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Música

Sabina se despide en Madrid: y el portazo sonó como un signo de interrogación

El maestro se despide de las giras en Madrid con un concierto triunfal y emotivo

Sabina @ Gonzalo Pérez
Sabina@ Gonzalo Pérez Gonzalo Pérez Fotógrafos

Salió con el corazón en el puño o puede que fuéramos quienes estábamos anoche en el Movistar Arena de Madrid los que sentíamos latir las yemas de los dedos. Joaquín Sabina cerró anoche tras de sí (¿para siempre?) la puerta de las giras para grandes recintos con una triunfal y emotiva actuación en el Movistar Arena de Madrid. Nos deja un puñado de canciones inmortales y un acertijo: qué será de nosotros ahora y cuándo volveremos a saber de una de las voces más importantes de la historia de nuestra música. Sabina, él mismo lo ha advertido, se retira de los estadios, los aviones y las masas, pero no de volverse a subir a un escenario cuando se le antoje, y mucho menos de publicar canciones si las musas llaman. Aunque anoche cerró al salir con un dulce portazo y lágrimas en los ojos, como si fuera para siempre.

Han sido más de 700.000 personas las que han visto al maestro de Úbeda a lo ancho de 71 conciertos por todo el mundo durante el último año, confirmando su estatus de leyenda. A él nunca le han gustado demasiado los escenarios, recurso alimenticio y lucrativo, especialmente para un mito a ambos lados del Atlántico como es el autor de "Princesa”. Les ha tenido, incluso, verdadera alergia y traumatismo por cornada en dos trayectorias. No hace falta que recordemos el episodio de pánico escénico (2014) o la pavorosa caída de 2020, ambas en Madrid. Así que Sabina salió al ruedo por última vez. Sabíamos que era muy probable que no fuera la última, pero los 12.000 del Movistar Arena así lo sentían.

En realidad, la noche tenía muy poco misterio. Sabina iba a calcar el repertorio con el que ha cruzado el mundo y que ha mostrado ya en Madrid en las nueve ocasiones -9- que ha actuado en la ciudad durante su gira de despedida. Así salió con “Yo me bajo en Atocha”, amor de lija para la ciudad interminable. “Esta gira que se llamaba hola y adiós y que ha pasado por medio mundo ya se llama solo adiós -advirtió-. Es un adiós agradecido porque yo he viajado con mis canciones y he visto cómo han conseguido de un modo misterioso colarse en la memoria sentimental de varias generaciones. Eso tengo que agradecéroslo, porque, sin vosotros, las canciones no existen”, saludó el maestro. Era imposible no entender como epitafio “Lágrimas de mármol” o “Lo niego todo”, temas que han construido, como todos los demás, una leyenda autorreferencial, una carrera de mitos y cuentos sobre sí mismo -de algunos de los cuales está cansado- y una cátedra cruel sobre la vida y el amor. Las canciones de Sabina no son como las demás. Sus versos huelen y duelen, y cuando no provocan amargas sonrisas, pinchan, hieren.

“Esta gira yo ya sabía que era la última y este concierto es el último de mi vida y por eso es el más importante”, insistió provocando negativas y protestas antes de “Calle Melancolía”, la “segunda canción que escribí en mi vida, hace más de cuarenta años”, una joya indiscutible. Menos mal que “19 días y 500 noches” despertó los oles. “Quién me ha robado el mes de abril” acredita un magisterio de escritor de canciones que ya tienen un capítulo en la historia. Sabina ha inscrito la música popular en la historia de la cultura en español. “De purísima y oro”, “Peces de ciudad” y “Una canción para la Magdalena” juegan con la memoria como si ya tuvieran cien años. Suenan a baladas ancestrales, a patrimonio inmaterial, a clásico en mármol. Creen los mexicanos que “Y nos dieron las diez” es un tema tradicional de sus tatarabuelos. “Ojalá que volvamos a vernos. Ojalá, ojalá”, dijo subrayando entre líneas su cariño al público de Madrid.

“Una noche hace ya bastantes años, paseando por Madrid con Chavela Vargas, que había venido a cantar y era ya mayor, ella me contó que vivía en el bulevar de los sueños rotos. Yo pensé que ese verso era un regalo maravilloso que merecía una canción. Y antes de que nadie la escuchara tuve el honor de cantársela mirándola a los ojos”, contó de otra de sus piezas de oro. Vendrán ahora, con su retirada, quizá, los premios. Algún reconocimiento al vuelo de su verso sobre el papel impreso. No sería ninguna sorpresa. Bien merecería una callecita con su nombre cerca de Tirso de Molina, o una adyacente a la estación de Atocha. Quién mejor que él en el callejero.

Sabina rindió homenaje a la copla de “Y sin embargo te quiero” (interpretada magistralmente por Mara Barros) y que el de Úbeda escuchaba en la cocina de su madre. “Aquel estribillo se quedó en mi cerebro y me inspiró esta canción. Es justo decirlo”, dijo para presentar “Y sin embargo”, que cantó, por cierto, con una robusta voz de licor añejo, más firme que en anteriores visitas a la capital. Al borde de las lágrimas abandonó el escenario antes de los bises, negando con la cabeza ante el calor del público. Regresó para el epílogo, el de una vida imposible de resumir, para una ovación con las que los toreros y los tenores solo pueden soñar. Cantó “Princesa”, se puso su bombín. Y el portazo sonó como un signo de interrogación.