Coronavirus

Gedeón Guardiola, que ha superado el coronavirus: “Tenía que ver a mis hijos por la ventana, como si estuviera en una burbuja”

El campeón del mundo con los Hispanos afirma en esta entrevista que lo que más recuerda son los “terribles escalofríos que nunca había sentido". Su mujer pasó la enfermedad de forma asintomática

Gedeón Guardiola ha entrenado estos días con su equipo, el Rhein-Neckar Löwen: lo ha hecho con guantes, mascarilla, en grupos pequeños...
Gedeón Guardiola ha entrenado estos días con su equipo, el Rhein-Neckar Löwen: lo ha hecho con guantes, mascarilla, en grupos pequeños...AS Sportfoto/ BinderAS Sportfoto/ Binder

“Lo que más recuerdo son los escalofríos que me daban. Eran terribles”, cuenta Gedeón Guardiola. “En mi vida había notado unos escalofríos tan fuertes”, añade el campeón del mundo y doble campeón de Europa con los Hispanos, una torre de dos metros y unos cien kilos, líder en defensa, acostumbrado a pegarse con rivales de un tamaño similar al suyo y que también se vio obligado a jugar el difícil partido contra el coronavirus. Cuesta pensar lo que tienen que ser esos escalofríos en un cuerpo así. “Y tenía un dolor de cabeza muy fuerte; y la fiebre no la tenía muy alta, pero la sensación era que estaba ardiendo, que estaba por los 40 grados”, continúa el jugador de Rhein-Neckar Löwen alemán. Su pelea con el SARS-CoV-2 duró unos días, pero admite que mal, mal estuvo cuatro. Eso en lo físico, porque también hay un factor psicológico y unas normas que tienes que seguir por mucho que las sensaciones vayan a mejor. Por la salud propia y por la de los que están alrededor. “Las dos semanas de cuarentena estuve aislado. Por suerte tenemos un jardín al que da mi habitación y podía ver a los niños por la ventana, como si estuviera en una burbuja. Y también a mi mujer. Los niños querían entrar a la habitación, había que decirles que no, tienen tres y cinco años, había que explicárselo, pero al día siguiente otra vez. Les teníamos que decir que no tocaran la manivela de la puerta. A la semana yo ya me encontraba mejor y se asomaban y había que explicarles que no podían tocar a papá cuando salía al baño, y que tenían que lavarse mucho las manos”, describe. “Al menos los veía e incluso podía escucharlos, y era bonito, eso me ayudó, aunque echaba mucho de menos el contacto, el jugar con ellos... Fue una de las partes más duras. En un hospital hubiera sido peor”, insiste Guardiola, que en todo momento estuvo vigilado por los médicos.

Fue un sábado cuando empezó a encontrarse mal, quizá por aquel partido en el que se enfrentaron al Kiel y en el que volaron desde Frankfurt, “que es uno de los aeropuertos más concurridos de Europa y había mucho contacto con la gente y no había medidas todavía” y en el que jugaron “en un pabellón que estaba llenísimo” o durmieron en un hotel que también estaba hasta arriba. O tal vez fue en el viaje de la semana anterior, en el que estuvieron en España, en Cuenca, y viajaron desde Madrid, donde el virus ya estaba pululando. “Es difícil saber dónde lo cogí”, dice Guardiola. El caso es que ese sábado de escalofríos y fiebre ya era más que una sospecha lo que tenía y hasta el lunes no pudo ir a hacerse el test que dio las malas noticias. “Desde que me empecé a encontrar mal el médico me aconsejó que tanto yo como mi familia estuviéramos en cuarentena en casa”, asegura. Y así lo hicieron. El control fue constante. “Todos los días esas dos semanas teníamos que enviar tanto mi temperatura como la de mis hijos y la de mi mujer y decir si teníamos algún síntoma, por la mañana y por la tarde. Una noche mi hijo dio 39 de fiebre, aunque se encontraba bien; mandé los datos y al día siguiente a las nueve me llamaron por si había que llevarlo a un hospital”, desvela, contento con el trato recibido.

Hace algo más de un mes que le dieron el alta y recientemente Gedeón Guardiola se ha hecho más pruebas para saber si ha generado anticuerpos. Su mujer también y ambos han dado positivo, por tanto ella pasó la enfermedad, pero de forma asintomática. “Justo hoy he recibido una carta que dice que he dado negativo en la enfermedad, pero tengo anticuerpos y estoy apuntado para donar sangre y que puedan utilizar mi plasma para estudiarlo”, afirma el pivote, al que no le ha quedado ninguna secuela, pese a que el coronavirus sigue en boca de todos en su día a día. “Estoy intentando olvidarlo, pero no me ha causado ningún trauma porque gracias a dios no fue a más”, admite. Eso sí, justo después de recibir el alta no dormía bien, se desvelaba, se notaba cansado y como estudia psicología en la UCAM llamó a uno de los tutores para pedir consejo. “Me dijo que dejara de ver tanto las noticias, que cogiera una rutina, que hiciera deporte todos los días, incluso que subiera la intensidad, que no durmiera siesta...”, explica. Y le funcionó .Estos últimos días incluso ha entrenado con su equipo. “Hacíamos tres grupos de cuatro jugadores, todo medido para evitar riesgo, no juntar gente que lo ha pasado con los que no, con guantes, mascarilla, cada uno con su botella desinfectante, la distancia... Es raro”, reconoce. También recientemente ha hecho una donación a Cruz Roja de Petrer, su pueblo alicantino, para ayudar a los más necesitados.

Con la liga alemana cancelada y sin saber cuándo va a comenzar la próxima temporada, ahora está de ERTE y pendiente de la mudanza que tiene que hacer porque tras ocho años va a cambiar el Rhein-Neckar Löwen por el Lemgo, donde se reencontrará con su hermano Isaías. Tiene tiempo en este parón para pensar también en el futuro con los Hispanos. Está entre el grupo de veteranos que podía decir adiós a la selección en los Juegos de Tokio después de haber ganado prácticamente todo. Pese al aplazamiento hasta 2021 por la pandemia, el sueño sigue vivo “La edad ya no perdona y la familia tira, pero a lo mejor con esta pausa de tanto tiempo recargo pilas y puedo aguantar un poco más. Me gustaría hablar con Jordi [Ribera, el seleccionador] y a ver qué planes tiene, no quiero ir a la selección ni forzado ni a disgusto. Sé que está contento conmigo, pero a lo mejor quiere hacer ya el cambio generacional", opina con humildad. "Decir adiós en los Juegos sería muy bonito”, concluye el jugador de 35 años.