Polémica
Irene Montero e Ione Belarra obligan a desviar el paso de la Vuelta a España por Cercedilla
Las dos políticas de Podemos se han manifestado en el paso de la penúltima etapa y han obligado a variar la etapa
La vigésima etapa de la Vuelta a España 2025, disputada este sábado entre Robledo de Chavela y la emblemática Bola del Mundo, pasará a la historia no solo como el último gran reto deportivo de la ronda, sino como el espejo de un clima convulso que ha marcado la carrera desde el primer día. Tres semanas de tensión, improvisación y resistencia, en las que el ciclismo ha convivido con un contexto político y social que lo desbordaba.
Todo comenzó el 23 de agosto en Italia, cuando el pelotón inició su travesía bajo un ambiente que ya se intuía enrarecido. Desde entonces, cada etapa ha estado atravesada por la sombra de las protestas propalestinas, que han condicionado recorridos, alterado planes logísticos y desafiado la seguridad de corredores, organizadores y público. En Cercedilla también han pasado cosas.
Protestas constantes y rutas alteradas
Los primeros incidentes se produjeron en Figueras, durante la contrarreloj por equipos. Un grupo de activistas intentó bloquear la carretera, generando un riesgo directo para los ciclistas que rodaban a gran velocidad. Aunque la intervención policial evitó males mayores, el mensaje estaba claro: la protesta no iba a ser episódica, sino persistente.
Bilbao confirmó esa sospecha. Allí, un boicot obligó a adelantar la meta varios kilómetros respecto al plan inicial. La organización tuvo que desplegar vallas improvisadas y redibujar el final de etapa en tiempo récord, en una situación inédita para la Vuelta moderna.
Valladolid se convirtió en otro escenario crítico. La contrarreloj individual prevista de 27 kilómetros terminó reducida a poco más de 12, bajo un despliegue policial sin precedentes: mil agentes, helicópteros y drones. Aun así, dos manifestantes lograron saltar al trazado y fueron detenidos en plena competición. El clima de crispación era palpable, tanto en el público como en el pelotón, que llegó a considerar la neutralización de la jornada.
Seguridad blindada y corredores inquietos
La Delegación del Gobierno en Madrid tomó nota y blindó el final de la Vuelta. Para las últimas etapas, se desplegaron más de 1.500 efectivos de Policía y Guardia Civil, con cortes de carreteras y restricciones en el espacio aéreo. El miedo no era abstracto: en Valladolid, alguien había llegado a lanzar chinchetas sobre el asfalto, obligando a los ciclistas a rodar con la sensación de estar permanentemente en riesgo.La posibilidad de ver una etapa anulada flotó en el aire durante varios días, aunque finalmente la organización logró sortear esa amenaza con medidas de seguridad reforzadas y un diálogo constante con los equipos.
Cercedilla, epicentro político
Si Valladolid fue el ejemplo del riesgo físico, Cercedilla se convirtió en símbolo político. El esprint intermedio previsto en la localidad tuvo que ser eliminado por la concentración de manifestantes que bloqueaba el paso. Allí, entre pancartas y consignas propalestinas, se dejaron ver rostros muy reconocibles: Ione Belarra e Irene Montero, exministras y figuras clave de la izquierda española, de Podemos, que se sumaron a la protesta como un gesto de apoyo a la causa. "Hoy el Gobierno, de la mano de Ayuso y Almeida, militariza Madrid con un dispositivo policial que no se veía desde la cumbre de la OTAN para proteger al equipo sionista de Israel en La Vuelta y reprimir la solidaridad con Palestina ¡Todas y todos a protestar contra el genocidio!", habia escrito la eurodiputada.
Se tomó la decisión de desviar el recorrido hacia Los Molinos, eliminando el tramo de Cercedilla del perfil oficial. Fue otra muestra de improvisación sobre la marcha, pero también una prueba de que la protesta había logrado dejar huella en el corazón de la etapa reina.
El impacto deportivo
En lo estrictamente deportivo, la Vuelta ha sido un desafío mayúsculo para corredores y equipos. Jonas Vingegaard y Almeida, han protagonizado la lucha por la general en medio de la incertidumbre. Cada cambio de recorrido, cada kilómetro recortado o cada meta desplazada afectó a la estrategia de los equipos, restando oportunidades a rodadores, esprínteres o cazadores de etapas.
La carrera encara su desenlace con todo ese bagaje a cuestas. Hoy, a falta de 25 kilómetros para la meta en la Bola del Mundo, un grupo de escapados mantiene poco más de un minuto sobre el pelotón principal. El escenario es de los más exigentes del ciclismo español: rampas durísimas, ambiente festivo en las cunetas y una tensión latente que no ha abandonado nunca a esta edición. Y Vingegaard ha dado la puntilla.
Sea quien sea el ganador, la etapa quedará en la memoria como el colofón de una Vuelta convulsa, marcada tanto por la resistencia de los ciclistas como por la fuerza de unas protestas que lograron alterar el curso de la competición. Sobre el asfalto se escribirá la gloria deportiva, pero en la memoria colectiva permanecerá la otra cara de la Vuelta: la del deporte atravesado por la política y la sociedad.