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Opinión

De la Fuente, la tranquilidad después de los excesos

Luis de la Fuente, un discreto hombre de la casa, encarna todos los valores que añoraba ese sector de la hinchada cansado por su hiperbólico antecesor

Luis de la Fuente, en los pasados Juegos Olímpicos
Luis de la Fuente, en los pasados Juegos OlímpicosAndre PennerAgencia AP

La Iglesia, o el Espíritu Santo para quien crea en la inspiración divina del Colegio Cardenalicio en los cónclaves, es pendular en las elecciones de Papa. Obedece puntillosamente a su lógica de funcionamiento, pese al pasmo de estos «franciscanos» –nada que ver con «Il poverello di Assisi»– de reciente hora que flipan con el peronista Bergoglio, que el actual sucesor de Pedro estuviese escorado del lado opuesto al que cargaban Wojtila y Ratzinger. En su vocación universal, porque no otra cosa significa «católico», trata de contentar durante un papado a los desafectos de la etapa anterior, de tal guisa que ninguna familia ideológica se sienta nunca por completo ajena a la institución ni del todo enfeudada en el poder al albur de los vaivenes de la cúpula.

Es, así, de todos la Iglesia igual que cada español debería verse representado en su selección nacional de fútbol con independencia de si su entrenador tiene más simpatía por el Madrid que por el Barça, por los socialistas que por los conservadores, por los centrífugos que por los centrípetos, por la prensa que por las redes sociales o si es uno de esos depravados que le pone ajo a la tortilla de patata y queso al flamenquín. Por eso, la Real Federación Española de Fútbol eligió al discreto Luis de la Fuente como relevo en el banquillo del hiperbólico Luis Enrique Martínez. Los muchos aficionados cansados de la perenne presencia en el foco del asturiano, de sus salidas de tono y de su histrionismo volverán a identificarse con este técnico sensato y pausado, un hombre de fútbol de los de antes.

También procedente de la selección sub’21 y de la feraz escuela de Lezama, suplió el bonachón Iñaki Sáez al saturnal José Antonio Camacho en 2002, después de otro trauma mundialista por penaltis y frente a un rival exótico, pues si ahora es Marruecos la primera selección magrebí en unos cuartos mundialistas, entonces fue Corea del Sur el verdugo de España y el primer combinado asiático clasificado para una semifinal. Aquello acabó mal, horriblemente, con el fiasco de la Eurocopa de 2004 en Portugal, así que más vale que no se cumpla el aforismo marxiano, ya saben, que cuando la historia se repite, la primera vez es una tragedia, y la segunda, una farsa. Nos encaminaríamos, que sé yo, a quedarnos fuera en la próxima clasificatoria para cederle el puesto en una fase final a Gibraltar, puestos a seguir repartiendo favores geopolíticos de dudoso patriotismo. No ha faltado estos días quien ha vinculado la derrota frente a Marruecos a las desventuras del teléfono móvil de Pedro Sánchez, así que ya me contarán...

Y es posible, al final del cuento, que el pendulazo más necesario en la RFEF no sea el Luis Enrique por De la Fuente, aun admitiendo –sin apreciarlos– todos los excesos del técnico gijonés. Lo imprescindible es que vire por completo el rumbo de toda la Federación, lo que sólo es posible si cambia su máximo responsable. Un presidente que no destituya a un seleccionador dos días antes de debutar con el Mundial, que no pague comisiones al capitán de uno de los equipos más importantes de la Liga, que no venda las competiciones nacionales a teócratas impresentables y que no compagine las jornadas de trabajo, ejem, con fiestas a las que acuden chicas jóvenes.