El paro y la ley de Campoamor

Estaba escrito, sí. Mejor dicho, se escribe todos los días y la vice Yolanda Díaz y el ínclito ministro de Seguridad Social y ocurrencias varias, José Luis Escrivá, lo leen todos los días. Por eso, tras las celebraciones de la EPA (Encuesta de Población Activa) eran prudentes, incluso demasiado para su costumbre. A primera hora de la mañana, de lunes a viernes, Díaz y Escrivá reciben un mensaje en sus móviles con los datos del día anterior del paro registrado y de las afiliaciones a la Seguridad Social. Había que disfrutar de los datos de la EPA, de los mejores en muchos tiempo, pero ese día, ya sabían que, desde mediados de julio, la tendencia se había invertido.

Puede ser algo temporal o permanente, el tiempo lo dirá y, en cualquier caso, se sabrá enseguida. La realidad es que el paro registrado sube –en este caso en 3.200 personas– por primera vez en un mes de julio desde 2009. Todavía más preocupante es que también se ha destruido empleo –las afiliaciones a la Seguridad Social han caído en 7.400–, algo que no ocurría desde que existen series históricas detalladas, es decir, allá por 1999.

Las cifras de caídas, 3.200 y 7.400 personas respectivamente, son modestas, casi anecdóticas y no tendrían demasiada importancia si no fuera por su excepcionalidad en un mes de julio y porque pueden significar un cambio de tendencia. La prudencia de la vice Díaz, de Escrivá y también la de la vice primera, Nadia Calviño, son significativas.

Las matriculaciones de vehículos en julio han sido las más bajas en diez años, la producción manufacturera está en retroceso y los Colegios de Economistas anuncian recesión para final de año. Todo al mismo tiempo que el Gobierno aprueba un Plan de Ahorro Energético que no será popular, sobre todo si el invierno es frío y que, eso, sí, concluye en noviembre de 2023, en vísperas electorales, ¡faltaría más!

Joaquín Pérez Rey, secretario de Estado de Empleo, tuvo que dar la cara ayer y buscar el lado positivo de los malos datos de paro y de Seguridad Social. Recurrió a tecnicismos y a la incertidumbre internacional. Hizo lo que pudo y echó mano de la ley de Campoamor, que se resume en dos versos famosos: «Todo es según el color/del cristal con que se mire». Estaba escrito.