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La confesión más dura de Albert, de la Casa Fuerte: cárcel, soledad y terrible pobreza

El deportista, campeón de pértiga, abrió su corazón: “En Navidad sólo teníamos para un bocadillo”

Albert Álvarez, de la Casa Fuerte 2
Albert Álvarez, de la Casa Fuerte 2La Razón

Albert Álvarez es campeón de España de salto de pértiga y concursante ahora de la Casa Fuerte 2 y en su momento de Supervivientes.

Le ha tocado el turno de abrir su corazón, de contar su vida y ha sido duro y sincero: “Cometí muchos errores cuando era joven. No entré a la cárcel. La sociedad siempre te pone una etiqueta. Cuando era estudiante me dijeron que no era suficientemente bueno; luego tuve problemas en la cárcel y un tribunal dijo que no era suficientemente malo y por eso me salvé. Estuve muy cerca, cometí muchos errores. Estuve arrepentido mucho tiempo. Me juntaba con personas que no me hacían bien. Olvidé quién era”.

El deporte de competición no le hizo siempre bien. Su exigencia le afectó a su forma de ser: “En el mundo deportivo gira entorno a una calificación. El primero gana, el segundo pierde, el tercero pierde, el cuarto pierde... solo gana uno. Cuando uno gana afecta a muchos que pierden. Me vi envuelto en ese examen continuo. Para ser siete veces campeón de España tuve que perder mil veces y ser el hombre más triste del mundo en esas ocasiones. Para ganar hay que frustrarse”, continuó en el programa.

Pero luego llegó la caída: “Solo quería ganar, disfrutar de los aplausos. Estaba enganchado a ese sentimiento de grandeza. De que cuando ganas viene el político de turno a darte la palmadita en la espalda, vienen los patrocinadores y luego cuando tuve un accidente y estaba en una cama de hospital me di cuenta que tenía cuatro personas a mi lado: mi madre, mi padre, mi hermana y mi entrenador que en paz descanse. Son a ellos a los que nunca voy a fallar”.

Porque su familia siempre ha estado ahí: “Hubo una temporada muy larga donde por no tener ni siquiera teníamos para tener la nevera llena. Mi madre se encontraba con una enfermedad que no podía tirar hacia delante y ahí recuerdo unas Navidades donde solo teníamos para un bocadillo. Había inviernos que cuando no hay dinero para la calefacción se pasa mal. Y no fue fácil”.

Pero ahí descubrió al ser humano: “Recuerdo esos momentos duros donde no teníamos nada y recuerdo la honradez de todos los vecinos que, sin decir quién era, todos los días encontrábamos una bolsa de comida en la puerta y eso es compartir. Y de manera desinteresara. Cuando ves que una familia lo está pasando mal y hay una bolsa de comida es de agradecer. La pobreza a mi me sirvió para compartir cuando las cosas no van bien”.

Y aunque suene extraño, siempre le ha acompañado la soledad: “Creo que uno tiene que aprender a vivir en soledad pero sí que en una época de mi vida, cuando estaba interno en el centro deportivo, sentí que estaba rotalmente solo. Aprendí mucho de quién soy yo. Es más, la soledad para mí es fundamental y necesaria. La uso casi a diario. Pero como todo, la soledad excesiva puede dañar”