Ochomiles
Broad Peak: la montaña del destino de Berbeka
El alpinista polaco regresó 25 años después de quedarse a veinte metros de desnivel de la cima. Una película recrea ahora esa odisea en el Karakórum
Apenas la altura de un edificio de tres plantas. La longitud de una ballena azul. Poco más del ancho de una cancha de baloncesto. ¿Qué son veinte escasos metros en una montaña de más de ocho mil? Todo. Al menos para Maciej Berbeka. El 6 de marzo de 1988, el himalayista polaco, ya con dos primeras invernales a sus espaldas (Manaslu y Cho Oyu) sumaba una tercera, al hacer cima en el Broad Peak. O eso creía. Berbeka estaba en realidad en la antecima, a menos de veinte metros de desnivel de la cumbre principal, al otro lado de una expuesta arista de 500 metros de longitud. Ninguno de sus compañeros quiso sacarlo de su error cuando anunció por radio que por fin estaba en la cima. Un silencio que le salvó la vida.
La frustración por no haber alcanzado una cumbre celebrada incluso a su llegada a Polonia, donde fue recibido como un héroe, alejó a Berbeka de las sucesivas expediciones polacas a los ochomiles en invierno. Y el Broad Peak siguió siendo territorio vedado para los escaladores en temporada invernal. Pero en 2013, veinticinco años después, a los 58, recibió una invitación a la que, sabía, no podía negarse: unirse a una expedición polaca con una nueva hornada de jóvenes alpinistas de su país. El objetivo, no podía ser otro, era el Broad Peak. El destino le daba una segunda oportunidad que no podía desaprovechar. Ahora, una película estrenada en Netflix recientemente recrea la epopeya de Berbeka en esa lucha titánica con su pasado.
Porque a Berbeka, nacido en Zakopane en 1954, el descenso de esa cima que no era cima estuvo a punto de costarle la vida. Obligado a vivaquear al raso –tuvo que cavar una pequeña cueva en la nieve para pasar la noche–, exangüe y sin apenas visibilidad, coqueteó con la muerte durante horas. «No puedo ver nada. He cavado un pequeño agujero. Estoy atrapado», se le escuchó decir por radio desde el campo base. Pero esa vez, el destino estaba de su lado y finalmente pudo alcanzar la tienda donde le esperaba su compañero Alek Lwow. «Estaba todo cubierto de hielo, como si hubiera pasado 24 horas en un huracán», recordaba Lwow en el documental «Dreamland» (YakYak), dirigido por uno de los hijos de Berbeka, Stanislaw Berbeka (Zakopane, 1985), que profundizó en ese vínculo insoslayable de su padre con el Broad Peak.
Tras la propuesta de Krzysztof Wielicki veintinco años después, a Berbeka le quedaba el trago de decírselo a su esposa. «De alguna manera me derrumbé. Pensé que algo se estaba cumpliendo. Pero, de nuevo, no quise frenarlo», recuerda en ese mismo documental Ewa Berbeka. «Tenía miedo, por supuesto, pero nunca imaginé que fuera posible decirle: “No vayas”».
Polémico estudio
En la actualidad, todavía caliente la polémica por un estudio auspiciado por 8000ers (que redefine las mediciones de las 14 cumbres más altas con una conclusión que ha agitado a la comunidad alpinística: solo tres de los 44 himalayistas que las escalaron habrían alcanzado la cumbre verdadera de esos catorce), el empeño de Berbeka por regresar al Broad Peak, ya casi sexagenario, para salvar esos apenas veinte metros de desnivel que le separaron de la cima principal, cobra un renovado significado.
El Broad Peak es, precisamente, una de las montañas cuya cima ha sido analizada al dedillo por la web especializada. En «Visión general de la topografía de la cresta final», el experto documentalista Rodolphe Popier señala que entre la «rocky summit» (cima de roca) y la cumbre principal de la montaña del Karakórum pakistaní distan 500 metros de longitud y un desnivel de entre doce y 23 metros (a esa antecima se le atribuyen entre 8.028 y 8.035 metros de altitud y a la cumbre principal, 8.047 o 8.051 metros).
En ese angustioso descenso de 1988 (del que el próximo marzo se cumplirán 35 años), Maciej Berbeka quizá pensó en su padre, que murió en los Alpes suizos en 1964, cuando él tenía diez años, tras alcanzar la cima del Dent d´Hérens (4.177 metros) cuando intentaba socorrer a su compañero Hajdukiewicz. A raíz de esa tragedia familiar, Maciej y su hermano Jacek prometieron a su madre que nunca escalarían en los Alpes. Pero esa promesa, desde luego, no incluía los Himalayas ni el Karakórum.
Stanislaw, cuyo sueño infantil era escalar el Cho Oyu como su padre, aunque nunca se lo dijo, recuerda en «Dreamland» que jamás hablaba de sus expediciones ni de los peligros que afrontaba. «Esas experiencias se las guardaba dentro». Maciej Berbeka no quería recordar esas horas al filo de la vida y la muerte intentando descender el Broad Peak. «No me gusta hablar de eso, porque a nadie le gusta que le cuentes cómo te mueres lentamente en una montaña», confesó tras su regreso.
Y tras más de dos décadas alejado del himalayismo de primer nivel (aunque intentó dos veces sin éxito el Nanga Parbat y ascendió el Everest como guía), de repente, esa llamada de Krzysztof Wielicki (tres primeras invernales a ochomiles, entre ellas la del Everest, y una leyenda del himalayismo polaco). Wielicki pensó que le diría que no, pero Berbeka era consciente de que tenía que terminar lo que había empezado. Aunque fuera por veinte puñeteros metros.
Regreso al Broad Peak
Porque así como el Nanga Parbat, con su sangría de montañeros germanos, llegó a convertirse en la montaña del destino de los alemanes en los años 30 del pasado siglo, el Broad Peak era para Berbeka esa presencia omnipresente a cuya sombra discurría su existencia.
El veterano alpinista se unía a un equipo de compatriotas (que podían ser sus hijos) de altísimo nivel, entre los que destacaba la figura de Adam Bielecki, que a sus 29 años ya sumaba una primera invernal de un ochomil, el Gasherbrum I (8.080 metros), alcanzada un año antes.
Otro 5 de marzo, éste de 2013, Maciej Berbeka se vio de nuevo en la antecima del Broad Peak. Ya era tarde –le advirtió por radio Wielicki–, pero esta vez nadie iba a detenerlo. «Hemos venido aquí para esto», escuchó asegurarle con determinación. «No quise decirle que se diera la vuelta. No tenía ninguna razón para hacerlo».
Adam Bielecki fue el primero en hacer cima. Eran las 17:20. Media hora después lo hizo Artur Malek. Berbeka y Tomasz Kowalski lo consiguieron a las 18:00. A sus 58 años había cerrado el círculo. Ahora, claro, tocaba bajar y vivaquear de nuevo en la zona de la muerte, como 25 años atrás.
Bielecki llegó al campo 4 casi a las once de la noche y Malek, ya de madrugada. Berbeka, agotado, fue visto por última vez la mañana del 6 de marzo a unos 7.700 metros de altitud. Veinticuatro horas después, a él y a Kowalski se les dio por desaparecidos. Cuatro meses más tarde, se recuperó el cadáver de Kowalski. Berbeka se quedó para siempre en la montaña que había marcado su destino, seguramente engullido por una enorme grieta en las entrañas del coloso que en 1988 le había negado la gloria por un puñado de metros. Esos dichosos veinte metros.
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