París

Garbiñe, española por convicción

De madre venezolana y padre vasco, defiende a España por convicción. Muguruza ya es lo que siempre quiso ser

Garbiñe, española por convicción
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De madre venezolana y padre vasco, defiende a España por convicción. Muguruza ya es lo que siempre quiso ser

Garbiñe Muguruza es una atracción en cualquier torneo al que va. Tiene 22 años, 23 cumplirá en octubre, y convive con la responsabilidad de ser la señalada para suceder a Serena Williams y compañía. En Madrid, por ejemplo, hizo una rueda de prensa para todos los medios, después concedió entrevistas a algunos en privado, se hizo un «selfie» y mandó un mensaje para animar a los aficionados a ir a la Caja Mágica y después le escanearon la mano para un reportaje para la organización. Y todo lo hizo con una sonrisa. «No me importa, me gusta que la gente quiera saber cosas de mí porque eso quiere decir que estoy haciendo mi trabajo bien», explica ella.

Ya ha llegado donde siempre quiso estar. Si algo la define es la ambición, en el buen sentido. Nació en Caracas y alguna vez ha mostrado públicamente su preocupación por lo que está sucediendo en su país de origen, aunque no renuncia a su parte latinoamericana y divertida. Su madre, Scarlet Blanco, es venezolana y su padre, José Antonio, es vasco, por eso tiene las dos nacionalidades. Llegó a España con seis años y comenzó a jugar al tenis porque también lo hacían sus hermanos, Igor y Asier, en la Academia de Tenis Bruguera. Ella tenía el carácter que les faltaba a ellos, y ya desde niña se puso como objetivo llegar a lo más alto. Se enfadaba y protestaba, pero era disciplinada, pues no se perdía un entrenamiento. Siguió el camino que habían empezado sus hermanos, una gran influencia en su vida. Por ellos le gustan mucho, por ejemplo, los coches o las películas de acción, de sangre, de ruido, de tiros. Cuantos más, mejor, pero no por ello renuncia a su parte femenina, a la moda y los tacones. En su maleta nunca faltan unos zapatos elegantes. Su familia la ha acompañado en todo momento en París y la ha arropado para intentar aislarla del ruido que genera ir avanzando rondas y verse como favorita. Ha estado tranquila, muy zen, entrenando y dedicando los ratos libres a pasear y leer, una de sus pasiones. La otra es la música, reggae si puede ser. Su actor preferido es Leonardo di Caprio.

Con quince años pasó la crisis de todos los deportistas: parar o seguir, y apostó fuerte hasta convertirse, bien joven, en una promesa. Faltaba por definir todavía su nacionalidad. Tenía que decidirse entre Venezuela y España. Se tomó su tiempo, lo que en parte le perjudicó, porque se habló mucho. «Nadie me presionó», insiste. Llegó un día en el que dije: «Esto es lo que siento». Y lo que sentía era que en una pista de tenis tenía que defender a España. Así lo ha hecho, y, junto a Carla Suárez, ya ha devuelto al equipo de Copa Federación al Grupo Mundial. La canaria y la hispanovenezolana pueden repetir los éxitos que ya firmaron Arantxa y Conchita en la competición por países.

Durante mucho tiempo, su nombre aparecía mal escrito en las páginas y la información de la WTA. La tan española «ñ» era una «n», pero ella no es Garbine, es Garbiñe, y peleó para que se corrigiera. 2014 fue el año de su primer título, en Hobart, y 2015 el de su explosión, al llegar a la final de Wimbledon. Poco después de eso tuvo que tomar una decisión importante: dejó a Alejo Mancisidor, el técnico que la moldeó y que la situó en lo más alto, para ponerse a las órdenes de Sam Sumyk, el hombre que, entre otras, llevó a la bielorrusa Azarenka a ser número uno del mundo. Sabe que entre sus manos tiene ahora un diamante parecido. Aunque a principios de año tuvieron una discusión en el descanso de un partido («Lógico, fruto de la tensión», opina la tenista), la sociedad ha alcanzado su primera gran cima.