Alemania

El experimento de las dos Alemanias: capitalismo frente a socialismo

Las reformas de libre mercado ya tienen más de 20 años y la creciente apuesta por el dirigismo y la regulación han puesto al país contra las cuerdas. Alemania está ahora a la cola de Europa en progreso y crecimiento

Varias personas caminan junto a la East Side Gallery, el más largo tramo que queda en pie del muro, en Berlín, Alemania.
Varias personas caminan junto a la East Side Gallery, el más largo tramo que queda en pie del muro de Berlín, AlemaniaFELIPE TRUEBAAgencia EFE

El siglo pasado, Alemania se convirtió sin saberlo en el escenario de un experimento a gran escala diseñado para determinar si las personas tienen más probabilidades de prosperar bajo una economía controlada por el Estado o en el marco de un sistema de libre mercado. La partición de Alemania en dos estados nunca fue parte del plan original de las potencias aliadas, pero terminó siendo una de las consecuencias de la Guerra Fría que estalló entre la Unión Soviética y las democracias de Occidente.

El Partido Comunista pronto emergió como la fuerza política dominante en Alemania del Este. Sus jerarcas afirmaron que «sería incorrecto imponer el sistema soviético en nuestro país», pero eso es exactamente lo que sucedió en los años siguientes. Al igual que en la URSS, la economía de la zona controlada por los soviéticos quedó sujeta a una creciente planificación económica dirigida por los jerarcas del régimen.

La intención proclamada del régimen no era otra que superar en tamaño y fortaleza a la economía de Alemania Occidental. Sin embargo, a finales de los años 50, el consumo per cápita en Alemania del Este era aún un 12% inferior a los niveles previos a la guerra y, peor aún, estaba un 50% por debajo de las cifras alcanzadas en la Alemania libre.

Cada vez más personas huían del Este socialista hacia el Oeste capitalista, de ahí que, en agosto de 1961, los dirigentes comunistas tomasen una medida desesperada: construir un muro destinado a evitar que más y más personas se unieran a los 2,7 millones de ciudadanos que ya habían abandonado la mitad este del país.

En la Alemania Occidental, el ministro de Economía, Ludwig Erhard, introdujo un modelo de economía de mercado. Su iniciativa fue clave a la hora de fomentar el llamado «milagro económico alemán». A veces se ha subrayado la relevancia del Plan Marshall, pero menos del 10% de estos fondos terminaron en suelo teutón, puesto que el grueso se dedicó a Reino Unido y Francia.

En 1989, con la caída del Muro de Berlín, llegó el momento de hacer balance. Como explico en mi nuevo libro "En defensa del libre mercado", el 67,8% de los alemanes occidentales poseían un coche, en comparación con el 54,3% de los habitantes de Alemania del Este. Los primeros conducían modelos de fabricantes como BMW, Mercedes y Volkswagen, mientras que los segundos se montaban en vehículos claramente inferiores que ya ni se fabrican, caso de Trabant, Wartburg… Además, los alemanes occidentales podían comprar un automóvil casi al instante, visitando cualquier concesionario para hacerse con un modelo de producción nacional o extranjero. En cambio, en la RDA comunista hacía falta rellenar un formulario y entrar en una lista de espera de entre 12 y 17 años.

En 1989, el 12% de los alemanes orientales poseían un ordenador, porcentaje que era tres veces mayor en Alemania Occidental, donde llegaba al 37,4%. En la RDA comunista, solamente los hogares de unos privilegiados (el 16% de la población total, la mayoría de ellos funcionarios y altos cargos del régimen) presumían de tener teléfono, frente a la cobertura del 99,3% alcanzada en la mitad libre del país.

La diferencia entre los dos sistemas económicos era aún más visible en el ámbito inmobiliario. Como ya había hecho Adolf Hitler, las autoridades soviéticas «congelaron» los precios del alquiler. Llegado el año 1989, el 65% de los pisos de la mitad comunista del país se calentaban con estufas de carbón. Además, el 24% no tenía inodoros y otro 18% carecía de baños particulares. De hecho, al final del régimen comunista, el 40% de los edificios residenciales estaban gravemente dañados y un 11% estaban tan degradados que presentaban condiciones completamente inhabitables.

En lo referido a la protección del medio ambiente, la comparación entre las dos Alemanias muestra la superioridad del sistema capitalista. Acabar con el mercado y dejar la economía en manos del Estado generó tantas ineficiencias que, al final de la década de 1980, las emisiones de dióxido de carbono por unidad de PIB producida eran tres veces mayores en Alemania del Este que en Alemania Occidental.

Aunque la economía de mercado adoptada en Alemania Occidental fue exitosa durante décadas, el país germano fue abandonando poco a poco las políticas inspiradas por Ludwig Erhard y dejando que Estado interviniese cada vez más en la producción del sector privado. Esto motivó un aumento del desempleo y obligó al canciller socialdemócrata Gerhard Schröder a tomar medidas de liberalización en ámbitos del empleo, donde se consiguieron tasas de paro del 3%, y la fiscalidad, donde el tipo marginal del Impuesto sobre la Renta pasó del 53% al 42%.

Pero las reformas de libre mercado de Alemania ya tienen más de 20 años. En los años de Angela Merkel no se adoptaron mejoras y, peor aún, el mantra de la lucha contra el cambio climático apuntaló una nefasta política energética que ha contribuido a reducir más aún la libertad económica.

El actual Ministro de Economía de Alemania, Robert Habeck de Los Verdes, está persiguiendo exactamente lo contrario de las políticas de Ludwig Erhard. Sin embargo, los resultados son los que son y la creciente apuesta por el dirigismo y la regulación han puesto a Alemania en una situación complicada, hasta el punto de que hoy en día se encuentra en el último lugar de las tablas de crecimiento y progreso del Viejo Continente, como acredita el Indicador de Gestión Económica del Instituto Juan de Mariana.