Aniversario
Los cascotes del comunismo: el muro que todavía persiste en Berlín
Sesenta años después de la caída del muro, las diferencias que existían entre las dos Alemanias no han desaparecido y el comunismo está lejos de extinguirse
El 13 de agosto de 1961 comenzó uno de los capítulos más oscuros en la historia de Berlín: la construcción del Muro. El viernes, a las doce del mediodía, justo 60 años después de que las primeras alambradas comenzaran a desplegarse por el centro de la ciudad, cientos de alemanes conmemoraron lo que para muchos supuso el principio del fin de la libertad. Por segundos en Berlín solo se escuchó el repicar de las campanasen recuerdo de las víctimas y en memoria de los 28 años que marcaron la división en la historia de la ciudad y de todo el país.
Un sentido homenaje que dio paso a unas palabras de recuerdo y sobre todo de advertencia. «El muro fue la señal evidente de un estado no de derecho que a los ojos de sus propios ciudadanos no era ni legítimo ni soberano. De hecho era el principio del fin, que aún así se hizo esperar mucho», aseguró el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, en la Bernauer Strasse, la calle de Berlín donde hace ahora medio siglo miles de soldados de la RDA comenzaron a construir el Muro y que ayer aglutinó los principales actos de conmemoración. Con el muro de Berlín quedó «literalmente cimentada la división del mundo en la Guerra Fría», agregó el presidente.
No obstante, otro muro más sigiloso sigue recorriendo buena parte de Alemania: el de las diferencias que persisten entre el oriente y el oeste de Alemaniaa 30 años de la caída. No sale a cuenta tener una carrera en el este de Alemania. La frase, dictada a modo de sentencia, es la conclusión a la que llegó el periodista Olaf Jacobs tras examinar a las élites alemanas e indagar dónde habían concluido sus estudios. Ya se trate de altos directivos o de ministros federales, los alemanes orientales apenas están representados hoy en día en los principales puestos de trabajo del país y las condiciones, al referirse a los tribunales o a los cargos en la universidad, adquieren una importancia que roza lo simbólico.
La reindustrialización del país
La ecuación arroja asimismo una reveladora cifra: 6.500 euros brutos o, lo que es lo mismo, el promedio que gana de más un trabajador en el oeste comparado con uno del este. Así, en Turingia, la región que ostenta las cifras más altas de la ex RDA, el salario inicial promedio se eleva 23.226 euros al año. Del otro lado del «muro», el salario inicial promedio en Hessen, por ejemplo, es de 33.650 euros por año. Una diferencia de más de 10.000 euros al año que sigue mostrando la fuerte desigualdad que existen entre las dos Alemanias.
Ejemplos que, tres décadas después, dejan patente que las diferencias continúan en todos los ámbitos, pero sobre todo en el económico. Como prueba, el PIB de las cinco regiones de la antigua República Democrática Alemana (RDA) que, en datos de 2020, solo representaba el 79,1% del nivel del oeste del país y eso que, desde 2010, esta diferencia se redujo gracias a un tejido de pequeñas y medianas empresas y al dinamismo que en los últimos años han adquirido ciudades como Leipzig, Dresde y sobre todo Berlín. No obstante, la mejora no compensa la ausencia de grandes empresas como Volkswagen, Siemens o Bayer, cuyas sedes están en el oeste, donde dan trabajo a decenas de miles de personas, o que ninguna empresa del Dax, el índice de los principales valores de la Bolsa de Fráncfort, tiene su sede en la parte oriental.
Treinta años después de la caída del Muro, los factores estructurales aún lastran la economía de la antigua Alemania oriental. Así, y según un informe del Instituto Alemán de Investigación Económica (DIW), la recaudación fiscal de los «Länder» orientales sólo alcanzó el 60% de la media federal. Lejos de esperar una mejora, el estudio vaticina que en las próximas tres décadas las diferencias podrían ahondarse. Su informe traza un escenario pesimista. Solo en algunos aspectos, las cosas van mejor en el este. Las mujeres de la extinta RDA tienen, por ejemplo, mayor acceso al trabajo a tiempo completo. Son el 74%, frente a solo el 68% en la parte occidental; algo que se debe en especial a sistemas de cuidado infantil más eficaces. Pero, a pesar de estas mejoras, los indicadores en general siguen siendo menos favorables.
Los niños que no están
Entre los motivos de estas diferencias, la economista Kristina van Deuverden alude a un problema demográfico ocasionado por la intensa emigración hacia el oeste tras la reunificación en 1990. «El flujo de inversión y capitales que hubo hacia la antigua RDA fue inmenso. Pero las personas fueron en la otra dirección –explicó la experta–. Los niños que deberían haber nacido allí ya no están». De hecho, el consiguiente envejecimiento de la población forma parte de un círculo vicioso, puesto que no solamente afecta a los ingresos que fluyen hacia las arcas del estado, sino que reduce la mano de obra disponible, dificultando un desarrollo económico que, según los demógrafos, tendrá consecuencias durante varias décadas. «Es necesario atraer empresas, pero el problema es que no hay gente», agregó Van Deuverden.
Solo hay que darse una vuelta por el centro de algunas ciudades que ofrecen como mayor reclamo el triste espectáculo de tiendas y edificios en venta. El dinamismo de ciudades como Dresde, Jena o Leipzig no ha conseguido ocultar el éxodo y el envejecimiento que azotan a estas regiones. Así, en algunas localidades, como Suhl (en Turingia) o Fráncfort del Óder, en el estado de Brandeburgo, la población cayó más de un 30% en tres décadas, lo que tuvo repercusiones en los servicios públicos y en las infraestructuras. Una tendencia que ni siquiera se vio revertida con la acogida de cientos de miles de refugiados en Alemania desde 2015, máxime teniendo en cuenta que la mayoría de ellos eligió el oeste para quedarse.
Un desequilibrio estructural
La circunstancia ha afectado asimismo al mercado laboral. En los últimos veinte años, el desempleo en los estados orientales se ha reducido hasta el 10%. Sin embargo, dicha caída se debe en parte a la jubilación de una parte sustancial de la población activa. El desequilibrio demográfico entre ambas partes del país se ve acentuado por el hecho de que en el este predominen las zonas rurales, aunque a lo largo de las últimas tres décadas la productividad media de éstas ha igualado prácticamente a la del ámbito rural occidental.
Unos factores que, en su conjunto, han sido el caldo de cultivo para que el este alemán sea el lugar perfecto para que germinen los sentimientos populistas con el partido de ultraderecha Alternativa por Alemania (AfD) como mejor exponente. Creado en 2013, la formación xenófoba obtuvo sus mejores resultados en la zona oriental, donde ya recaba entre el 20 y el 30% de los votos, mientras que en el oeste saca, de media, un 10%. Asimismo, la tasa de aprobación del sistema democrático y sus instituciones alcanza el 91% en la parte occidental, mientras que en la antigua RDA está en el 78 por ciento. Las actitudes hacia los extranjeros también cambian.
Los Länder del este, con una población migrante mucho menor, muestran sin embargo más actitudes xenófobas. Con la excepción de Berlín, los alemanes del este muestran mayores preferencias por las opciones de extrema derecha, que superan con frecuencia el 20 % del voto en los comicios. Nada raro en una región donde 14 millones de habitantes se acostumbraron durante 41 años a un sistema de partido único con elecciones regionales limitadas y una representación monopolizada por el Partido Socialista Unificado de Alemania (SED) y donde, según los politólogos, está vinculada a que muchos alemanes orientales siguen albergando el sentimiento de ser «ciudadanos de segunda». Según un sondeo reciente, el 74% considera que sigue habiendo «diferencias muy grandes» entre las dos partes del país.
✕
Accede a tu cuenta para comentar