Suiza

La eternidad, cinco veces

El Sevilla, con una espectacular segunda parte en la que remontó el gol del Liverpool, logró su quinta Liga Europa, la tercera consecutiva

Jugadores y cuerpo técnico del Sevilla celebran con el trofeo de la Liga Europa
Jugadores y cuerpo técnico del Sevilla celebran con el trofeo de la Liga Europalarazon

El Sevilla remontó un marcador adverso ante el Liverpool (1-3) y se apuntó con brillantez la final de la Liga Europa, disputada en el estadio St. Jakob Park de Basilea, con lo que consiguió su quinto título, el tercero consecutivo.

¿Otra vez? Sí, otra vez. Se preguntaba el presidente Castro y se respondía en la víspera del quinto título, cinco, del Sevilla en la Liga Europa. El tercero consecutivo, excuso decirlo. El Liverpool, buen equipo, pero algo tierno, fue un dignísimo rival que podría haber tumbado al campeón en la primera parte. Pero los cementerios están llenos de condicionales y hacen falta tiempos perfectos, verbos acabados, para enterrar a este grupo de leyenda que ha ahormado Emery... un obseso del trabajo que ha prohibido la fiesta porque el domingo quiere soplarle el doblete al Barça. Es capaz.

Aunque la posesión estaba repartida, la primera parte fue un monólogo de ocasiones del Liverpool, singularmente de ese veneno que tiene en punta y que responde por Sturridge. Los sevillistas, maniatados por la escasa profundidad de su doble lateral derecho y la nula proyección de una pareja de mediocentros con orden de no perder de vista a Coutinho, se encomendaron al milagro de Banega, un artista con incuestionable capacidad taumatúrgica, pero que no podía conectar con Gameiro, pese al dinamismo del francés. El ariete fue, de hecho, el único blanco que se acercó al gol antes del descanso, mediante una chilena que lamió el poste derecho de Mignolet.

Los ingleses tampoco atacaban con la intensidad que podría desprenderse de una alineación plagada de nombres ofensivos, pero sí detectó ese zorro de Jürgen Klopp una falla en el sistema defensivo español que procedió a explotar. Carriço y Escudero, central y lateral en el perfil zurdo, son dos futbolistas que en este momento chirrían en la élite, que pegan en un once con pretensión de campeonar menos que un platanero en Groenlandia. El entrenador alemán lo vio y mandó desguazar por ahí al Sevilla, al que primero salvó Carriço y después David Soria, veloz para salir a los pies del delantero, que se había infiltrado entre los dos bolardos.

En este tramo, también es de obligatoria consignación la existencia de dos manos en el área sevillista que el sueco Eriksson, aquí un amigo, no quiso sancionar. En la Liga, los rivales se habrían comido al árbitro por la omisión de dos penaltis tan claros pero el Liverpool, flema y «fair play» obligan, ni se inmutó.

El 1-0 lo gestaron un mal despeje de Escudero, que sirvió en bandeja a Coutinho, y un marcaje aproximativo de Carriço, que permitió un remate de exterior de Sturridge. La definición, plena de calidad, jamás debió producirse. No debió el zaguero permitir que su rival pensase durante diez minutos dónde quería poner el balón. La suerte era que, grogui tras encajar el tanto, el Sevilla no fue apuntillado antes del descanso.

Y bien que se arrepintió, porque Alberto Moreno, sevillano del Cerro del Águila, regaló el empate en el primer minuto de la segunda parte. Un mal despeje del ex sevillista cayó a pies de Mariano, que se plantó en la línea de fondo tras darle una cachita al propio defensa español, y se la puso a Gameiro para que empujase el empate. Dos minutos después, el galo pudo doblar su botín, pero se le marchó el control demasiado largo y dio tiempo a que Kolo Touré le impidiese fusilar.

Imperdonable error en un matador de su valía, pero el «killer» en Basilea era Coke, capitán que quería levantar la Copa y que lo posibilitó con los dos goles que definieron la final. Jorge Andújar, de Vallecas, es el alma del vestuario campeón, pero no es ni el mejor ni el segundo mejor futbolista del plantel. Ni tampoco el tercero; tal vez entre ellos sí esté Vitolo, que completó un eslalon entre los rojos y dejó espacio para que el improvisado extremo clavase el balón en la base del palo. Estaban muertos los ingleses, pero no había que cometer el error, exceso de piedad, que cometieron en la primera mitad. Los remató Coke en una jugada confusa, que tardó en concederse un rato porque el linier levantó la bandera para anularlo, pero Eriksson lo desautorizó porque el balón venía de un rival. Tras la discusión de taberna, índice al centro del campo y fiesta desatada. No había energía ni fútbol para revertir un partido que ya estaba decidido. A favor del de siempre.