Montañismo
Alex Tkixon, el «gladiador» del Manaslu
Tras su segunda cima invernal, el himalayista vizcaíno reflexiona para LA RAZÓN sobre los retos extremos que tuvo que afrontar: «Íbamos por encima del límite»
Allá arriba, encaramado sobre uno de los gigantes de la tierra, de pie pese a todo tras superar temperaturas de 45º bajo cero y rachas de viento de 50 kilómetros por hora, Alex Txikon no tuvo tiempo para celebrar el día de Reyes. Con la barba congelada y el agua de la cantimplora convertida en un bloque de hielo, ni siquiera pensó en nadie. Solo en bajar y escapar de la boca del lobo que es, para él, la cima de un ochomil, ese territorio hostil donde, según Reinhold Messner, se caen todas las máscaras.
Unos días después de esa hazaña, en conversación telefónica con LA RAZÓN desde Katmandú, lo primero que se le viene a la cabeza al pensar en la cima del Manaslu (8.163 metros, la octava montaña más alta del mundo) es el momento en que divisó las tiendas del campo base casi 3.500 metros más abajo. «Vi el lomo blanco, me giré y empecé a bajar. Fue como mirar la salvación».
El alpinista vizcaíno (Lemona, 1981) acababa de alcanzar un hito histórico junto a seis sherpas nepalíes de la agencia Seven Summit, de cuyo nombre, tan a menudo orillado, sí hay que acordarse: Tenjen Sherpa, que fue el primero en pisar la cima, Pasang Nurbu Sherpa, Mingtemba Sherpa, Chhepal Sherpa, Pemba Tasi Sherpa y Gyalu Sherpa.
Treinta y nueve años atrás, un 12 de enero de 1984, dos escaladores polacos –Maciej Berbeka y Riszard Gajewski– fueron los primeros en pisar la cima del Manaslu en invierno. Después, nadie, lo que da idea de la magnitud de la proeza. Pero la expedición polaca equipó la montaña por encima de los 7.000 metros antes del comienzo del invierno astronómico el 21 de diciembre. De ahí que, al margen de absurdas comparaciones entre dos expediciones separadas por cuatro décadas, la de Txikon y los seis sherpas es la primera ascensión al Manaslu completamente invernal de la historia (en el caso del alpinista español, además, sin oxígeno).
“No estaba dispuesto a sacrificar ni un dedo”
Con trece ascensiones a ochomiles (ha repetido el Manaslu y el Shisha Pangma), incluida la primera invernal al Nanga Parbat– el himalayista vizcaíno no ha dudado en calificar esta expedición como «una de las experiencias más exigentes y duras» de su carrera. Dos días y medio –menos de 60 horas– de comprometida escalada en los que, sin embargo, Txikon siempre tuvo claro qué no quería arriesgar por la cima. «No estaba dispuesto a sacrificar mi vida, ni un dedo ni nada».
Tras una prolongada aclimatación, la ansiada ventana de buen tiempo dio una oportunidad el 4 de enero. De tirón, subieron al campamento 2. «Fue muy duro y pensé en darme la vuelta –reconoce–; pensaba en que apenas habíamos dormido una noche a seis mil metros y ya íbamos para la cumbre».
Después de una inquietante vigilia bajo un amenazante serac, al día siguiente continuaron hacia el campo 3, casi a 7.000 metros. Apenas unas horas de descanso en las tiendas para poner rumbo a la cima a las once de la noche (asumiendo más riesgo de congelaciones, pero apostando todo a una cima temprana). «Íbamos por encima del límite, pero como teníamos el día despejado... –recuerda–. El único miedo era haberme congelado y que entrara la niebla, porque no hubiéramos llegado». «Dimos demasiado, al menos así lo siento», se sincera antes de reconocer que en algún momento pensó: «Ya no quiero sufrir más».
A Txikon le costaba seguir el ritmo de los escaladores nepalíes, que si ascendían con oxígeno artificial, aunque algunos “de manera intermitente”, matiza. “Los reguladores fallaban por las bajas temperaturas y 45 grados bajo cero quitarte la mochila, sacar la botella, desatascar el regulador y volvértela a poner son diez minutos. No puedes pararte constantemente, y yo ahí les iba recortando distancia”.
“La gran fortaleza de un himalayista es la cabeza”
Arriba, en la cima, no se acordó de nadie. «Mi estrategia siempre ha sido la misma en la montaña: aislarme y afrontarla con el sentimiento de un soldado, de un gladiador», explica. «No vamos buscando nada, no vamos buscando la muerte. La gran fortaleza de un himalayista ha de ser la cabeza». Echó de menos a su compañero Simone Moro, que tuvo que desistir al sentirse indispuesto. «Hubiera engrandecido la ascensión que el gran maestro del Himalaya, con cuatro primeras invernales, hubiera conseguido su quinta cima con nosotros».
Pero la verdadera cumbre, como siempre, está en la seguridad del campo base. «¿De qué me sirve si me mato a 8.000 metros? No he escalado la montaña. Bajas acojonado, con mucha tensión y, al final, la tensión es el mejor compañero de la prudencia».
El alpinista vasco no quiere restar méritos, ni por asomo, a la expedición polaca de 1984. “Polonia es un país que me ha dado mucho y que he visitado en más de 50 ocasiones. Para mí hablar de una expedición del año 1984, cuando las normas del juego estaban por escribir... Solo puedo quitarme el sombrero y felicitarles, porque fueron unos pioneros ascendiendo el primer ochomil invernal sin oxígeno”. No obstante, asegura que en la mayor parte del mes de diciembre las condiciones climatológicas son más favorables. “Del 29 al 30, el lago debajo del campo base se congeló por completo en 24 horas. Para mí, el verdadero invierno empieza ahí”.
¿Repetirá en un ochomil en invierno? «Cuando llego al campo base te prometo por Dios que lo primero que pensé es “no vuelvo más en invierno, ya vale”, pero pasados unos días veo las cosas de otra manera». Tras tres intentos fallidos, el Everest –reconoce– «es una espina clavada. Siempre hay que buscar una motivación...».
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