Alpinismo

Desafío invernal en el Annapurna 36 años después

Solo dos expediciones, ambas en 1987, han alcanzado en invierno la cima de este ochomil. Desde entonces, nada. El alpinista vizcaíno Alex Txikon quiere repetir la hazaña

Alex Txikon, en Nepal, durante su aclimatación para el Annapurna invernal
Alex Txikon, en Nepal, durante su aclimatación para el Annapurna invernal Andrés Navamanuel Andrés Navamanuel

Eran las cuatro de la tarde cuando alcanzaron la cima. Apenas quedaba una hora de luz. Había que bajar. Antes que ellos, seis expediciones habían claudicado ante la «Diosa Madre de las Cosechas». Era el 3 de febrero de 1987 y acababan de coronar el temible Annapurna (8.091 metros) por su cara norte, la primera ascensión invernal de la décima montaña más alta de la tierra. Los japoneses lo habían intentado tres veces en cuatro años. Pero los dos escaladores que ansiaban recuperar el resuello tras ascender durante horas entre la niebla no eran japoneses. El polaco Jerzy Kukuczka, "Jurek", y su compatriota Artur Hajzer habían hecho historia. Cuatro meses antes, Kukuczka había visto cómo Reinhold Messner le privaba de convertirse en el primer ser humano en poner un pie en los catorce ochomiles. Ahora, pugnaba por sobreponer a una ascensión que había conseguido tambalear su legendaria fortaleza. «Me movía más como una mosca en una sopa», confesaría después en su autobiografía «Mi mundo vertical» (Desnivel).

Había que encontrar la tienda como fuera antes de que la oscuridad lo engullese todo. Pero resultaba imposible. Ayudados solo por la luz de sus frontales, a las diez de la noche seguían luchando por sobrevivir «habiendo perdido la fe». Entonces, Jureck tropezó con algo blando. Era la tienda. Era la salvación. «Bajamos todo el tiempo con el alma en vilo», recordaba Kukuczka. Y eso, viniendo de alguien a quien otro ilustre del himalayismo polaco, Voytek Kurtyka, definió como «el mayor rinoceronte psicológico» que había conocido –por su capacidad de sufrir y de ignorar el peligro–, es mucho decir.

Diez meses después, el 20 de diciembre (un día antes del comienzo del invierno astronómico), una expedición japonesa conseguiría por fin hacer ondear la bandera del sol naciente en la cima del Annapurna, aunque a un alto precio. Dos de los cuatro escaladores protagonistas de esa hazaña lo pagaron con su vida durante el descenso. Desde entonces, nada. Ningún escalador ha sido capaz de volver a escalar la montaña en invierno. En 1997, dos grandes del alpinismo –el italiano Simone Moro, con cuatro primeras invernales a ochomiles a sus espaldas, el que más, y el kazajo Anatoli Boukreev, el falso villano de la tragedia del Everest en 1996– lo intentaron junto al cámara de altura Dimitri Sobolev. El día de Navidad, una avalancha se llevó para siempre a Boukreev y Sobolev.

"No lo hago para ser el más rápido ni el mejor"

Treinta y seis años después, el vizcaíno Alex Txikon (Lemona, 1981) está dispuesto a afrontar ese reto. Y sin la ayuda de oxígeno artificial. No es ningún recién llegado. A sus 42 años -cumplidos hace solo unos días en el campo base del Chulu Far East (6.059 metros)- tiene unas cuantas muescas en el himalayismo invernal: la primera ascensión de la historia al Nanga Parbat en la estación más fría y el Manaslu invernal que consiguió hace un año, además de varios intentos baldíos al Everest, K2 y Gasherbrum I.

Y ahora, el Annapurna. Pese a que en 2010, cuando lo ascendió con Edurne Pasaban, se juró a sí mismo no regresar «ni por todo el oro del mundo». Pese a que el año pasado, tras su cima en el Manaslu el día de Reyes, llegó al campo base mascullando la ruptura de su idilio con el himalayismo invernal. «No vuelvo más en invierno, ya vale».

Pero pese a abjurar del invierno y del Annapurna, tras un mes en Nepal aclimatándose a la altitud, Txikon se encuentra ya en el campo base de la montaña esperando su oportunidad, que confía se presente antes del 15 de enero. Han pasado casi cuatro décadas de la última ascensión invernal, pero asegura a LA RAZÓN que no pretende retar a la Historia. «Yo no me mido con nadie. Como mucho, nos medimos con la montaña», dice Txikon. «Escalamos cuando uno tiene mariposas en el estómago. Las expediciones nacen así. No lo hago para ser el primero ni el más rápido o el mejor. En el alpinismo cada uno busca su dosis de motivación».

«¿Por qué vuelvo al Annapurna?», se pregunta en voz alta. «Porque creo que nos hemos equivocado al afrontar proyectos ambiciosos como los intentos invernales al Everest y al K2. Antes, los inviernos eran más estables y más fáciles de prever –señala–, pero ahora una semana te pronostican un centímetro de nieve y te caen 50, y puedes tener fuertes vientos y grandes nevadas». «Nos vamos al Annapurna porque ha llegado el momento y porque nos hemos venido arriba tras el Manaslu. Es una montaña que ya conocemos, que escalamos en 2010 y que supone una evolución como alpinistas».

Txikon prefiere no establecer paralelismos con el Manaslu. «El Annapurna es una montaña completamente distinta. Es muy peligrosa, pero con una buena aclimatación y nuestro conocimiento del invierno, si nos respeta la climatología se pueden hacer grandes cosas», aventura. Lo que tiene claro es que no arriesgará «ni la mitad de la mitad de lo que arriesgamos en el Manaslu».

"Los miedos no hay que dejarlos en casa"

Inevitable tener presente la agónica experiencia en el descenso tanto de la expedición polaca como de la japonesa en 1987. El alpinista vasco no se cansa de repetir que «la verdadera cumbre es el campo base». La cima, insiste, «no es más que el 40%» de la expedición.

Pese a la dificultad del desafío, reconoce que lo afronta con sus miedos a cuestas. «No hay que dejarlos en casa. Hay que ser persona, hay que sentir, sufrir, padecer». «Una de las claves del éxito del Manaslu –recuerda– fue la gestión de las emociones, saber canalizarlas y, sobre todo, ser capaz de afrontar y vencer tus miedos. Es lo más importante, sin ningún tipo de dudas. Y tener valentía, muchas veces».

Inevitable recordar ahora la trágica experiencia de su amigo Simone Moro en 1997. «Me ha contado muchas veces cómo fue aquella avalancha y cómo puedo sobrevivir. Y asusta. No fue por la vertiente norte, sino por la sur. Se les cayó una cornisa. Cada vez que me lo cuenta alucino». «Todos los sucesos trágicos –reconoce– te hacen reflexionar al acometer tus expediciones».

A Txikon y a los seis escaladores nepalíes que le acompañan -además del alpinista italiano Mattia Conte- les quedan aún por delante duras jornadas para equipar la montaña antes de pensar en un ataque a la cima por su vertiente norte, sumida en la oscuridad en los días de invierno. «La cara norte del Annapurna es tan fea como la noche», escribió el gran Krzysztof Wielicki, que la definió como «la pared más fea que existe» en todos los ochomiles.

Pero, haya o no cima, ¿y después? «Me gustaría verme muchos años más, pero requiere de un compromiso muy alto. Las expediciones son muy caras, y hay que trabajar muy duro nueve meses para estar luego aquí», admite. «Pero me motiva mucho. He aprendido a desenvolverme bien en invierno. Cada año me siento más fuerte, técnica y tácticamente; la experiencia es fundamental. Dios dirá».

"El Everest me da un poco de pereza"

AlexTxikon no tiene planes de regresar al Everest en invierno. Al menos, por ahora. «Me da un poco de pereza», confiesa el himalayista vasco. «Se me ha pasado un poco el arroz. Lo hemos intentado tres veces y tiene que existir ese punto de motivación», expone.

Al margen de esos retos invernales, al alpinista español le faltan tres cimas para culminar los 14 ochomiles, un reto que parece no motivarle en exceso. «Me gustaría subirme a todos ellos, evidentemente», confiesa, aunque es consciente de que el tiempo pasa y sus expectativas en la montaña, en todo caso, son otras. «Ya escalamos el Annapurna y nos venimos ahora otra vez, el Manaslu lo hemos hecho dos veces y el Shisha Pangma otras dos. Yo creo que esto es indicativo de que nos da exactamente igual», asegura.

No obstante, explica que si tuviera que decantarse por uno de los tres ochomiles que faltan en su palmarés «elegiría el K2, porque me gustaría encaramarme allí arriba, es una gran piedra gigante, o el Kanchenjunga» por delante del Everest. «Soy de esa generación que se dio cuenta de que los 14 no eran importantes. Si no, los hubiéramos hecho ya». En perspectiva, afirma que «en doce años solo hemos conseguido dos de ocho» cimas invernales, algo que considera «grandes retos».