Análisis
Apaga y vámonos: infarto en el corazón del sistema eléctrico
Hay que modernizar la red y mejorar los protocolos de respuesta, poniendo el foco en la pobre interconexión que tenemos con Europa, en vez de presumir de ser una isla energética
El corazón de una persona late, a una determinada frecuencia, de forma constante, precisa y sincronizada para que todo el cuerpo funcione de forma estable, razón por la que los médicos nos recomiendan vigilar nuestra tensión arterial. Cuando se altera dicho equilibrio, la persona sufre una arritmia súbita porque el corazón intenta compensar el fallo bombeando más deprisa, lo que hace que sufra una taquicardia que puede conllevar la entrada en parada cardíaca que termina en la muerte a menos que se disponga de un equipo de reanimación.
En condiciones normales, la red eléctrica es como un corazón fuerte que late con ritmo constante ajustando su fuerza según el esfuerzo que realiza el cuerpo. Si hay un aumento de la demanda, como ocurre en verano que todos encendemos el aire acondicionado, el sistema bombea más energía para mantener la presión y, si cae dicha demanda, baja el ritmo, todo perfectamente coordinado.
Hoy hace una semana desde que España entera, en cuestión de minutos, sufrió una crisis cardíaca tecnológica, un cero eléctrico, que llevó a una arritmia súbita por un fallo en la red de transporte del sistema eléctrico que se agravó por la fragilidad estructural y la enorme dependencia que tiene de un ritmo que no puede permitirse saltarse un solo latido. Pero si una central deja de generar energía, el latido se vuelve irregular y se vive un efecto dominó ya que los sistemas de seguridad para evitar un colapso total, entran en funcionamiento, desconectando el resto de nodos de la red para evitar un colapso mayor.
Y las consecuencias económicas no tardaron en llegar por el parón súbito de la actividad, desde comercios a bancos, transportes, trenes, comunicaciones, gasolineras, supermercados, fábricas, talleres y muchos más, con datáfonos inservibles, haciendo que nuestro PIB se desplomase como un dron sin batería disminuyendo un 0,1% por unas pérdidas económicas de 1.600 millones según la CEOE.
Lo más inquietante no fue lo económico sino lo psicológico pues el apagón sorprendió a miles de personas y empresas, acostumbradas a hacerlo todo con el móvil, dejando ciudades enteras sin electricidad con semáforos apagados, hogares a oscuras y redes incomunicadas que supuso un toque de atención que revela la fragilidad de la infraestructura energética y la fragilidad de nuestra sociedad por la gran dependencia que tenemos de la energía. Muchos cogieron linternas, velas y generadores improvisados, mientras buscaban ese viejo transistor para oír las noticias en la radio.
Este evento reabre el debate sobre la necesidad de modernizar la red eléctrica y mejorar los protocolos de respuesta, donde debemos poner el foco en la pobre interconexión que tenemos con Europa, en vez de presumir de ser una isla energética, porque efectivamente, nos quedamos aislados del resto del continente.
Se trató de un apagón histórico, masivo y monumental que nos dejó a todos indefensos, sin electricidad, desde el CEO de la multinacional más importante hasta el camarero del bar de la esquina. Y así quedó nuestro país, desnudo ante nuestra fuerte electro-dependencia, descubriendo que no somos más que un rebaño desorientado en mitad del campo sin GPS lo que alimenta las tesis de la fragilidad de nuestra sociedad y si esta dependencia extrema de la energía puede ser utilizada como un mecanismo más de control social. Quizás, la cuestión a dirimir no es si tenemos o no electricidad sino averiguar si hay alguien en el mundo que tenga el interruptor para encender o apagar a toda nuestra sociedad a su antojo. Si es así, apaga y vámonos.
Juan Carlos Higueras es Doctor en Economía y Vicedecano de EAE Business School