Opinión

Francia-Marruecos, el fútbol es un cante de ida y vuelta

Desde hace casi un siglo, ambas selecciones se han retroalimentado y ahora se miden en una semifinal entre «hermanos»

Romain Saïss, capitán de Marruecos nacido en Francia
Romain Saïss, capitán de Marruecos nacido en FranciaFriedemann VogelAgencia EFE

La primera gran estrella del fútbol francés fue Larbi Ben Barek, «Perla Negra» que ganó dos ligas con el Atlético Aviación y todavía mantiene el récord de longevidad con los «Bleus», ya que fue internacional durante casi 16 años –de 1938 a 1954– con la II Guerra Mundial por medio. Nacido en Casablanca en la época colonial, fue figura del Olympique de Marsella y del Stade Français, los archirrivales de entonces, y se retiró en el Wydad de su ciudad natal, el club al que Walid Regragui ha hecho campeón este año de la Champions africana. En 1956, Marruecos se independizó y Mohamed V, abuelo del actual monarca alauí, lo nombró seleccionador para los Juegos Panárabes de Beirut (1957), primera competición oficial de los «Leones del Atlas».

Esta relación simbiótica entre el fútbol de Francia y el de Marruecos la perpetúa Regragui, el ilustre sucesor de Ben Barek que ha hecho el camino inverso. Parisino de Corbeil-Essones, hizo toda su carrera en su país natal a excepción de tres temporadas pasadas en el Racing de Santander, desde donde se repatrió al modesto Grenoble, con el que ascendió a primera división y donde convivió una pretemporada con un espigado y jovencísimo delantero llamado Olivier Giroud, que hoy tendrá la misión de derribar el muro levantado por su excompañero. El capitán marroquí, Romain Paul –dos nombres del santoral cristiano– Saïss, es otro binacional nacido en la Auvernia de padre magrebí y madre con ocho apellidos galos.

La elección de los quince futbolistas marroquíes nacidos fuera de sus fronteras de representar al país de sus ancestros se debe al plan que diseñó otro técnico afrancesado, Nasser Larguet, que emigró a Europa para estudiar microbiología en Caen. En su época universitaria y cuando ya era profesor de Ciencias en un liceo, jugó y sobre todo aprendió a entrenar en equipos modestos de Normandía. Sobrepasada la cuarentena, dejó las aulas para dedicarse a tiempo completo a trabajar en las canteras de algunos clubes franceses y, mediada la primera década del milenio, tuvo la luminosa idea de trasplantar a Salé, cerca de Rabat, el modelo que la Federación Francesa posee en el Institut National du Football de Clairefontaine, donde los aspirantes a futbolistas se benefician de una tecnificación de élite… siempre que se comprometan a seguir con su formación académica.

En paralelo, Larguet organizaba concentraciones de las selecciones juveniles marroquíes en suelo europeo, donde el español Achraf o el neerlandés Ziyech, entre otros, convivían con los muchachos de la Academia Mohamed VI y se imbuían de su espíritu patriótico. De este permanente intercambio entre dos mundos nace siempre lo nuevo, igual que aquellos palos flamencos que viajaban a la América hispana para convertirse en milongas, guajiras y peteneras al contacto con los suaves ritmos de allá. Marruecos es la primera representación africana en una semifinal mundialista… según se mire desde las dos perspectivas: porque se trata de un equipo de evidente influjo europeo en lo táctico y en lo físico; y porque se mide con la vigente campeona, Francia, el mejor de equipo de Europa en el último cuarto de siglo que debe sus logros, en gran medida, a la privilegiada genética de sus futbolistas de origen africano.