Fútbol

Montevideo

Nos quitaron la alegría

La Razón
La RazónLa Razón

Los tres Luises van juntos al Calderón: Luis Patriarca, Luis y Lucho; padre, hijo, nieto. En el descanso (perdón, Pepe Domingo) mientras suena gloriosamente la publicidad de Tiempo de Juego, salgo del puesto de comentarista y ellos suben al pasillo donde culmina la tribuna para tener nuestros cinco minutos de charleta: que si Arda Turan es el Patriarca de Constatinopla; Godín está hecho del mismo hierro que el brazo de Bruno Zavala, gobernador de Montevideo, y a Raúl García se le vio al frente de los navarros que secaron la laringe de Roldán en la paliza de Roncesvalles. Más o menos.

Me gusta aprender de los rozagantes 85 tacos del mayor Luis, socio del Atleti desde 1940, la temporada del primer campeonato: «Iba desde el Metropolitano, donde vivíamos, hasta Vallecas porque el estadio había quedado barrido a morterazos. Ricardo Zamora era el entrenador y compinche de Tabales, el portero: tenían sus cosas a medias; al ataque desde atrás llegaba Campos, que era canario, moreno, espigado, corría como cojeando y jugaba de maravilla; por la banda izquierda Juanito Vázquez, una bala, muy goleador, abuelo de un chiquito que es presentador de televisión ahora y me parece que se llama Jesús. Juanito fue entrenador del Racing de Ferrol y murió en el banquillo del campo del Burgos, un ataque al corazón, pero muerto y todo le subieron al autobús, le pusieron en el asiento de delante y se lo llevaron hasta El Ferrol. Para evitar los trámites lo hicieron. Y atrás, Aparicio ¡qué central! Diez años después le vi ganar otras dos ligas con Helenio Herrera, ya en Cuatro Caminos. Luego nos fuimos al Manzanares, dejé la casa de Reina Victoria y me vine a vivir a Virgen del Puerto, mis amigos me vacilaban, claro: menos mal que tu equipo no puso el campo en la carretera de Aragón, te vemos empadronándote en Calatayud».

Luis, su hijo, ha vivido en Argentina e iba al fútbol allá, detrás de Racing. Vio cómo se peleaban las barras bravas, tardes como para no volver a acercarse a una grada. «Menos mal que aquí esas cosas no pasan y mi hijo puede venir solo a los partidos».

Luis, el nieto, es vivo como un diablillo, buena gente a rabiar: si hubiera salido en E.T., el que daba pedales camino del cielo con el extraterrestre en la cesta hubiera sido él. Va a ser futbolista.

En la soleada y muy gris mañana de ayer no hablamos de Arda, de Godín o de Raúl. Ni del Cholo. Ni de un extremo jovencito con bigotillo que se llamaba Adrover. A batazos, cuchilladas, sangre y muerte, nos quitaron la alegría.