Opinión
Messi y Mbappé, los camellos favoritos del emir de Qatar
Los dos empleados en el PSG del fondo soberano qatarí QSI, estaban predestinados a enfrentarse en la final del Mundial
El Estado Soberano de Qatar, Dawlat Qatar en árabe romanizado, le compró un Mundial en 2010 a los mercachifles de FIFA. Doce años después de aquella madre de todos los chanchullos, sabemos que lo que adquirió en realidad fue el fútbol entero. Horas después de que los dos camellos favoritos del emir, Leo Messi y Kylian Mbappé, confirmasen su presencia en la final del domingo, el abogado general del Tribunal de Justicia de la Unión Europea Athanasios Rantos aplastó con un dictamen vinculante la idea de Superliga que tres importantes equipos de España e Italia ideaban contra la UEFA y la Asociación de Clubes Europeos (ECA) que acaudilla Nasser Al-Khelaïfi, mozo de cuadra en jefe de los establos parisinos del emir Tamim bin Hamad Al-Thani. El círculo está definitivamente completado y su centro geométrico se sitúa en Doha.
Resulta complicado simpatizar con la idea de competición cerrada o «semiabierta» que manejaba en un principio la Superliga, como demostró el rechazo unánime de casi todos los hinchas del continente cuando se lanzó el proyecto. La corrección posterior que valora los méritos deportivos confirma el error inicial. Por ahí, vaya todo el respeto hacia la decisión del letrado Rantos sin que ello obste para cuestionar la imparcialidad de la Unión Europea –máxime de un funcionario griego– en asuntos cataríes 72 horas después de que nada menos que la vicepresidenta del Parlamento Europeo, la socialista tesalonicense Eva Kaili, haya empezado a disfrutar de la hospitalidad del sistema penitenciario belga por… trincar sobornos de Qatar.
Los arbitrajes y otras pistas más sutiles, pero igual de esclarecedoras, evidencian cuál es el campeón deseado por FIFA. Su presidente, Gianni Infantino, está en guerra indisimulada con la UEFA y, por extensión, con las selecciones del Viejo Continente. «Por lo que los europeos hicimos por el mundo en los últimos 3.000 años, deberíamos estar pidiendo perdón otros 3.000 años antes de empezar a dar lecciones morales a la gente», dijo el mameluco en la víspera de la inauguración para zanjar la cuestión del (sospechado) esclavismo en la construcción de los estadios. La presidencia de la República Francesa, en la persona de Nicolas Sarkozy, conoce perfectamente los intríngulis de esta historia y tal vez por eso viajó su sucesor, Emmanuel Macron, a la semifinal. Quiso hacer diplomacia preventiva para evitar que se reproduzcan en la final los atracos a neerlandeses y croatas. De camino, recordaría a los Al-Thani que el emblema de Qatar Sports Investments (QSI), el PSG, no tiene sede en Buenos Aires ni en Chicago ni en Tokio ni en Albacete, sino en París.
Se da así la paradoja de que este fútbol, en definitiva, tiene poco que ver con el fútbol. Siempre fue así, a lo peor, al menos desde que las fábricas textiles del norte de Inglaterra desafiaron a la primigenia Football Association con la profesionalización de sus clubes corporativos y de esto va ya para siglo y medio. Hay que creer en los Reyes Magos para pensar que cuando ruede la pelota entre Messi y Mbappé, ese par de genios, sólo su talento y la caprichosa fortuna decantará el campeón. Este partido lleva jugándose semanas, quizá meses. O más.
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