Opinión

Los mimbres de la cesta de la compra

Tenemos que diseñar mecanismos eficientes para frenar la espiral de precios, que se está instalando en la mentalidad colectiva, antes de que tengamos que soportar una economía de guerra

Juan Carlos Higueras es analista económico y profesor de EAE Business School

No es ninguna sorpresa que la inflación está azotando los bolsillos de las familias a la hora de hacer la compra y que las expectativas de subidas futuras de precios apuntan a que el IPC seguirá dándonos sorpresas en los próximos meses. Y es que hacer la lista de la compra se está convirtiendo en un verdadero “sudoku” para las familias porque tienen que decidir qué cosas dejan fuera y qué otras deben reducir el consumo por la escalada de precios de los productos alimenticios básicos en nuestra dieta.

Sabemos que la inflación está afectando a todos los países y que el aumento de precios se ha generalizado en la Unión Europea, pero el impacto está siendo mayor en nuestra economía más debilitada, ya que los españoles nos empobrecemos mucho más que el resto de ciudadanos europeos. Según la OCDE, los ingresos per cápita, en términos reales, de los hogares españoles han decrecido un 4,1%, frente a Francia y Alemania que se empobrecen menos del 2%.

El IPC de junio muestra que, además de la energía y el transporte, los alimentos frescos contribuyen en 2,9 puntos al valor del índice general y crecen más que la media como ocurre con la fruta (19,3%), pan (13,9%), cereales (18,4%), legumbres, hortalizas y carne de ave (14,1%), huevos (23,9%) y leche (20,4%). Resulta paradójico que el aceite de oliva se haya encarecido cerca de un 60% y el de girasol casi un 120%, a pesar de que España es el primer productor mundial de aceite de oliva, lo que sugiere que dichos incrementos responden a las expectativas futuras y aumentos oportunistas de márgenes en la distribución, que no se corresponden con los aumentos reales de costes.

Ahora tampoco tenemos hielo en los establecimientos, pero pronto habrá escasez de pollo y leche porque los ganaderos operan con márgenes negativos y van a reducir la producción, lo que significa estantes de supermercados, medio vacíos y aumento de precios tras el verano.

Y con estos mimbres de nuestra economía tenemos que diseñar mecanismos eficientes para frenar la espiral de precios, que se está instalando en la mentalidad colectiva, antes de que tengamos que soportar una economía de guerra, hambre y escasez que ya se atisba en un horizonte lleno de luces y sombras, no sólo por las medidas de ahorro energético.