Opinión
Florentino ya es Bernabéu
Todas las entidades deportivas querrían gozar de la quinta parte del éxito que acompaña al Real Madrid
Podría hablar hoy de la organización tercermundista de la final de Champions en París, del ridículo que protagonizó la decadente Francia a los ojos de todo el planeta, de la chapuza de los tornos, de cómo quedó atrapado el autobús del Liverpool en uno de los tradicionales atascos de la Ciudad de la Luz -increíble, pero cierto- o de la insensatez que supone convocar un partido de este nivel en uno de los barrios más peligrosos de la urbe sin blindar el entorno a modo y manera. Navajeros, tironeros y carteristas hicieron su agosto ante la mirada impasible de los robocops de la Gendarmería, los normalmente eficaces CRS, auténticos armarios empotrados que no se andan con contemplaciones cuando las cosas se ponen feas. El que suscribe fue testigo de cómo cuatro facinerosos con cara de pocos amigos intentaban apoderarse a tirones y manotazos de un Rolex de un aficionado madridista al que dejaron con la muñeca sangrando. Sin embargo, y a pesar de todos los pesares, dedicaré este artículo al gran culpable entre bambalinas del descomunal éxito que supone la decimocuarta Copa de Europa: Florentino Pérez.
En mi memoria permanece indeleble aquella primera final de la era moderna ganada el 20 de mayo de 1998 en el Amsterdam Arena del Ajax. La Juventus de Zizou llegaba como indiscutible favorita a la cita en la cumbre. Todas las encuestas y todos los analistas coincidían en la superioridad de los bianconeri. Servidor y 100 amigos más, entre los cuales se hallaba el actual presidente del Real Madrid, alquilamos un Airbus 340 de Iberia y nos fuimos para allá con más ilusión que convencimiento. El inicio del partido fue el mismo de todas las finales: infinita precaución mutua, respeto superlativo y miradas de reojo. Riesgo cero. Hasta que en el minuto 66 uno de los más grandes jugadores de la historia reciente, Mijatovic, resolvió con una genialidad un encuentro enquistado. Fue pitar el árbitro el final y soltarle yo a Florentino: “Tendrás que esperar 10 años para ser presidente, esto da gasolina a Lorenzo [Sanz] para mucho tiempo”.
No era para menos: los blancos conquistaban La Orejona tras 32 años de sequía. La anterior databa de 1966, cuando el que suscribe ni siquiera había nacido. Precisamente por este motivo fue la más celebrada Copa de Europa de las ocho que han venido después. Sobra decir que mis dotes de pitoniso son iguales a cero: dos años más tarde, y otra Champions mediante, la de 2000 que se anotó nuevamente Sanz, Florentino se proclamaba presidente. Desde entonces hasta ahora han llegado seis de esos ocho títulos, lo cual, ojo al dato, iguala al actual mandamás blanco en títulos con Don Santiago Bernabéu, el genio de Almansa que puso a la entidad en el mapamundi y levantó un estadio que su sosias del siglo XXI va a transformar en la envidia de ingleses, alemanes, qataríes o estadounidenses, por poner cuatro países con campos de primer nivel, ya sean de fútbol normal, fútbol americano o baloncesto.
Aún recuerdo las críticas que recibí hace tres lustros cuando bauticé al personaje como “el Bernabéu del siglo XXI”. Soy consciente de que la envidia nacional está impidiendo que se rinda a Florentino el justísimo homenaje que merece. Preside la entidad balompédica más rica y laureada; ha hecho frente a los mafiosescos clubes-Estado con un expertise que no puede comprarse con dinero porque es cuestión de años, tradición y escudo; y sorteó el match-ball del Covid con superávit mientras muchísimos otros como el Barça terminaban de hundirse para quién sabe cuánto tiempo. Es verdad que lo de Mbappé salió mal, pero no lo es menos que ni falta que hacía ficharlo: el Madrid es campeón de Europa sin su concurso. Y, además, qué narices, su presencia habría opacado a esa impresionante realidad que es un Vinicius que metió el tanto de la gloria en Saint Denis. El Madrid en general y Florentino en particular se estudian como caso práctico en las más potentes escuelas de negocios estadounidenses. Ni más ni menos. Aquí los que no le niegan el pan y la sal, oscurecen sus triunfos, y los que no hacen ni lo uno ni lo otro le injurian, calumnian o difaman a diario. Es verdad que nadie es profeta en su tierra, pero no lo es menos que en EEUU o en Japón todos querrían ser como él y todas las entidades deportivas gozar de la quinta parte del éxito que acompaña al Real Madrid. Cosas del cainismo patrio.
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