctica y algo caótica, en la que han brotado casi de manera espontánea algunos rascacielos y unas cuantas urbanizaciones de gran lujo, refugio de los nuevos ricos senegaleses que no dejan de chocar con el ajado aspecto del resto de la ciudad. Pero quizás en ese desorden y desconcierto estriba todo el hechizo del destino. Puestos a sacarle jugo a la urbe, no hay que pasar por alto el Plateau, el antiguo barrio colonial que conserva los edificios más representativos de esta época, como la Cámara de Comercio, el Hotel de Ville o el Palacio Presidencial, entre otros. Los mercados también merecen una detenida visita, pues es aquí donde se esconde la auténtica esencia del país y sus gentes. Buen ejemplo de ello son los de Kermel, Sandaga o Tiléne, locales plagados de colores y aromas tan desconocidos como embriagadores para nuestros cinco sentidos. Para llevar de vuelta a España un «souvenir» típico, resulta imprescindible acercarse hasta la Village Artisanal de Soumbedioune, con cerca de 500 artesanos que trabajan diferentes materiales como madera, cueros o sedas.
A unos 20 minutos en barca desde Dakar, el viajero se da de bruces con uno de los capítulos más crueles de la historia de la humanidad. Y es que, en la diminuta isla de Gorée, se hacinaban miles de hombres, mujeres y niños antes de ser enviados a trabajar a las plantaciones del Nuevo Mundo. Merece la pena visitar una de esas «casas de esclavos» que todavía se conserva, convertida en triste museo del horror. Un simple cartel en una de sus puertas nos invita a realizar «una mirada más allá del océano que nos recuerde todo el drama de los pueblos africanos, donde Gorée es el símbolo». Otra excursión ineludible es al lago salado Retba, famoso por ser tradicionalmente la meta final del rally París-Dakar, aunque el resto del mundo lo reconozca por su apodo de «lago rosa», debido al color de sus aguas. Allí, junto a las piraguas de la orilla, no es difícil ver la inocente y risueña mirada de algún niño, porque, a pesar de todo, en Senegal nunca falta una sonrisa para agasajar al forastero.