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El Johan «pop»

La Razón
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«Tengo cáncer. Es un hecho». Hace unos meses, en un acto de su fundación, Cruyff hizo pública la enfermedad con estas dos simples frases exactas. Evitó lo solemne con los dos rasgos principales que siempre caracterizaron su genio: naturalidad y lógica.

Para los culés que teníamos trece años cuando Johan llegó al Barsa, la figura de Cruyff es más que una leyenda. Hasta entonces, el club de nuestros amores estaba perseguido por la maldición de los segundones. Era el Madrid quien lo ganaba todo. Cruyff, como jugador, hizo que el Barsa volviera a ganar la Liga después de décadas y tras eso, como entrenador, repitió la hazaña y lo colocó en el mapa de ganadores de Europa.

Su llegada terminó resultando además el anuncio de la futura modernidad, un par de años antes de que todo el país la abrazara con la Transición. Hasta entonces, España y Cataluña eran unos lugares grises, donde los coches eran pequeños y de colores mates (gris, crema, negro, verde oliva). Las abuelas vestían de negro y la cotidianidad era previsible, oficial y aburrida. A través de la llegada de los turistas, habíamos descubierto recientemente que había más vida allá afuera; los extranjeros solían tener coches de colores chillones y parejas serviciales y autónomas. Como buen holandés, a Johan eso de la modernidad le parecía algo natural y lógico. Expresaba su rechazo porque no le aceptaran en el registro civil inscribir a su hijo como Jordi, que tuviera que firmar un permiso a su mujer para que ella pudiera protagonizar un anuncio de pinturas o que hubiera presos políticos en nuestro país. Lo primero lo resolvió haciendo la partida de nacimiento de su hijo, Johan Jordi, en Holanda. Luego convenció al atribulado funcionario de nuestro registro de que las partidas de ese tipo no se traducían. Empeños como ése concitaron en la sociedad catalana (en la que todos teníamos algún amigo llamado Jordi) un cariño entrañable por su ingenio. En aquellos tiempos en que la reivindicación catalana todavía se asociaba a motor de progreso y modernidad, Cruyff la apoyó con modestia y naturalidad. Lo hacía con heterodoxia y humor, con el mismo rasgo de genialidad con el que renovó las tácticas del balompié. Los momentos más divertidos fueron cuando formó un trío impagable con Hristo Stoitchkov y Carles Rexach: ruedas de prensa antológicas, llenas de anécdotas. De ellos emanaron frases que fueron legendarias por la fuerza de los hechos. «Si no tienes el balón, no puedes meter goles. Hay que tener el balón más que el otro». «Correr es de cobardes. No corras tanto y piensa más». Y todo eso aderezado con su eterna muletilla que colocaba siempre de la manera más sintácticamente extravagante sin venir a cuento. Ya saben, aquel famoso: «en un momento dado».

Cuánto vamos a echarlo de menos en su Cruyff de Fútbol Barcelona. Su ingenio, su heterodoxia, su naturalidad. Por eso el cariño a su memoria persistirá. Ahora, cuando el catalanismo ha pasado aquí de heterodoxia a ortodoxia propagandística de cuarto de banderas, el sector independentista del barcelonismo ha eclipsado un poco la figura de Cruyff. Es natural y lógico. El habitual victimismo segregacionista intentará hacernos creer que en Madrid se conocen los grandes logros del barcelonismo y se conspira para no mencionarlos. Pero ningún independentista podrá negar que éste es un diario de fuerte impronta madrileña. Y queda aquí escrito que Cruyff fue un genio. Del modo de pensar, mucho más allá del fútbol. Y eso es un hecho. Natural y lógico.